sábado, 28 de noviembre de 2009

La cuñada de M.L.: sospechas

Esperó hasta verlos salir de aquella casa. Iban los tres juntos unidos por los brazos. El hombre en el centro con el sombrero ligeramente ladeado. Se pararon junto a un “Mercedes bi-plaza”. La mujer del pelo ensortijado subió a él y se alejó con un brusco acelerón. El hombre del sombrero y Leonor la vieron partir. Vio como Leonor se apretaba más al hombre y echaban a andar calle abajo. No pudo impedir seguirlos a corta distancia por la otra acera. Les oía hablar aunque no supiera lo que se decían. También escuchó sus risas. Los celos no podían evitar aquel extraño comportamiento suyo. Una idea le vino a la cabeza; tenía que seguir a Ángela. Afortunadamente ésta había tenido que detener su coche en un semáforo próximo y su coche estaba cerca de allí. Casi la pierde de vista pues el Mercedes iba rápido por aquellas calles desiertas. Se situó a prudente distancia. Ángela salió de la ciudad. Veinte minutos de recorrido le llevaron, tras el coche de Ángela, hasta una pedanía en la que sobresalía un soberbio edificio rodeado por un bello jardín. La iluminación exterior permitía divisarlo desde la distancia. Un muro de un metro de altura rodeaba el complejo en cuya puerta de entrada, ubicada bajo un arco, se podía leer: “Hotel El Molino”. Ángela cruzó la portada y dirigió su coche hasta la puerta principal del establecimiento. Un empleado, tras bajar la mujer, tomó el coche y éste desapareció de la vista de Alberto.

Se quedó pensativo tras parar su vehículo nada más atravesar el arco de piedra. Arrancó; las ruedas emitieron un leve crujido sobre las piedras del camino. Condujo hacia la puerta de entrada del hotel bordeando un pequeño jardín central. Otro empleado salió y le franqueó la puerta. Se dirigió a recepción y pidió una habitación para pasar la noche. Vio como Ángela, que aún no se había desprendido de su cazadora de cuero, besaba a un hombre elegantemente vestido y charlaba con él de forma distendida tras sentarse en dos cómodos sillones dispuestos en el vestíbulo. No podía apartar su mirada de aquella mujer, no porque la considerara excesivamente bella o atractiva, sino porque había algo en ella que le irritaba.

-¿Qué tal el día, cariño? – preguntó Ildefonso a Ángela en cuanto sus labios se separaron de la boca de su esposa.

-Bien, normal vamos. Los chicos del instituto cada día dan más guerra. ¡Menos mal que ya llegan pronto las vacaciones de navidad! –suspiró para añadir-: por cierto, ¿qué callado tenías la oferta de empleo a mi hermano? Estaba radiante de felicidad.

-Lo hará bien, estoy seguro. Además es un buen tipo. ¿Cuándo te lo ha dicho? Estuvo aquí a primera hora de la tarde para aceptarlo; se le veía inquieto con la responsabilidad, pero creo que logré persuadirlo de sus preocupaciones.

-Estuve con él… y Leonor esta tarde, después de las clases, en mi casa; allí me lo contó.

-¿Y el coche nuevo, ya te has hecho a él?

-¡Ya sabía yo que me olvidaba de decirte algo!

-¡Serás…!

-¡Ja, ja, ja…¡ -rió Ángela mientras abrazaba a Ildefonso-. Gracias mi amor es el mejor regalo que me han hecho en mi vida.

-Ten cuidado, corre mucho.

-Descuida, soy muy feliz.

Ángela, por pura intuición, volvió la cabeza hacia el mostrador de la recepción y sus ojos se cruzaron con los de Alberto. Se sintió observada.

Alberto miraba por la ventana de la habitación del hotel. La visibilidad era escasa a primera hora de aquella mañana; una fina lámina de niebla se pegaba en los cristales y hacía dificultoso ver el jardín exterior. El “Mercedes” azul se aproximó, surgiendo tras de aquella neblina, y el conductor lo detuvo en la puerta de entrada. Ángela subió, llevaba la misma cazadora del día anterior y un portafolios en su mano derecha. Emprendió la marcha hacia la ciudad. Para entonces Alberto ya sabía que Ángela y su marido eran los propietarios de aquel hotel. Pero ¿qué tenía que ver aquella mujer con Leonor? –se preguntaba-.

Tenía tiempo aquella mañana en la que había decidido y a ver a su hija Nuria al instituto. Bajó al comedor a desayunar y se dispuso a leer la prensa del día. En un momento de la lectura levantó la vista del periódico y le pareció reconocer al hombre que caminaba junto al dueño y al director del hotel. Le distrajo el sobrio sombrero que llevaba en la mano. ¿Era posible que se tratase del mismo individuo que la noche anterior había visto del brazo de Ángela y Leonor? Demasiada casualidad –pensó-, y volvió sobre el periódico. Leyó un artículo sobre maltrato a las mujeres que le sobrecogió. Pasó a la página de deportes. No había noticias sobre el fútbol argentino, cayó en que allá, como él aún decía, era verano y que por lo tanto el torneo de apertura del campeonato aún no había comenzado. Acá en España el Madrid va el primero en la liga, vamos como casi siempre –pensó sonriendo.

A las doce y media del mediodía, Alberto se encontraba en el exterior del instituto dónde estudiaba Nuria. La vio salir alegre, casi gritando entre una pandilla de chicos y chicas. Se acercó a ella. Nuria lo vio venir y su rostro mudó.

-¿Qué haces aquí? –le espetó mirándole con fijeza a los ojos.

-Venía a hablar contigo –contestó el padre tomando a su hija del brazo.

-Tú y yo no tenemos nada de que hablar –dijo Nuria zafándose de la mano de Alberto.

-Si tan siquiera quisieras escucharme…

Algunos de los chicos y chicas del instituto habían hecho corro alrededor de padre e hija y comenzaron a levantar la voz increpando al hombre. Una voz se alzó por encima de las cabezas de los alumnos:

-¿Qué demonios pasa aquí? –preguntó airada.

Las cabezas se volvieron hacia la mujer que había hablado. Alberto vio entre las cabezas de los chicos el pelo rizado y los ojos, que ya le eran conocidos, de aquella mujer que tanto le irritaba.

-Nada señorita Ángela –dijo Nuria-, es mi padre pero ya se iba.

Alberto se hizo paso entre los chavales. “O sea que además es profesora de mi hija, cada vez lo entiendo menos” –iba diciendo para sí mientras se alejaba. Volvió su cabeza hacia el grupo de estudiantes y su mirada se volvió a encontrar con la de Ángela que la mantuvo fija en sus ojos.

Ángela lo vio alejarse y una gesto de desagrado se marcó en su rostro. Esos ojos pertenecían al hombre que se hospedaba en el hotel de su marido. Sin duda era demasiada casualidad como para no empezar a sospechar algo serio. Los comentarios que Mari Leo le había hecho la tarde anterior acudieron a su memoria y nada bueno le hicieron presagiar. En principio aquel hombre no había cometido ninguna ofensa: pernoctar en un hotel e intentar hablar con su hija no eran motivo de censura, pero la coincidencia de que ese hombre la hubiera estado observando en su propia casa la hizo sospechar. Ángela era inteligente y barruntaba que la actitud de aquel hombre no era del todo razonable. Estaría alerta.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Exposición fotográfica

"Cariño, has visto mi..."
"Presa"
"Match Point"
"Abracadabra"
Durante el mes de diciembre expongo una selección de fotografías en "El Café Alonso", Paseo del Espolón de Burgos. Espero os gusten. Os dejo cuatro fotos. Gracias por acercaros.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El refugio de los sueños: Especiales

Se encontraba haciendo cola para entrar al teatro. Era alto, moreno, delgado. Estaba acostumbrado a que le miraran; hacia años que no le inquietaba, que no prestaba atención a la gente por este motivo. El accidente que tuvo de adolescente y la posterior operación le habían destruido el rostro. Una gran cicatriz parecía dividir su cara en dos y hundía su pómulo derecho de forma brutal. Cuando se miraba en el espejo para peinarse o afeitarse, se asombraba de que la mayoría de las personas tuvieran un rostro simétrico. Vivía resignado con su fealdad, pero habiendo superado el trauma inicial.

Sin percatarse debió dar un pequeño paso hacia atrás y su zapato pisó uno de los pies de la persona que se hallaba a su espalda. Al volverse para dar disculpas su mirada se encontró con unos ojos cegados; la cortina blanquecina que los cubría les hacía desaparecer casi por completo. Contrariado se disculpó por su torpeza. Una sonrisa de aceptación brilló en la hermosa cara de la mujer ciega.

-¿Va al teatro? –se atrevió a preguntar el hombre.

-Sí, me encanta. Es de las pocas cosas que puedo disfrutar –contestó ella.

-Si lo desea puedo ayudarla; hay mucha gente.

-Gracias, es muy amable –respondió apoyando su mano en el brazo del hombre.

Se sentaron juntos, en el patio de butacas. A menudo la observaba de reojo. El interés de la joven hacia la obra era máxima. Nada desviaba su atención del escenario aunque no pudiera verlo. La función terminó. La gente puesta en pie aplaudió. La cara de los actores denotaba que toda había ido bien. Ella no las vio, pero podía intuirlo. El aplauso además de general era afectuoso, ese que llega a los actores.

El la ayudó de nuevo a desenvolverse entre el público. Recogieron los abrigos del guardarropa y salieron a la calle. Había caído ya la noche y el frío burgalés se hacía sentir. Ella seguía apoyada en su abrazo. El se atrevió a invitarla a un café en un local contiguo al teatro. Ella aceptó. Entraron en el café en el que había bastante gente, algunos, sin duda, habían entrado directamente después de disfrutar de la obra. Ambos notaron que les miraban y que la gente se apartaba para dejarles paso. Estaban acostumbrados. Se sentaron junto a la única mesa que había libre, al fondo del café.

-¿Cuál es tu nombre?-preguntó la chica.

-Alberto, ¿y el tuyo?

-Clara –contestó ella mirándole sin verlo.

-He notado que al entrar en el café la gente nos franqueaba el paso pero también callaban; no me había sucedido nunca.

-Es por mí, soy muy feo. Sin duda el vernos juntos les ha sorprendido.

-A mí no me pareces feo. Yo nunca he visto cosas bellas, pero si he descubierto la fealdad en ciertas personas, y te puedo asegurar que, aunque te conozca poco, no me pareces una persona fea. Tu voz transmite tranquilidad y confianza. Y tu trato es delicado, además en ningún momento he sentido que te comparecieras de mí, lo cual me halaga. Y, ¿por qué dices que eres feo?

-Un accidente que tuve de niño me destrozó la cara. Tú, sin embargo, eres preciosa, nunca he visto rasgos más delicados en un rostro.

El le preguntó por la obra:

-¿Qué te pareció? ¿La entendiste bien?

-Creo que sí. Todos los personajes giraban en torno a la madre, como si fuera la abeja reina de un panal de miel. Era la que mandaba aunque estuviera emboscada en una fingida ternura que no tenía.

-La has entendido mejor que yo, sin verla.

-La ceguera me agudiza mis otros sentidos. Me pasa contigo, cuando te digo que no creo en tu fealdad.

Pasó el tiempo en aquel café. El se atrevió a coger las manos de ella. Clara no las rechazó. Salieron a la calle. El frío se había instalado definitivamente sobre la ciudad. Alberto le acompañó a casa y ella le invitó a subir. Ninguno de los dos estaba preparado para un encuentro amoroso; para ambos era la primera vez. El desabotonó la blanca blusa de ella, mientras Clara se dejó llevar. Al fin se encontraron. Ella deslizó su mano por el pecho de hombre; sus dedos dibujaron una tierna caricia ascendente y se atrevieron a posarse en la terrible hendidura del rostro. Mientras tanto Alberto sentía el cálido y alterado cuerpo de la mujer. Besó sus labios con deseo. Los suyos fueron ascendiendo hasta posarse en los blanquecinos ojos de Clara llenándolos de vida.



lunes, 23 de noviembre de 2009

Opinión: ERE a los sindicatos.

Hace ya siete años que dejé de trabajar en banca. Seis estuve pre-jubilado y ya llevo uno con la jubilación a cuestas.

Hoy me invitaron a una reunión en la UGT, sindicato al que pertenezco, pues en la banca se están produciendo situaciones de difícil solución para los trabajadores, y la delegación de Burgos quería poner al día a los afiliados sobre la situación.

Tengo amigos y compañeros en el banco que ya me habían hablado de tal situación, lo que desconocía es que fuera tan grave.

Resulta que, en lo que va de año, Banesto y el Santander han despedido sólo en Castilla y León a ochenta trabajadores, alguno de ellos con veinte años de antigüedad, alegando baja productividad (¡después de veinte años trabajando aplican éste motivo, demencial!). Los despidos el juzgado los considera improcedentes – que no nulos como debiera de ser – El banco indemniza por encima de lo que dicta la ley y el trabajador se ve casi imposibilitado a recurrir, ya que en caso de hacerlo recibiría al final menos dinero. Lo más grave es que el 95% de los trabajadores despedidos estaban afiliados a UGT o CCOO. Si tenemos en cuenta que la proporción de trabajadores de banca afiliados a estos sindicatos no llega al 10% de las plantillas, resulta ignominioso que la banca tome este tipo de resoluciones, y lo que es más grave que nadie intente poner un poco de cordura en esta vergüenza. Esto no es más que un ERE encubierto, que por cierto se ha venido realizando desde hace ya muchos años con las pre-jubilaciones anticipadas, pero hasta hoy eran generalizadas no dirigidas a afiliados a los sindicatos de izquierdas.

Ya comenté al principio que estoy ya fuera de estos avatares, pero propuse que la dirección sindical de Burgos elevase a la cúpula de los sindicatos sus quejas por la poca o nula defensa que hacen de sus afiliados. Hubo discrepancias, muy plausibles, pues algunos de los presentes pensaba que de remover más el asunto iban a ser muy pocos los que se afiliaran a los sindicatos. Creo que es un error esta especie de huida.

Los trabajadores también tienen parte de la culpa. Nunca hemos sido reivindicativos. El trabajador de banca nunca se ha considerado un obrero, pues lleva chaqueta y corbata, y siempre fue a remolque de la patronal. Hoy, nos dijeron, estaban citados en total 230 trabajadores de Burgos a la reunión. Alrededor de la mesa éramos nueve personas más el coordinador: seis trabajadores en activo(ninguno menor de cincuenta años) y tres jubilados. La mayoría de le gente joven que hoy en día trabaja en banca, lo hace de sol a sol o sea de ocho a ocho(aunque el horario sea de ocho a tres de la tarde); sin cobrar horas extras y por tanto con defraudación a la Seguridad Social. Todo esto se ha sabido siempre, pero…Para tener en cuenta.

sábado, 21 de noviembre de 2009

En el refugio de los sueños: Reencuentro

El día amaneció bajo una espesa niebla. Los árboles del paseo apenas existían bajo el puré de aquella especie de bruma acuosa. Luis, fiel a su costumbre de caminar todas las mañanas antes de acudir a su trabajo, ese día tampoco faltó a su cita. Sabía además que en las mañanas de otoño el fenómeno se repetía casi a diario y que a mediodía luciría un sol espléndido.

Eran pocas las personas que paseaban por el parque a aquella temprana hora, pero siempre solía coincidir con algún conocido con el que charlar un rato. Paseaba protegiéndose del frío que ocasionaba aquella niebla húmeda cuando le pareció ver algo en el suelo que parecía una cartera. Se agachó y efectivamente lo era. La abrió y pudo comprobar su contenido: el carne de identidad, la tarjeta de la seguridad social y otras diversas de entidades de crédito y de asociaciones; también había un buen número de euros. Se le ha perdido a alguien –razonó-. Pudo comprobar que ese alguien era Marta Fernández Jiménez. Aquel nombre le era conocido pero por más que pensó no recordó. El domicilio de la tal Marta estaba próximo a dónde el había vivido de crío con sus padres. Dudó en ir a devolver en ese momento la cartera o hacerlo después del trabajo. Optó por esto último.

A las ocho de aquella tarde se dirigió al domicilio de Marta, no muy distante de su casa. Había intentado desde la oficina buscar su número telefónico pero no lo había encontrado. El móvil ha ganado al teléfono fijo de toda la vida o quizás esté a nombre de otra persona –se dijo-. En el domicilio no respondieron a sus llamadas por lo que escribió una breve nota y la deslizó por debajo de la puerta.

El teléfono de su casa sonó sobre las diez de la noche, era Marta.

-¿Don Luis González –preguntó una voz que denotaba cierto nerviosismo.

-Sí, soy yo –respondió Luis suponiendo quién le llamaba.

-Verá, don Luis, al parecer ha encontrado usted mi cartera…

-Sí, la encontré en el Parque de la Quinta esta mañana, mientras paseaba.

-Gracias por su nota. No sabía si la había perdido o me la habían robado. Yo también suelo ir a pasear a ese parque. ¿Cuándo le viene bien que pase a recogerla?

-Cuando usted desee, pero si quiere se la llevo yo mismo. No es molestia de verdad; su domicilio está cerca de mi lugar de trabajo.

-Es usted muy amable. Le espero mañana, entonces, sobre las ocho de la tarde.

-Llegaré un poco más tarde. Termino a esa hora de trabajar. Hasta mañana.

-Hasta mañana y muchas gracias de nuevo –dijo María, despidiéndose.

La puerta se abrió y Luis recordó. Aquella Marta era la niña de sus sueños. Aquellos ojos intensos, negro, vivos, no habían cambiado. Habían pasado casi cincuenta años y sus ojos seguían siendo los mismos; los que había deseado durante todo el bachillerato. En estos años había olvidado los apellidos de aquella mujer, casi su nombre y su rostro infantil, pero no los ojos. Tardó aún segundos en recuperar su rostro de entonces, pero aquellos ojos le hicieron recordar.

-Perdona…perdone –balbució Luis-. Tú, usted…es Marta la del colegio. Soy Luis…el del colegio.

Marta mirándole sorprendida preguntó:

-¿Qué colegio…?

-El de los hermanos salesianos, aquí a la vuelta de la calle…

-¡Ah, el colegio! ¿El colegio de niños, habla usted?

-¡Sí claro de niños! Yo fui compañero suyo de clase varios años. Sólo que de esto va a hacer casi cincuenta años.

-Luis que más, no me dijo su apellido

-Luis González el de pupitre de al lado. Yo era muy amigo de Alfonso.

-Alfonso, mi marido –dijo Marta con voz entristecida-. Por favor Luis, pasa y siéntate.

-¿No me diga…? ¿Por qué no nos tuteamos? ¿No me digas que te casaste con Alfonso? Bueno, no me extraña, él no tenía ojos más que para ti. Y yo también –se atrevió a decir Luis-. ¿Qué es de él? Hace muchos años que no lo veo.

-Murió hace cuatro años.

-Lo siento, fuimos muy amigos de chavales. Alfonso, Alfonso que recuerdos.

-Y tú eras Luis, me parece empezar a recordar. Efectivamente han pasado muchos años –comentó Marta.

-Sí, supongo que he envejecido mucho. Sin embargo yo te he reconocido nada más verte, no has cambiado tanto al parecer.

-Eso suena a cumplido.

-Es la verdad.

-Luis, sí, ya recuerdo. Siempre andabais juntos Alfonso y tú.

-Nos peleábamos por ti. A mí me parecías la más guapa del colegio. El ganó. Yo te perdí la pista en cuanto dejé el colegio.

-¿No serías tú el que me enviaba aquellas notas con tanta pasión y …tantas faltas de ortografía?

-Sí, era yo. Ya me ha abandonado una de esas dos facetas de mi vida.

-¿La pasión?

-No, las faltas de ortografía.

-Marta se echó a reír como cuando era niña, abriendo su hermosa boca y mirando hacia arriba.

-Tu sonrisa sigue siendo preciosa.

-Luis, no me hagas ruborizar, hace muchos años que no me hacen halagos.

- En qué estarán pensando los hombres. Yo siempre traté de halagarte: te invitaba a caramelos. Recuerdo que una vez hasta te dejé mi gorra una mañana de lluvia. Yo era muy tímido, entonces –aclaró Luis, temía no estar a tu nivel.

-Sí, es cierto, recuerdo lo de la gorra –dijo una sonriente Marta.

-¿Qué edad teníamos, Luis? Trece, catorce. Yo tengo casi sesenta.

-Yo les hice hace un mes –comentó Luis.

-¿Te casaste?

-No, nunca lo pensé.

-Pero, ¿te habrás enamorado alguna vez?

-Casi las mismas que me desenamoré. Sólo se es fiel al primer amor.

Marta volvió a ruborizarse y comentó:

-Sí, los amores de chicos. Bueno Luis, te agradezco mucho que me hayas devuelto la cartera.

-El azar o el destino que se han puesto de acuerdo–bromeó Luis, para añadir-. Me alegra mucho haberte vuelto a ver. A ver si no pasan ahora otros cincuenta años.

-No, seguro que no.

Luis se levantó y se dirigió hacia la puerta. Marta la abrió y se quedó mirándole cuando pulsó el botón del ascensor. Tras un segundo de dudas se atrevió a decir:

-Luis, te gustaría venir a cenar mañana conmigo es quizás la única forma que tengo de agradecerte…

-¿Que haya encontrado tu cartera?

-No, que en todos estos años no te hayas olvidado de mí.



jueves, 19 de noviembre de 2009

Opinión: Mi calle

Mi calle no es sólo es el lugar dónde se ubica el edificio en el que vivo. Considero que mi calle son todas las plazas, avenidas, parques… de mi ciudad. Por eso no entiendo que cuando esto escribo, todas, salvo rara excepción estén con obras.

Aceras, zonas de aparcamiento, carreteras, puentes, lugares de esparcimiento, carriles de bicis, jardines, etc., todo levantado. ¿Por què?

Sabemos que el gobierno, en su intento de solucionar la crisis laboral, ha dado subvenciones a los ayuntamientos para que contraten obra pública, y así contribuir favorablemente al empleo. El ayuntamiento obra en consecuencia y se gasta ese dinero. Hasta aquí totalmente de acuerdo.

Sucede que en mi ciudad, Burgos, les ha dado por destrozar buena parte de las aceras para hacerlas nuevas; aceras que habían sido remodeladas apenas hace dos o tres años. Lo sé de buena tinta: cada paso de peatones, con accesos para inválidos, había salido por unos 50.000 euros. Estos accesos han sido levantados, en buena parte de la ciudad, para meter tuberías de desagüe y cableado. Me pregunto: ¿Se han roto todas a la vez? El carril bici, de reciente creación y del que se vanagloriaron nuestros políticos en su día, está tan troceado que resulta imposible usarlo.

El puente de la Plaza de Castilla fue restaurado, aceras y barandillas, no hará dos años. Bueno pues lo han levantado todo para duplicar, ahora, su anchura. A esto se llama falta de previsión.

Ahora quieren pavimentar el Paseo de la Isla, construido en la época de la ilustración francesa a modo del de Versalles. Todo un derroche de imaginación.

La calle de San Carlos, lo sé porque he trabajado en una empresa sita en dicha calle, ha sido remodelada cuatro veces en los últimos diez o doce años. Todo un acierto de gestión.

Podría seguir pero de verdad que me aburre. Hubiera sido más lógico emplear las subvenciones para crear infraestructuras coherentes: se me ocurre el soterramiento del tren, dejando la estación en el lugar que ocupaba y no sacando el trazado ferroviario lejos de la ciudad, por lo que los viajeros de RENFE se ven obligados a realizar dos viajes, uno hasta la estación y otro hasta su destinos. Un completo disparate.

Si quieren mañana hablamos del aeropuerto.



martes, 17 de noviembre de 2009

La cuñada de M.L.: "Alberto"

Tenía los ojos fijos en las dos mujeres. Vio como Ángela y Leonor se abrazaban y cerraban la puerta tras de sí, desapareciendo de su vista. Rastreó la fachada de la vivienda de izquierda a derecha y de abajo a arriba. Los segundos se le hicieron eternos, no parecía sino que en el interior de la casa el tiempo se hubiera detenido en total oscuridad. Después de unos momentos, que no pudo asumir, una de las ventanas de la parte inferior de la fachada se llenó de luz. Las siluetas de las dos mujeres podían observarse detrás de los visillos de encaje. Parecían estar dándose explicaciones por el movimiento de sus manos. No podía apartar la mirada de aquella ventana. Leonor era la más alta de aquellas dos siluetas; la otra no le recordaba a nadie. Debía de tener el pelo ensortijado El volumen de la cabeza así parecía indicarlo. Aquella mujer era la que más aspavientos hacía. No paraba de moverse, de girar sobre sí misma y alrededor de la otra silueta. Las vio abrazarse de nuevo. Observó como la silueta más alta parecía apoyar la cabeza en el hombro de la otra mujer. Estuvieron así un largo rato. Tampoco esta vez pudo asimilarlo. Se estaba volviendo paranoico, si es que no lo estaba ya. ¿Qué hacía allí? –se preguntó- ¿Por qué había seguido a Leonor?¿Qué derecho tenía a inmiscuirse en su vida, a estas alturas? Pero algo que no podía controlar, tal era su fuerza, le atraía hacia esa mujer. No podía evitarlo. No asumía su pérdida aunque él fuera el único culpable. ¿Qué podía hacer? ¿Esperar? ¿A qué? Y esperaba apoyado en el árbol que le servía de cobijo, con la mirada, ahora, perdida por encima de los tejados de las casas contiguas a la de las dos mujeres. El cielo estrellado le devolvió su incertidumbre. Y recordó. Recordó aquellos años vividos en España con Leonor, hasta el nacimiento de su hija. Se preguntó el porqué de su enamoramiento con Laura, justo en el momento de su vida en el que era más feliz: habían pasado lo peor desde su llegada de Argentina; tenían conocimiento del resto de sus familias en aquel país; había logrado conmutar y terminar sus estudios; acababa de nacer Nuria… Qué más le podía pedir a la vida. Leonor era una mujer extraordinaria y tremendamente atractiva. Qué le impulsó a caer en brazos de otra mujer. No hallaba respuesta alguna, quizás por que no la había. Se estaba quedando helado. Había mucha humedad en aquellas primeras noches de otoño. Se subió el cuello de la americana y siguió esperando.

Un hombre con abrigo y sombrero venía por la acera opuesta en la que se encontraba Alberto; éste retrocedió escondiendo el cuerpo de su vista. El paso de aquel hombre era parsimonioso, se balanceaba ligeramente. Llevaba la mano derecha dentro del bolso de su cazadora, mientras apuraba un cigarrillo que con su mano izquierda posaba de vez en cuando entre sus labios. Le recordó a los antiguos galanes del cine que tantas veces había visto en aquellas tardes de juventud allí en los barrios de su ciudad. El hombre cruzó la cancela de la casa en dónde estaba Leonor con aquella mujer que había ido a visitar. Tocó el timbre de la puerta y al poco rato la mujer de pelo ensortijado le abrió la puerta, cerrándola a continuación. Por la ventana iluminada pudo, ahora, observar como la mujer de la silueta alta abrazaba a aquel hombre y lo besaba. Desaparecieron de su vista pero la luz de la vivienda permaneció encendida. Estaba intrigado. Tomó una decisión improvisada; quería enterarse quién era la mujer motivo de la visita y quién era aquel hombre que había besado efusivamente a Leonor. Cruzó la calle y tras cruzar el pequeño jardín de la casa contigua llamó al timbre de la puerta. Transcurridos unos momentos la luz del recibidor se iluminó y apareció en la puerta una mujer mayor de aspecto agradable.

-Perdone señora –dijo Alberto ligeramente nervioso-, debo haberme equivocado, ¿no vive aquí María… no recuerdo su nombre… una mujer con pelo ensortijado y…

-No esa mujer es Ángela, se ha equivocado usted, vive aquí en la puerta de alado, en el doce, este es el catorce.

-Discúlpeme. Hay tan poca luz en la calle…

-Sí está muy oscuro. Apenas hay farolas y las pocas luces están cubiertas por las hojas de los árboles.

-Gracias por su información, señora

¡Ángela!, ya sabía su nombre –se dijo Alberto y sonrió-. Volvió a su escondite.

En el interior de la casa, Ángela y Leonor habían estado discutiendo acaloradamente. Leonor no tenía las cosas claras, y menos ahora con la llegada de su ex marido. Ángela, Roberto, Alberto, eran demasiadas personas a la vez para ella. Ángela reía mientras Leonor se ponía más y más furiosa. No sabía muy bien cómo debía atender a esta nueva situación. Ángela le estaba poniendo de los nervios. No entendía como alguien podía tomarse esta situación de forma tan a la ligera

Por su parte Ángela, mucho menos dada a otorgar a los acontecimientos tal transcendencia, se sentía feliz sólo con ver a su cuñada Mari Leo, aunque ésta estuviera tan irritada como en estos momentos. Giraba alrededor de ella y Leonor le seguía como en un baile. Las dos mujeres se juntaron y Leonor apoyó la cabeza en el hombro de Ángela. El cabello de las dos mujeres se fundió también en un prolongado abrazo.

-Ven –dijo Ángela separándose de Leonor y llevándola de la mano hasta el sofá.

-Tu hermano va a venir. He quedado aquí con él –comentó Leonor mientras se dejaba llevar.

-¡Roberto! ¿Y, eso?

-Tiene que contarte algo.

-¿Importante o urgente?, como suele decir él.

-Importante sí parece, al menos para mí. Urgente no creo.

-O sea que tú lo sabes. ¡Cuéntamelo, anda! – solicitó Ángela mientras trataba de hacerle cosquillas a Leonor y ésta trataba de escabullirse.

Sonó el timbre en la entrada.

-Debe ser Roberto –dijeron las dos mujeres a la vez mientras reían.

Ángela abrió la puerta. Roberto se dirigió directamente al salón y abrazó y besó en los labios a Leonor. Ángela se acercó a ellos sonriendo.

-¿Qué es eso tan importante que tienes que contarme, hermanito?

-¡Ah! Ya te ha puesto al corriente Leonor.

-No, hijo, no. Tu chica es muy prudente. Sólo me ha dicho que tenías algo que contarme. A ver, dime.

-Ildefonso me ha propuesto que trabaje para él.

- Genial –soltó Ángela y se dirigió al aparador.

-Brindemos –dijo mientras sacaba una botella de champán- y celebremos el nuevo trabajo de Roberto. ¡Viva mi marido! ¡Ya estamos todos juntos!

En el exterior Alberto seguía mirando la visillos de la ventana.



lunes, 16 de noviembre de 2009

Opinión: Pekín, qué felicidad


Desde hace quince días vive en nuestra casa una señorita, de nacionalidad china, que está estudiando y aprendiendo nuestro idioma en la Universidad de Burgos. Llegó a España a través del Instituto Cervantes en Pekín.

Tiene diecinueve años y unas ganas locas por aprender y sobre todo de vivir. Se la nota en su mirada, que aunque sus ojos sean pequeños, la delata. Llegó a nosotros por una amistad de la Universidad que nos preguntó sobre la posibilidad de que viviera con nosotros, en familia, durante cuatro meses; la forma más fácil de aprender un idioma, a parte de las clases que la imparten, es estar integrada en un ambiente español con poco contacto con el resto de compañeros de su país, nos dijeron. Nos pareció una buena experiencia, no solo para la chica, sino también para nosotros. Los pocos días transcurridos así parecen confirmarlo.

Comento esto a modo de introducción porque en la actitud de esta muchacha hay cosas que nos sorprenden muy gratamente. Nos parece que tiene una madurez poco común a su edad, sobre todo si la ponemos en plano de igualdad con algunos de nuestros jóvenes.

Como ejemplo podría poner que ya hace frases correctas a la hora de hablar(lleva un mes en España) y que nos entiende como ella acostumbra a decir: “más o menos”, siempre que la hablemos despacio claro está. Se debe sin duda a su perseverancia en el trabajo; está las 24 horas tratando de pensar en español. Supongo que el esfuerzo tiene que ser agotador.

Nos reímos mucho con ella, cuando confunde cosas. La confusión se debe a que se implica al máximo: ve la tele, ha ido con nosotros al teatro, la hemos llevado a museos… y siempre está atenta a lo que le comentamos. Una delicia, vamos.

El domingo nos sorprendió con algo que no entendía. Según ella mi hija y su novio deberían estar ya casados. No entendía el porqué de no haberlo hecho ya a la edad que tienen. Mi esposa y yo reíamos, y más cuando Carolina, que así se llama con nombre español, insistía para que lo hicieran antes de que ella regrese a su país, el mes de marzo próximo. “Yo quiero estar de boda” decía.

Mi hija le preguntó que cuándo iba ella a casarse. La respuesta fue rápida: “a los veintiséis años”. ¿Por qué a los 26 años? Porque a esa edad ya tendré mucho dinero. Nos miramos. La mico de diecinueve años ya sabe que allí en su país a esa edad ya habrá terminado sus estudios, tendrá trabajo seguro y se casará a esa edad. ¡Ah, novio ya tiene!

¿Será así en Pekín? Parece que allí no hay crisis y que los jóvenes encuentran trabajo con seguridad. ¡Qué felicidad!


jueves, 12 de noviembre de 2009

Opinión. La edad

Tenía cincuenta y tres años cuando me “obligaron” a pre-jubilarme en el trabajo. Mi empresa una entidad bancaria. De esto hace ya ocho años; lo digo porque por entonces aún no había crisis financiera, al menos que se supiese. Decía que me obligaron entre comillas, porque las pre eran voluntarias; claro que siempre tenías la espada de Damocles encima: vamos que te podían enviar a trabajar a 80 km. de tu lugar de residencia o hacerte la vida imposible en tu lugar de trabajo. De ahí lo de las comillas. Como a mí a cientos de personas.

En mi caso particular, no quiero decir con esto que a todos los pre-jubilados les haya sucedido, había invertido el banco bastante dinero en mi formación. La incipiente informatización por aquellos años, hacía que el trabajo que desempeñaba, el departamento de extranjero, necesitara de una mayor especialización que el resto de los trabajos que se desarrollaban en la banca. Esta inversión en mi persona, viajes continuos a Madrid, cursos de inglés,etc… la echaron por tierra a lo sumo a los dos o tres años de haber implantado, ya con seriedad, la informatización de mi departamento. Mis conocimientos no fueron empleados, ya que no prepararon a nadie más ni a mí me mandaron hacerlo (bastante trabajo había). Me “ofrecieron” la pre-jubilación; económicamente no me dejaban del todo mal, y me marché. Tenía como dije al principio cincuenta y tres años; pienso que la mejor edad para desarrollar mi específico trabajo. ¡Ah!, se me olvidaba: el departamento de extranjero desapareció de la sucursal. Ahora lo envían a Madrid y con una clave de Burgos lo resuelven (movilidad geográfica técnica lo denominábamos los empleados, que por otro lado siempre nos negamos a la movilidad geográfica del personal a criterios de la empresa).

Por qué cuento esto. Pues en un principio, porque me parece mal que la gente deje sus trabajos a esa edad o a los pocos años más.

No sé si se acierta o no al situar la edad de jubilación en los sesenta y cinco años. Creo que depende de los trabajos que se realicen. No debe ser lo mismo trabajar en un andamio, en una mina, u otros trabajos en los que hay que desarrollar un trabajo más físico, que hacerlo detrás de una mesa como administrativo, funcionario, etc. Pero en un principio y de modo general, los sesenta y cinco puede parecer una edad correcta.

Un maestro de chicos y chicas también podrá tener problemas hoy en día( antes desde luego que no) para llegar a esa edad. Ninguno, que yo sepa, pasa de los setenta dando clases. Un catedrático en la Universidad quizás esté en su mejor momento, también a esa edad, y el país debiera proteger que sus conocimientos no se pierdan antes de tiempo.

Se podrá decir que no hay que marginar a nadie por sexo, religión…, y quizás por edad, pero esto último dentro de unos límites ya que la capacidad de trabajo se va perdiendo con los años.

Me indigna, a bote pronto, que los señores Zapatero y Rajoy se hayan puesto de acuerdo para que presida, la Corporación de RTVE, D. Alberto Oliart, de ochenta y un años, los próximos tres años, que para entonces contará con casi ¡85 años!; ¡treinta y dos años más que cuando a mí me pre-jubilaron! ¡Me parece insultante! Y ya dije al principio que hay cientos, miles de casos como el mío. No puedo entrar a valorar la gestión que el señor Oliart va a desempeñar. En un principio por su edad y por su nula experiencia en los medios de comunicación, tal y como señalan los periódicos de hoy, su aportación será escasa o nula. El tiempo, ese soberano señor que quita y pone razones, lo dirá.



miércoles, 11 de noviembre de 2009

La peligrosidad de vivir.

A quién acecha más el hálito de la muerte, al escalador a punto de conseguir otro ocho mil o al anciano que lee en su cómodo sillón las noticias del periódico. Todo es un juego. El tiempo para el anciano se está acabando y él lo sabe. Para el alpinista sólo queda la bajada, el abismo, y parece ignorar el peligro, y aunque ésto no sea así lo asume: es su forma de vivir. ¿A quién de los dos le ronda más cerca la muerte? Sin duda al viejo le sopla la muerte en la nunca, por eso buscará en aquellos placeres que aún le quedan su último asidero. Ya no será el de aquella novia que tuvo ya hace muchos años; aún recordará sus ojos, pero preferirá, sin duda, escuchar una música placentera que le suma en una ligera inconsciencia gratificante, o esperará la hora de la comida: aquel guiso que sin duda le está preparando Isabel en la cocina. Y es que vivir encierra peligros.

Cada edad posee sus cartas. El joven tiene en su actividad cotidiana los peligros que la sociedad ha creado. La propia vida hace que se muevan con demasiadas prisas. El propio trabajo lo demanda. Mis hijos no son más que un ejemplo: el chico está hoy en Alemania y mi hija en Portugal, ambos por motivos de trabajo. En unos días regresarán y volverá a empezar la rueda.

No hay entonces actividad más dura que la existencia de cada uno. Con el paso de los años, el deportista irá modificando sus hábitos para lograr alcanzar la meta deseada. Cambiará aquellas largas caminatas para encontrarse a solas con la naturaleza y disfrutar de los amplios valles que le llenaban de placer, por la pausada lectura de unos versos. Quizás se le haya olvidado el perfume de la piel de la joven mujer con la que se casó, al sentir en sus papilas el aroma que le llega desde la cocina.

¿Dónde hemos de buscar para acertar? En ninguna parte, ya dije que era sólo un juego. De la vida alguien opinó que era una excursión hacia la muerte. Pero una excursión tiene sus momentos de felicidad, de encuentros, de amores…Uno debe sentirse vivo. Al igual que el viejo debe agarrarse a la vida con todas sus fuerzas, pues a la vuelta de la esquina puede estar aguardándote aquella piel morena, con la que disfrutabas en tu juventud, en forma de música, de libro, o simplemente de curiosidad.



martes, 10 de noviembre de 2009

En el refugio de los sueños: Te acuerdas Miguel

Hace unos pocos días se ha jubilado un amigo entrañable, con el que compartí momentos de mi vida de esos que se recuerdan siempre. Tanto en el trabajo, fue allí donde coincidimos, nos conocimos y deseamos ser amigos, como en el ocio, nuestra relación fue siempre estupenda(siempre me ha encantado esta palabra: estupenda). A ambos nos gustaba jugar al fútbol, pero fue en los últimos años de práctica de este deporte, pasados ya los treinta años, cuando coincidimos en el mismo equipo, y nuestra amistad se afianzó más si cabe. La competición ya era por entonces más “laight”(no sé si se escribe así, y es que a mí este idioma de bárbaros no me subyuga precisamente), jugábamos campeonatos de empresas y cosas así, torneos que se inventaban para seguir practicando este maravilloso deporte (recuerdo ahora unas palabras de Pancho Puskas en las que decía que a él le gustaba más jugar al fútbol que vivir).

Con motivo de su jubilación, y como solemos hacer siempre, celebramos una comida de despedida. A los postres le entregamos unos regalos entre los que iba un maravilloso volumen ilustrado sobre paisajes de Castilla y León. Todos los compañeros le firmamos en el libro y yo me atreví a insertar el siguiente comentario:

“Te acuerdas Miguel; yo procuraba llevar la redonda pegadita al pié, y a veces tras un gambeteo (siempre me sobraba alguno) lograba enviarte el pase por entre los defensas. Tú, si habías conseguido tras la veloz carrera no salirte del pasto, conectabas pegadito a la cal y escupías el centro. Allí se encontraba el delantero de turno; las más de las veces pifiaba, y vuelta a empezar; pero si lograba golpear la bola y enviarla por el ángulo, el golero (que diría Valdano) no la podía ni pellizcar. Gritábamos nosotros ¡¡GOL!!, sólo nosotros, y quizás el de la gabardina o el “Vista”. Y ahí se acababa todo; tras este acto de amor sólo se oía el viento.

En estos 35-36 años, y en nuestros trabajos, acertamos las más de las veces, me atrevería a decir que todas, y que recuerde nunca se oyó un aplauso, tan sólo el sonido del viento. Pero resulta tan bello recordarlo ahora desde lejos.”

Un abrazo Miguel, y hasta el próximo pase ( asistencia lo llaman ahora ).



lunes, 9 de noviembre de 2009

Opinión: El tiempo

“La vida, como algo que hacemos nosotros mismos, no es en sí corta ni larga sino más bien en nuestra preocupación por ella” (Lucio Anneo Séneca)

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Durante mi vida han sido muchas las veces, aunque nunca suficientes, que he charlado con gente interesante, especialmente amigos. Recuerdo una noche en la que compartíamos mantel con Eduard Carbonell, Antropólogo de la sierra burgalesa de Atapuerca. Su presencia, en un principio, nos impedía establecer una conversación plácida y distendida. Sabíamos que estábamos con una persona con conocimientos suficientes sobre el ser humano como para acaparar aquella noche y algunas otras más. Pero fuera por el mor del fuego en la chimenea o por el licor que tomábamos después de la copiosa cena que nos preparó, como siempre, nuestra amiga y anfitriona Milagros, el caso es que Eduard, sin que nadie se hubiera atrevido a preguntarle directamente por sus investigaciones, se puso a charlar y nos ofreció una magistral conferencia sobre la evolución humana. Personalmente no me hubiera atrevido a osar preguntarle por su trabajo en una cena de amigos; fue él quien venció nuestra timidez.

Habló con sencillez. Nos embarcó en su mundo sin apenar darnos cuenta. Nos habló del tiempo. Ese que parece que se nos escapa de las manos cada vez más deprisa. Es cierto, nos decía que el día tiene veinticuatro horas para todo el mundo, pero esto es sólo una forma de medirlo. Al niño, basta con recordar nuestra infancia, las horas se le hacen eternas, mientras que a las personas mayores les desaparecen de las manos a toda velocidad. Cuando tenemos muchas ocupaciones parece que no tenemos tiempo para emprender todas ellas, pero el motivo principal no es el reloj, mecanismo que sólo mide el tiempo según los criterios por los que nos regimos, sino que son las células del cuerpo quienes, cuanto más viejas son, más nos van haciendo intuir esa premura. Las células son las que miden el tiempo real de cada ser humano, aunque a veces intentemos disfrazarlo, sin darnos cuenta, de trabajo, de inquietudes o de pereza en al caso contrario. No porque estemos ociosos pasará más despacio, sino que el aburrimiento nos llevará a pensar que esto es así.

Nos habló también de la igualdad del hombre y la mujer. Es cuestión de “tiempo”, pero de tiempo biológico. Según Eduard, la mujer es más débil porque su constitución corporal está preparada para el parto, el ensanchamiento de sus caderas es, en parte, lo que le lleva a esa debilidad. A medida de que la mujer deje de parir (hay que pensar que ya se efectúan cesáreas y lo que es más importante embarazos in vitro) dejará de ser más débil y la tendencia a la igualdad física se irá imponiendo; esto es lógicamente la evolución que esperan los antropólogos del ser humano. Se lo dicen los huesos hallados en la sierra burgalesa.

El tercer dato, de los que recuerdo, sobre el que nos habló aquella noche, se relacionaba con la velocidad. La fórmula la sabemos, nos decía v = e/t. ¿Pero si resultara que el espacio o el tiempo no fueran como ahora los entendemos? La fórmula, lógicamente, perdería todo su valor. Nos decía que en laboratorio ya se había comprobado que un objeto podía llegar a su destino antes de que partiera de su lugar de reposo. ¿Ciencia ficción? Quizás. El futuro lo desvelará, de momento tenemos internet y los correos que quién saben si no los lee alguien al otro lado del planeta, antes de que hayamos acabado de escribirlos.



viernes, 6 de noviembre de 2009

El Alakrana.

Ayer escuchaba por televisión la angustiada, pero serena voz, del patrón del barco pesquero vasco, el Alakrana. Era una voz pidiendo auxilio. Su solicitud de ayuda está plenamente justificada por la situación en la que se encuentran él y sus compañeros de trabajo: tres de ellos habían sido llevados a tierra, la muerte les aguarda, según la presión que hacen los piratas, si el dinero del rescate no llega y los dos piratas somalíes en poder de las autoridades españolas no son liberados.

Pero por qué se llega a esa situación. Somalia es un país sin gobierno, sin leyes, pobre, lleno de miseria, por donde campea gente sin control. ¿Por qué las naciones que vivimos en la opulencia vamos a quitarles el único bien que poseen: el mar?

Se podrá decir que los piratas no buscan más que el dinero fácil, pero a lo mejor, o a lo peor, resulta que es la única forma que tienen de vivir. ¿Quién dictaminó que las aguas internacionales son libres? Ellos no, sin duda.

Se habla de enviar personal militar en los barcos pesqueros, o protección privada con armamento para repeler a los piratas. ¿Se imaginan que hubiera que llevar militares con todo aquel empresario que quisiera hacer negocios en el extranjero? Además, ¿no nos sale más caro que el producto derivado de la pesca? ¿Por qué no se ayuda a esos países a que salgan de su ruina? Igual nos encontrábamos al final con que la factura nos salía más barata. Todos son preguntas, pero estoy seguro que ni nosotros, ni el resto de países que están involucrados en secuestros, van a darlas respuestas. Se pagarán los rescates (ya los recuperarán con la venta de la mercancía, pues siempre pagamos los mismos), y se seguirá esquilmando el mar. Ojalá se resuelva pronto y favorablemente el caso del barco español, es lo que todos deseamos, pero pinta la tiene muy fea.

jueves, 5 de noviembre de 2009

En el refugio de los sueños: Calle de los abrazos

En Montevideo existe una calle empinada, muy empinada, que termina abocándose en el mar. Es una calle estrecha con casas de dos plantas, todo lo más de tres. Las fachadas, tan próximas, se protegen las unas de las otras en una especie de abrazo. Sólo da el sol en una de ellas: la orientada al mediodía; en la contraria parece habitar siempre el invierno. Las puertas y los ventanales son amplios, altos: hechos así para que entre la luz. El suelo, sin aceras, está adoquinado en círculos y en el centro de la calle se disponen en línea recta para dejar deslizarse la torrentera del agua en días de lluvia. En esta calle no hay árboles, sin embargo las hojas del otoño se deslizan sin avisar hasta los herméticos zaguanes de las casas. De dónde salen es un misterio. Quizás sea el viento quién las empuje hasta allí, o quizás el amor, ningún viejo de aquel barrio lo sabe, pero siempre vuelven revoloteando, como las olas.

A esta calle la llaman de abrazados. Me dirán que se debe a que en las noches de verano las parejas se abrazan mientras bajan hasta el mar en busca de la brisa. O que hombres y mujeres desde siempre se refugiaron en los portales de aquellas casas para amarse en silencio, fuera de las miradas de los vecinos. Todo esto podría ser verosímil, pero la realidad es que la llaman calle de abrazados porque en las noches de domingo un hombre y una mujer vienen citándose allí como si el abrazo que les aguarda fuera el último de su existencia y sirviera para salvarlos del naufragio de sus vidas. La llaman así, curiosamente, por un solo abrazo, el último quizás, pero cuyo rito se perpetúa domingo tras domingo.

(Basado en un poema de Mario Benedetti)

miércoles, 4 de noviembre de 2009

La cuñada de M.L.: "El regreso (3)

Ahora era Leonor la que fumaba. De vez en cuando volvía despacio la cabeza para observar a Roberto que dormía profundamente. Tenía la mirada fija en el techo y el pensamiento lejos de aquella habitación. Fue recordando lo que le había contado a Angélica. El regreso de Alberto no tenía por que alterar su vida –se decía-. Pero no podía evitar una cierta incertidumbre que se iba colando en su interior. Era como una espesa niebla que cayera sobre ella y que la impidiese ver más allá de sus palabras. El tiempo –pensaba- a veces no lo solucionaba todo. Cerrando los ojos recordó su llegada a España con el que poco más tarde se convertiría en su esposo. Llegaron con lo puesto, como se suele decir. Con las pocas pertenencias que pudieron adquirir en Palmira allá en Uruguay. Comenzaba para ellos una nueva vida -solían comentar a menudo-. Estar juntos era lo importante. Consiguieron vencer los obstáculos. El idioma les facilitó el camino. Por aquellos años la inmigración apenas trascendía en España por lo que no tuvieron que superar demasiados escollos para lograr una cierta situación favorable. No todo fue un camino de rosas pero a los pocos años estaban en una posición que les permitía mirar el futuro con alegría. “Nos queríamos –dijo Leonor hablando en voz baja-. Nos queríamos, sí”. Alberto logró aprobar sus estudios: ya era odontólogo Poco más tarde nació Nuria que tanto se parecía, ahora, a su padre. Y fue nacer Nuria y empezar a estropearse aquello por lo que tanto habían luchado. Un buen día, Alberto le comunicó que se había enamorado. Así, sin más. “Al menos me fue fiel, no me engañó. Me lo contó. No hubiera podido soportar enterarme por otra persona” –se martirizaba Leonor-. Alberto se fue, la abandonó a ella y a su hija de tres años. A veces contactaba con ellas. Las llamadas se fueron espaciando en el tiempo, hasta desaparecer casi por completo. “¡Y ahora regresa el muy…!” Roberto se despertó en ese momento.

-Hola mi amor –dijo desperezándose y abriendo los brazos de este a oeste para cerrarles luego abrazando a Leonor.

-¿Sabes una cosa? –preguntó a la mujer que mantenía aún el rostro entristecido.

-No, si no me la cuentas.

-Me han ofrecido un trabajo nuevo. Más acorde con mis facultades.

Leonor esgrimió una suave sonrisa.

-¿Con tus facultades? -cuestionó ahora ella.

-Sí. Aunque es mi nuevo cuñado Ildefonso, el que me lo ha propuesto.

-Acabáramos. Se puede saber de qué.

-Administrar sus propiedades.

-Me parece bien y me alegro por ti. Ya iba siendo hora de que abandonaras ese cuchitril del que a veces me hablas.

-Sí. La verdad es que es ahora o nunca. Aunque aún no me he decidido.

-¿Por qué? –preguntó intrigada Leonor.

-Ya sabes, mi cuñado, la familia, mi hermana…

-Angélica estará encantada. La conozco mejor que tú, aunque no te lo creas.

-Tengo que comentárselo.

-He quedado con ella esta tarde, podrías venir.

-¡Coño! ¿Es que no podéis vivir la una sin la otra? No puedo acompañarte he quedado con Ildefonso para darle una respuesta. Si no te importa voy a recogerte más tarde. Por cierto, ¿has pensado ya lo que vas a hacer con tu marido?

-Alberto no es mi marido. Estamos separados, divorciados –exclamó Leonor en voz alta y ligeramente enfadada-. Sé que va a insistir en que le admita, pero no tengo ninguna intención de hacerlo, hasta ahí podíamos llegar. Y por favor no me preguntes por él, ya trataré de solucionarlo yo sola.

-Sabes que puedes contar conmigo.

-Lo sé mi amor, pero es mejor que trate yo este asunto. Por nada del mundo me gustaría involucrarte en aquella parte de mi vida, ya te lo he comentado en alguna ocasión. Fui yo la que me enamoré de Alberto, la que se casó con él, la que compartió unos años de su vida, la que tuvo una hija con él, y la que al final fue abandonada. Yo debo de solucionarlo.

-¿Pero…?

-No hay peros que valgan. Si necesito ayuda ya la pediré, Roberto.

-Vale, como quieras.

Mientras se acercaba a casa de Ángela, Leonor iba pensando en Alberto. Por qué había cambiado tanto. No lo entendía. El hecho de que se hubiera enamorado de otra mujer no era motivo para que actuase como pensaba ella que iba a hacerlo. No era la primera vez que alguien le paraba los pies: Nuria, su amiga, sin ir más lejos. Lo conocía bien. Por más que cavilaba no lograba dar una respuesta a sus pensamientos. Sólo podía imaginar que en realidad lo que pretendía Alberto era reconciliarse con su hija; de sobra sabía que con ella no lo iba a lograr nunca. Pero su hija era casi mayor de edad y pronto podría decidir por sí misma; a Leonor no la cabía la menor dudad de que Nuria iba a poner los puntos sobre las “ies” a su padre, en caso de que fuese ese el motivo de su regreso. Otro no le entraba en la cabeza. Sin darse apenas cuenta llegó hasta la puerta de la casa de su cuñada. Tocó el timbre con la mirada perdida. Una cascada de sonrisas la saludó desde el recibidor. Ángela parecía radiante, abrió los brazos y apretó a Leonor contra su pecho. Ninguna se percató de la silueta que se recortaba bajo los árboles en la cera de enfrente.