martes, 3 de noviembre de 2009

En el refugio de los sueños: Any

Any se puso de rodillas y susurró: Bush debiera hacer todo “El Camino” en esta posición. Nos quedamos asombrados, ante su gráfica demostración. Acabábamos de conocerla y se había familiarizado de tal manera con nosotros que sus más íntimos sentimientos afloraron con naturalidad. No había, pues, teatro en su forma de indicarnos cual era su pensamiento sobre la guerra en Irak o en cualquier otra parte del mundo. La verdad brillaba en sus glaucos ojos.

La mañana era soleada. Resultaba agradable pasear por los aledaños de la catedral. Estábamos a principios de otoño. El aire comenzaba a ser fresco, pero aún el sol lo templaba. El ir y venir de los peregrinos que hacían un alto junto al monumento y se quedaban absortos contemplando la esbeltez de sus agujas o el equilibrio de sus formas góticas, era constante. Año tras año crecían en número. Iban a Santiago recorriendo “El Camino”; los más por auténtica religiosidad, otros, los jóvenes, por hacer turismo, y algunos por… vaya usted a saber. Any era uno de estos caminantes por tierras extranjeras.

Como cada día entramos en uno de los cafés de la plaza. Acodados en la barra, al fondo del establecimiento, nuestra conversación suele ser, con frecuencia, banal. A nuestro lado sentada sobre un taburete, y sumida en sus pensamientos, una mujer comía un bocadillo. Su mirada parecía perdida en el vaso de vino posado junto al plato. Me fijé en ella, quizá por extrañarme la bebida. Ahora pienso que no debió ser ese el motivo, pero en aquel momento así me lo pareció. Mientras mi amigo hablaba, excuso decir que no me acuerdo sobre qué, mis ojos no se apartaron de aquella mujer de pelo muy corto y encanecido. Confieso que me gustan las mujeres con canas; siempre he pensado que no ocultan nada; que son naturales. Tenía la piel atezada por el sol, que, sin duda, le había acariciado ya varios días. Vestía pantalones cortos, calcetines de algodón y una deportiva chaqueta verde; en el mostrador el típico sombrero del caminante. ¡Vamos que no necesitaba ir diciendo que estaba de peregrinación! Me extrañó que no llevase mochila y el típico bastón del caminante. Pero sus otros signos externos no dejan de evidenciar hacia dónde se dirigía.

Me miró y sonrió. Me turbé, y ella apreció mi gesto; mi rubor.

-Me escuchas –dijo mi amigo, elevando la voz.

-¡Ah, no!, perdona, estaba distraído. ¿Qué decías?

La mujer dejó de mirar y siguió masticando con lentitud. Tomó un sorbo del vino y volvió a sumirse en sus pensamientos.

-¿Qué pasa con esa mujer que le miras tanto? – me espetó Luis.

-¡Calla que va a oírte! – contesté bajando la voz.

-Oírme, quizás, pero de ahí a que me entienda va un mundo.

Ella volvió la cabeza, al escuchar estas últimas palabras, sin duda no le era ajeno nuestro idioma. Yo debí ponerme colorado pues volvió a sonreír. Me sentí en la obligación de disculpar mi actitud y la de mi amigo.

-Sorri, -dije en el más imperfecto inglés que se recuerda-. Mi amigo y yo, -continué totalmente azorado- le pedimos perdón por si la hemos molestado; nos extrañaba que no llevase equipaje…

-De todo lo que hablaron lo único que no entendí fue lo de “sorri” – dijo con una sonrisa que abarcaba toda su cara.

Reímos ahora los tres.

-Supongo que va hasta Santiago, haciendo El Camino –comenté a modo de pregunta-.

-Sí. Salvo que mi tobillo me lo impida, se me ha inflamado. Llevo ya tres días en esta ciudad.

-Eso explica la ausencia de equipaje –argumentó Luis-. Le queda aún buen trecho por recorrer. Por suerte, esta ciudad es muy agradable para ver.

-No entiendo a la perfección el español. ¿Trecho vienen a ser kilómetros verdad?

-Habla usted mejor que alguno de nosotros – comenté, para añadir-. Mi amigo Luis, tiene razón, mientras se recupera puede aprovechar para visitar a fondo la ciudad, tiene muchos secretos por descubrir. Incluso, si lo desea, podemos indicarle lo mejor para visitar.

-Se lo agradezco mucho, pero estoy deseando reemprender la marcha. En estos días algo ya he visto, y efectivamente tienen ustedes una bonita ciudad, muy cuidada.

-Bueno la parte que con seguridad ha recorrido es la ciudad que hemos heredado, y sí merece la pena conservarla tal como es. Distinto es la que nosotros estamos construyendo; a mí me parece un desastre.

-Ya, pero sólo me interesa El Camino, para lo demás no tengo tiempo.

-Tiene razón – comenté moviendo afirmativamente la cabeza.

-Yo soy de Santiago de Compostela –dijo Luis con esa nota de orgullo que emplea todo aquel que oye hablar de su tierra-. Cuando llegue le parecerá también una ciudad muy hermosa. ¿Viaja por motivos religiosos o por turismo? –preguntó.

La mujer nos miró de frente sopesando lo que nos iba a contar.

-Me llamo Any. Nací en California –contestó y a continuación se hincó de rodillas-, Bush debiera hacer todo El Camino en esta posición.

Sorprendidos tardamos más de lo necesario en ayudarle a levantar.

-Bush y su desastroso gobierno nos han llevado a la situación actual. ¡Guerra!¡Guerra! No parecen conocer otra palabra. Perdí a mi marido en Irak y, ahora, hace apenas dos meses mi hijo está allí; sólo tiene diecinueve años. ¡Por Dios! Voy a Santiago a pedirle al santo que vele por mi hijo.

-Sí, es lamentable lo que ha sucedido allí; aunque parece que las cosas se van solucionando –argumenté tratando de aliviar en lo posible a aquella mujer-. Seguro que El Camino la reconforta y su hijo vuelve pronto a casa.

-Dios te oiga y escuche –añadió Any-. Mientras tanto sólo me queda peregrinar y esperar. Debo irme –añadió tomando el sombrero con la mano derecha-. Me gustaría emprender la marcha esta misma tarde, después de comer, mi tobillo ha mejorado en las últimas horas.

Le dijimos adiós. Una enorme sonrisa enmarcó su boca antes de marcharse. La vimos partir y no abandonamos la mirada hasta que se perdió entre la gente que abarrotaba la plaza de la catedral.



2 comentarios:

  1. Fantástica historia y testimonio. Algo tendrá "El Camino" cuando lo bendicen. Lo de Irak, dificil solución. El que Bush hiciese el camino de rodillas a día de hoy ya no soluciona nada.
    Un abrazo

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  2. Fernando.
    Lo importante fue el testimonio de aquella mujer, sin duda. Un abrazo

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