El día amaneció bajo una espesa niebla. Los árboles del paseo apenas existían bajo el puré de aquella especie de bruma acuosa. Luis, fiel a su costumbre de caminar todas las mañanas antes de acudir a su trabajo, ese día tampoco faltó a su cita. Sabía además que en las mañanas de otoño el fenómeno se repetía casi a diario y que a mediodía luciría un sol espléndido.
Eran pocas las personas que paseaban por el parque a aquella temprana hora, pero siempre solía coincidir con algún conocido con el que charlar un rato. Paseaba protegiéndose del frío que ocasionaba aquella niebla húmeda cuando le pareció ver algo en el suelo que parecía una cartera. Se agachó y efectivamente lo era. La abrió y pudo comprobar su contenido: el carne de identidad, la tarjeta de la seguridad social y otras diversas de entidades de crédito y de asociaciones; también había un buen número de euros. Se le ha perdido a alguien –razonó-. Pudo comprobar que ese alguien era Marta Fernández Jiménez. Aquel nombre le era conocido pero por más que pensó no recordó. El domicilio de la tal Marta estaba próximo a dónde el había vivido de crío con sus padres. Dudó en ir a devolver en ese momento la cartera o hacerlo después del trabajo. Optó por esto último.
A las ocho de aquella tarde se dirigió al domicilio de Marta, no muy distante de su casa. Había intentado desde la oficina buscar su número telefónico pero no lo había encontrado. El móvil ha ganado al teléfono fijo de toda la vida o quizás esté a nombre de otra persona –se dijo-. En el domicilio no respondieron a sus llamadas por lo que escribió una breve nota y la deslizó por debajo de la puerta.
El teléfono de su casa sonó sobre las diez de la noche, era Marta.
-¿Don Luis González –preguntó una voz que denotaba cierto nerviosismo.
-Sí, soy yo –respondió Luis suponiendo quién le llamaba.
-Verá, don Luis, al parecer ha encontrado usted mi cartera…
-Sí, la encontré en el Parque de la Quinta esta mañana, mientras paseaba.
-Gracias por su nota. No sabía si la había perdido o me la habían robado. Yo también suelo ir a pasear a ese parque. ¿Cuándo le viene bien que pase a recogerla?
-Cuando usted desee, pero si quiere se la llevo yo mismo. No es molestia de verdad; su domicilio está cerca de mi lugar de trabajo.
-Es usted muy amable. Le espero mañana, entonces, sobre las ocho de la tarde.
-Llegaré un poco más tarde. Termino a esa hora de trabajar. Hasta mañana.
-Hasta mañana y muchas gracias de nuevo –dijo María, despidiéndose.
La puerta se abrió y Luis recordó. Aquella Marta era la niña de sus sueños. Aquellos ojos intensos, negro, vivos, no habían cambiado. Habían pasado casi cincuenta años y sus ojos seguían siendo los mismos; los que había deseado durante todo el bachillerato. En estos años había olvidado los apellidos de aquella mujer, casi su nombre y su rostro infantil, pero no los ojos. Tardó aún segundos en recuperar su rostro de entonces, pero aquellos ojos le hicieron recordar.
-Perdona…perdone –balbució Luis-. Tú, usted…es Marta la del colegio. Soy Luis…el del colegio.
Marta mirándole sorprendida preguntó:
-¿Qué colegio…?
-El de los hermanos salesianos, aquí a la vuelta de la calle…
-¡Ah, el colegio! ¿El colegio de niños, habla usted?
-¡Sí claro de niños! Yo fui compañero suyo de clase varios años. Sólo que de esto va a hacer casi cincuenta años.
-Luis que más, no me dijo su apellido
-Luis González el de pupitre de al lado. Yo era muy amigo de Alfonso.
-Alfonso, mi marido –dijo Marta con voz entristecida-. Por favor Luis, pasa y siéntate.
-¿No me diga…? ¿Por qué no nos tuteamos? ¿No me digas que te casaste con Alfonso? Bueno, no me extraña, él no tenía ojos más que para ti. Y yo también –se atrevió a decir Luis-. ¿Qué es de él? Hace muchos años que no lo veo.
-Murió hace cuatro años.
-Lo siento, fuimos muy amigos de chavales. Alfonso, Alfonso que recuerdos.
-Y tú eras Luis, me parece empezar a recordar. Efectivamente han pasado muchos años –comentó Marta.
-Sí, supongo que he envejecido mucho. Sin embargo yo te he reconocido nada más verte, no has cambiado tanto al parecer.
-Eso suena a cumplido.
-Es la verdad.
-Luis, sí, ya recuerdo. Siempre andabais juntos Alfonso y tú.
-Nos peleábamos por ti. A mí me parecías la más guapa del colegio. El ganó. Yo te perdí la pista en cuanto dejé el colegio.
-¿No serías tú el que me enviaba aquellas notas con tanta pasión y …tantas faltas de ortografía?
-Sí, era yo. Ya me ha abandonado una de esas dos facetas de mi vida.
-¿La pasión?
-No, las faltas de ortografía.
-Marta se echó a reír como cuando era niña, abriendo su hermosa boca y mirando hacia arriba.
-Tu sonrisa sigue siendo preciosa.
-Luis, no me hagas ruborizar, hace muchos años que no me hacen halagos.
- En qué estarán pensando los hombres. Yo siempre traté de halagarte: te invitaba a caramelos. Recuerdo que una vez hasta te dejé mi gorra una mañana de lluvia. Yo era muy tímido, entonces –aclaró Luis, temía no estar a tu nivel.
-Sí, es cierto, recuerdo lo de la gorra –dijo una sonriente Marta.
-¿Qué edad teníamos, Luis? Trece, catorce. Yo tengo casi sesenta.
-Yo les hice hace un mes –comentó Luis.
-¿Te casaste?
-No, nunca lo pensé.
-Pero, ¿te habrás enamorado alguna vez?
-Casi las mismas que me desenamoré. Sólo se es fiel al primer amor.
Marta volvió a ruborizarse y comentó:
-Sí, los amores de chicos. Bueno Luis, te agradezco mucho que me hayas devuelto la cartera.
-El azar o el destino que se han puesto de acuerdo–bromeó Luis, para añadir-. Me alegra mucho haberte vuelto a ver. A ver si no pasan ahora otros cincuenta años.
-No, seguro que no.
Luis se levantó y se dirigió hacia la puerta. Marta la abrió y se quedó mirándole cuando pulsó el botón del ascensor. Tras un segundo de dudas se atrevió a decir:
-Luis, te gustaría venir a cenar mañana conmigo es quizás la única forma que tengo de agradecerte…
-¿Que haya encontrado tu cartera?
-No, que en todos estos años no te hayas olvidado de mí.
Oh que romático Rafa. Cuanta ternura duerme en el fondo del bolígrafo, en este caso en en el teclado del ordenador. Racuerdos que quizás tengamos algunos. Ellos al menos se encontron. Los reunió el destino a través de una cartera...
ResponderEliminar"Mañanitas de niebla tardecita de paseo"
Bella historia. Un abrazo Rafa
Gracias Katy por seguir pasándote por aquí. Creo que todos tenemos recuerdos de este tipo que hacen que seamos un poco más felices pues quizás sea la infancia o la adolescencia la época que vivimos con mayor intensidad.
ResponderEliminarUn abrazo