miércoles, 4 de noviembre de 2009

La cuñada de M.L.: "El regreso (3)

Ahora era Leonor la que fumaba. De vez en cuando volvía despacio la cabeza para observar a Roberto que dormía profundamente. Tenía la mirada fija en el techo y el pensamiento lejos de aquella habitación. Fue recordando lo que le había contado a Angélica. El regreso de Alberto no tenía por que alterar su vida –se decía-. Pero no podía evitar una cierta incertidumbre que se iba colando en su interior. Era como una espesa niebla que cayera sobre ella y que la impidiese ver más allá de sus palabras. El tiempo –pensaba- a veces no lo solucionaba todo. Cerrando los ojos recordó su llegada a España con el que poco más tarde se convertiría en su esposo. Llegaron con lo puesto, como se suele decir. Con las pocas pertenencias que pudieron adquirir en Palmira allá en Uruguay. Comenzaba para ellos una nueva vida -solían comentar a menudo-. Estar juntos era lo importante. Consiguieron vencer los obstáculos. El idioma les facilitó el camino. Por aquellos años la inmigración apenas trascendía en España por lo que no tuvieron que superar demasiados escollos para lograr una cierta situación favorable. No todo fue un camino de rosas pero a los pocos años estaban en una posición que les permitía mirar el futuro con alegría. “Nos queríamos –dijo Leonor hablando en voz baja-. Nos queríamos, sí”. Alberto logró aprobar sus estudios: ya era odontólogo Poco más tarde nació Nuria que tanto se parecía, ahora, a su padre. Y fue nacer Nuria y empezar a estropearse aquello por lo que tanto habían luchado. Un buen día, Alberto le comunicó que se había enamorado. Así, sin más. “Al menos me fue fiel, no me engañó. Me lo contó. No hubiera podido soportar enterarme por otra persona” –se martirizaba Leonor-. Alberto se fue, la abandonó a ella y a su hija de tres años. A veces contactaba con ellas. Las llamadas se fueron espaciando en el tiempo, hasta desaparecer casi por completo. “¡Y ahora regresa el muy…!” Roberto se despertó en ese momento.

-Hola mi amor –dijo desperezándose y abriendo los brazos de este a oeste para cerrarles luego abrazando a Leonor.

-¿Sabes una cosa? –preguntó a la mujer que mantenía aún el rostro entristecido.

-No, si no me la cuentas.

-Me han ofrecido un trabajo nuevo. Más acorde con mis facultades.

Leonor esgrimió una suave sonrisa.

-¿Con tus facultades? -cuestionó ahora ella.

-Sí. Aunque es mi nuevo cuñado Ildefonso, el que me lo ha propuesto.

-Acabáramos. Se puede saber de qué.

-Administrar sus propiedades.

-Me parece bien y me alegro por ti. Ya iba siendo hora de que abandonaras ese cuchitril del que a veces me hablas.

-Sí. La verdad es que es ahora o nunca. Aunque aún no me he decidido.

-¿Por qué? –preguntó intrigada Leonor.

-Ya sabes, mi cuñado, la familia, mi hermana…

-Angélica estará encantada. La conozco mejor que tú, aunque no te lo creas.

-Tengo que comentárselo.

-He quedado con ella esta tarde, podrías venir.

-¡Coño! ¿Es que no podéis vivir la una sin la otra? No puedo acompañarte he quedado con Ildefonso para darle una respuesta. Si no te importa voy a recogerte más tarde. Por cierto, ¿has pensado ya lo que vas a hacer con tu marido?

-Alberto no es mi marido. Estamos separados, divorciados –exclamó Leonor en voz alta y ligeramente enfadada-. Sé que va a insistir en que le admita, pero no tengo ninguna intención de hacerlo, hasta ahí podíamos llegar. Y por favor no me preguntes por él, ya trataré de solucionarlo yo sola.

-Sabes que puedes contar conmigo.

-Lo sé mi amor, pero es mejor que trate yo este asunto. Por nada del mundo me gustaría involucrarte en aquella parte de mi vida, ya te lo he comentado en alguna ocasión. Fui yo la que me enamoré de Alberto, la que se casó con él, la que compartió unos años de su vida, la que tuvo una hija con él, y la que al final fue abandonada. Yo debo de solucionarlo.

-¿Pero…?

-No hay peros que valgan. Si necesito ayuda ya la pediré, Roberto.

-Vale, como quieras.

Mientras se acercaba a casa de Ángela, Leonor iba pensando en Alberto. Por qué había cambiado tanto. No lo entendía. El hecho de que se hubiera enamorado de otra mujer no era motivo para que actuase como pensaba ella que iba a hacerlo. No era la primera vez que alguien le paraba los pies: Nuria, su amiga, sin ir más lejos. Lo conocía bien. Por más que cavilaba no lograba dar una respuesta a sus pensamientos. Sólo podía imaginar que en realidad lo que pretendía Alberto era reconciliarse con su hija; de sobra sabía que con ella no lo iba a lograr nunca. Pero su hija era casi mayor de edad y pronto podría decidir por sí misma; a Leonor no la cabía la menor dudad de que Nuria iba a poner los puntos sobre las “ies” a su padre, en caso de que fuese ese el motivo de su regreso. Otro no le entraba en la cabeza. Sin darse apenas cuenta llegó hasta la puerta de la casa de su cuñada. Tocó el timbre con la mirada perdida. Una cascada de sonrisas la saludó desde el recibidor. Ángela parecía radiante, abrió los brazos y apretó a Leonor contra su pecho. Ninguna se percató de la silueta que se recortaba bajo los árboles en la cera de enfrente.



3 comentarios:

  1. Hola rafa:

    Me ha pasado una cosa curiosa con el post de hoy. Tengo la sensación de que la primera parte ya la había leido. ¿ es posible que hayas vuelto a contar la venida a España como recurso?
    Ya me dices.
    Un abrazo

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  2. Estoy en ascuas. Te seguiré de cerca.
    Un abrazo.

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  3. Fernando:
    Había contado el tránsito hasta España, pero me faltaba exponer lo que le sucedió a M.L. los primeros años en España, aunque sí es cierto que lo había esbozado en parte.
    Gracias por tu atención. Un abrazo

    Josep:
    Gracias también a ti por frecuentar este espacio. Me hace mucha ilusión. Un abrazo

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