domingo, 30 de enero de 2011

En el refugio de los sueños: País imaginario

Nieva. Hacía tiempo que la esperaba. Se le alegra la cara nada más ver caer los copos, al principio pequeños, cristalizados –es cuando hace más frío-, luego se vuelven grandes, regordetes, juegan con el viento o acaso sea el viento quien juega con ellos. Le gusta verlos así, divertidos, alegres, saltando de espacio en espacio, chocando unos con otros. Sale a la calle; busca pasear bajo la nieve.

El escritor está más acostumbrado a escribir que a hablar. En las tertulias siempre hay alguien que le supera: bien porque tiene más facilidad para la elocuencia o simplemente porque habla más alto o más deprisa. El escritor se protege en el papel en blanco para expresar lo que piensa; nadie, aquí en su terreno, le interrumpe. Piensa que lo que tiene en la cabeza no pueden robárselo nunca.

Sigue andando sobre la nieve. Ese ruido único del crujir de la nieve. Ese quejido que llega a sus oídos le hace feliz. Qué distinto sería todo si el ser humano se contentase con lo que le brinda la naturaleza. Por qué somos tan raros. El silencio le envuelve, ese silencio que es el mejor de los sonidos, y la imaginación o el pensamiento se le desbocan y le da por pensar en su país, en su gente.

Cuando la muerte llegue, quiere morir así: en paz, en silencio. Le surge una palabra: eutanasia. Le sobrecoge, sí, pero al mismo tiempo le alivia. Entiende el problema de conciencia que plantea, pero él es partidario.

Sigue caminando con la mirada fija y blanca y piensa. Otra palabra cruda cruza por su mente: aborto. No es partidario. Quizás su educación; seguro que es como le han y como se ha ido educando. Pero sí es partidario de una legislación al respecto. Lo mismo que él piensa, también reconoce que no es quién para ponerse en la situación de los demás: es su vida, la de ellos.

Son los niños quien le llevan a sonreír. Los encuentra tan audaces, tan llenos de vida. A él le toco vivir su infancia separado del otro sexo. No cree en los colegios en que se imparten clases a niños o a niñas. Juntos desde el principio: subvenciones fuera para aquellos colegios que separen a chicos y chicas. Cree que es lo que debe hacer el país.

El aire es frío y puro, se mete en los pulmones llenos de vida. El vaho sale por su boca y recuerda una de las últimas leyes aprobadas: esa que prohíbe fumar en numerosos lugares. No es partidario de que se llegue a los extremos alcanzados. El escritor jamás fumó pero cree que a los fumadores se les está estigmatizando; se les empieza a ver como a desechos de la sociedad. No cree que sea para tanto. El tiempo “ese soberano señor que quita y pone razones” lo dirá, pero piensa que es peligroso prohibir. Está más con la educación de la gente. Seguro que fumar un buen habano después de una buena comida en un buen restaurante debe de ser un placer.

Hay poca gente paseando por el lugar que transita. Los mayores no han acudido a luchar contra el colesterol esta tarde invernal, y su pensamiento es ahora para los pensionistas y el acuerdo alcanzado entre gobierno y agentes sociales. Lo ve positivo, necesario y triste. Siempre pensó que la única forma de atajar el problema era hablando y llegando a acuerdos, pero al mismo tiempo le entristece que hayan de ser los mismos los que tiren de este carro. Por eso le vienen a la cabeza aquellos versos que Quevedo dirigió al Rey Felipe IV quejándose de la política tributaria de su valido el conde-duque de Olivares: “En Navarra y Aragón/no hay quien tribute un real;/Cataluña y Portugal/son de la misma opinión;/sólo Castilla y León/y el noble pueblo andaluz/llevan a cuestas la cruz,/Católica Majestad/ten de nosotros piedad/pues te sirven los otros/así como nosotros”. Pues eso que debiera haber más igualdad de trato.

La nieve sigue cayendo, ahora más copiosamente. El escritor comienza el camino de regreso, es hora de volver antes de que caiga la noche; una hora le costará la vuelta. Se había quedado en cómo hacen las cosas los padres de la patria. No entiende el porqué la gente tiene cierta aptitud favorable hacia aquellos que son condenados por corrupción o aunque los procesos se dilaten, el sentir general es de qué a nadie le puede tocar la lotería nueve veces el mismo año para justificar lo injustificable. Sin embargo son votados y cada vez por más mayoría. Este país no puede estar sano. Lo cree a pies juntillas; sólo así se puede entender que el posiblemente mejor comunicador de este país esté en el paro.

El parque que le lleva a casa está cubierto, en una zona amplia, por vasos y botellas de plástico y cristal, restos de comida, basura y más basura. La batalla del botellón de nuestros jóvenes de todas las semanas haga frío o calor. Alcoholismo surge en su mente. Para cuándo más vigilancia en estas zonas. Cree que es un mal el que acecha a nuestra juventud que hay que erradicar. Piensa que posiblemente la mayoría hubiéramos caído en este tremendo error de juventud, pero cree que la autoridad si para algo debe de servir es para atajar estos males, empezando por la autoridad familiar. Quizás el fracaso escolar vaya ligado a este tipo de actitudes.

Sale del parque ya cerca de casa y se para a contemplar la cartelera de las seis salas de cine próximas a su domicilio. A su cabeza acude la Ley Sinde aprobada a regañadientes los últimos días. Sobre el particular algo debe hacerse. No es partidario de ella tal y como ha salido, metida a empujones y sin contemplar todas las partes del problema. Cree en el derecho de los creadores y también en el de los que se bajan música, películas, libros… ¡Pero hombre, si están ahí, a su alcance, cómo no lo van a bajar! ¡Alguna forma habrá de regularlo, dice! Una pista: bajar el precio de estos productos seguro que haría disminuir el llamado pirateo.

El escritor llega a su casa empapado de salud y felicidad y seguramente equivocado en alguna de las cosas en las que ha pensado.

lunes, 24 de enero de 2011

En el refugio de los sueños: La otra verdad de Aquiles

Poco suponía Javier Cortés, agricultor palentino, que al chocar la reja de su arado contra lo que él pensaba que sería una roca, iba a sacar a luz la verdad sobre el griego Aquiles.

Era una mañana limpia de nubes, el cielo azul como sólo en Castilla se ve. Frío, a pesar de estar en la estación veraniega: es 5 de julio de 1968. El viento helado, a aquellas tempranas horas de la mañana, baja desde los colindantes Picos de Europa y se enfila por el páramo donde Javier poseía sus tierras de labranza. Javier sabe que a media mañana el sol comenzará a calentar y que a primeras horas de la tarde el calor puede ser sofocante –si amaina el viento se dice-; también sabe que en esas tierras, todos, todos los días del año hay invierno.

Su viejo tractor trabaja los campos: es época de recoger la cosecha de cereal. La reja parece tropezar en una roca y no se mueve por más que Javier dé marcha atrás y lo intente de nuevo. El arado se para en el mismo punto. Baja del vehículo y ayudado con una pala cava junto a la reja: encuentra lo que parece un muro. Curioso por ver de qué se trata continúa por la línea que le va marcando aquel asentamiento hasta ir descubriendo lo que en principio es sólo un cuadrado con una especie de entrada. ¿Una habitación?

Javier acompañado por familiares y vecinos de Pedrosa de la Vega, irá, en años sucesivos, limpiando la zona hasta ir descubriendo muros que parecen separar estancias; destapará pasillos, basas de columnas; saldrán a la luz vasijas, adornos, monedas, trozos de cerámica… y hallará figuras policromadas en los suelos de las habitaciones. Mosaicos perfectamente conservados.

Sabedor de que se trata de un maravilloso descubrimiento y entendiendo que el mismo sobrepasa sus límites de conocimiento, opta, inteligentemente, por ceder sus terrenos a la Diputación Provincial de Palencia.

“Grecia está en guerra con Troya, por la huida de Elena, esposa del rey Agamenón, con el troyano Paris. El griego Ulises busca desesperadamente a Aquiles que se ha escondido en el palacio de Licomedes, rey de Skiros, pues sabe que sin la espada del bravo guerrero no conseguirán conquistar la ciudad de Troya, cuyas murallas parecen indestructibles. Ulises se disfraza de mercader para lograr entrar en la corte. Es recibido por Rea esposa del rey, que observa con atención las mercancías que le presenta el griego.

La ninfa Tetis de Tesalia, madre de Aquiles, sumergió a su hijo en las frías aguas de la laguna de Estigia para lograr su inmortalidad. El único punto que no fue bañado fue el talón izquierdo del niño sujeto por su madre al introducirlo en la laguna. Su zona vulnerable.

Tetis en confrontación con su esposo Peleo, lleva a Aquiles a Skiros, ante la inminente guerra entre griegos y troyanos, pues sabe por la profecía del adivino Calcas que Aquiles morirá en la toma de Troya. Las cortesanas con la ayuda de Rea y Tetis disfrazan a Aquiles, ¿el valeroso guerrero?, de mujer para que pase desapercibida su presencia. De esta guisa nuestro héroe vive los placeres de la vida palaciega y se deja seducir por más de una de aquellas doncellas. Ulises se entera de su paradero y va en su búsqueda; se disfraza de mercader y urde un plan al ofrecer sus mercancías: perfumes, collares, adornos…y una armadura. La única “doncella” que se entusiasmó con el arma fue Aquiles. Descubierto por Ulises, Aquiles acudirá a la guerra contra Troya. Paris le dará muerte disparándole una flecha sobre el talón del guerrero griego.

La diosa Tetis consiguió para su hijo Aquiles la inmortalidad en el Olimpo. Aquiles ha llegado a ser en todas las culturas el fiel reflejo de la personalidad del valor (quizás menos aquella vez que se disfrazó de mujer para huir de la guerra)”.

El mosaico que representa el tema mitológico del desenmascarado de Aquiles llevado a cabo por Ulises, se puede observar en la Villa Romana de La Olmeda, descubierta por Javier Cortés, a tres kilómetros de la población de Saldaña (Palencia). Aunque no es de los mosaicos con un mejor grado de conservación, es, por su tamaño, por la escenificación y por las cacerías de animales formadas por policromadas teselas, el más importante de los descubiertos en España.

domingo, 16 de enero de 2011

En el refugio de los sueños: En la espera.

Se sentó en el banco de madera bajo el porche. Respiró. El aire le refrescó los pulmones enrarecidos por la humareda que acababa de abandonar en el interior del bar. Un ligero ruido sobre su cabeza le hizo alzar la vista sobre la pequeña bombilla que se balanceaba en lo alto acariciada por la suave brisa que llegaba desde el pequeño bosquecillo anexo al complejo. El ruido procedía del ágil y violento aleteo de una polilla que buscaba, sin duda, el calor de aquel pequeño foco para vivir y salvar la noche que ya se cernía sobre el lugar. Miró al frente; a unos pocos metros la carretera nacional 230 cruzaba aquella zona en dirección paralela a la que se encontraba la fachada del establecimiento. Al fondo, tras la vía, sólo la oscuridad más absoluta. Trató de adivinar algún modo de vida en aquel centro oscuro, negro. A veces sentía adivinar diminutos focos de luz. Creía verlos, pero sin duda eran ilusiones. Sus envejecidos ojos le causaban esas falsas apariencias: estrellitas que aparecían y se volatizaban a la misma velocidad que habían llegado. Un intenso parpadeo que llegaba a molestarle. Y así noche tras noche, luchando contra la posibilidad de ver a través de aquel túnel oscuro. Un camión cruzó frente a sus ojos casi con violencia. Por un instante perdió la percepción óptica del túnel ante la estela del vehículo. Apenas si parpadeó. No lo siguió con la mirada, sabía que se perdería tras la primera y lejana curva.

-Por allí algún día vendrá ella –murmuró en voz baja sin desviar los ojos de la negrura.

El botellín de cerveza se balanceaba entre dos de los dedos de la mano derecha, que lo sujetaban por el gollete, al ritmo de la música que salía del local. Cada vez que abrían la puerta el sonido aumentaba y le calaba en la cabeza. Esta mayor intensidad tenía la virtud de alimentar y agilizar el movimiento del embase con mayor vigor, el vaivén se iba atenuando a medida de que el silencio volvía a cernirse sobre nuestro hombre, sólo roto por el incansable aleteo de la mariposa. La mano izquierda, mientras tanto, jugueteaba con un cigarrillo a punto de consumirse.

La temperatura en aquella noche de finales de septiembre iba bajando con rapidez. Dejó el botellín a su derecha, sobre el banco, y se frotó los brazos, sobre su camisa de cuadros, con ambas manos cruzándolas sobre el pecho. Sintió cierto alivio, pero algo le decía que debía de regresar a casa. Al parecer ella tampoco volvería hoy. Suspiró y trató de levantarse. Al tercer intento y ejerciendo un mayor impulso con las piernas logró desentumecer su encorvada espalda, herida por la humedad de la noche y los largos años de trabajo, y se puso en pie; poco a poco el dolor de sus vértebras fue remitiendo e irguió con lentitud su columna. Desde arriba al túnel parecía más cercano, más cercano y más oscuro.

Caminó como siempre, con lentitud. Los gastados zapatos rozaban el polvo acariciándolo y éste apenas se levantaba del suelo con aquella fricción tan débil. La cabeza gacha, sobre la tierra, dudando a cada paso, haciéndose eterno el corto camino de regreso. Le pareció escuchar ruidos a su izquierda unas veces y a su derecha otras. Pensó que alguna alimaña le rondaba. Creyó por un momento que sus oídos podían escuchar como años atrás; hasta en eso le engañaban sus sensaciones. La oscuridad por aquella vereda, tan reconocible para él, no lo ayudaba en aquella noche sin luna. Usó el bastón para ahuyentar peligros inexistentes, sin suponer que lo más peligroso para él en aquellos momentos era una posible caída. Poco a poco se fue acercando a su casa.

Al terminar la senda levantó la vista y puso su mano izquierda sobre la frente. Frunció los ojos pues le pareció ver luz en una de las ventanas. Cuando los ojos se hicieron a aquella realidad el corazón se le desbocó: ¡Esa luz, esa luz –gritó en la oscuridad- no debiera estar encendida!

martes, 11 de enero de 2011

En el refugio de los sueños: La imagen

En ocasiones, sin que se sepa bien el porqué, los derroteros de la vida te llevan a perder a aquellas personas con las que te habías encontrado muy a gusto, con las que habías congeniado en pocos días y con las que compartías pensamientos, gustos y sentidos de la vida muy similares. Luego te lamentas pero ya es tarde. Es cierto que a la amistad, como al amor, hay que echarle todos los días leña al fuego para que éste no se apague. A mí me ocurrió con una pareja con la que mantuve una relación profesional. En realidad la mantuve con él, su pareja se unió a esta iniciada amistad, que como digo no llegó a consolidarse, unos días después de conocer al escultor.

Estaba buscando un escultor para mi galería. Necesitaba a alguien que se saliera de la norma, sin ser excéntrico, término que tanto se da en arte y que a veces se equivoca con el arte mismo. Conocía a algunos con los que ya había trabajado, pero buscaba alguno algo diferente a lo que ya habíamos expuesto. Rastré en internét y di con él. Enseguida me atrajeron las formas de sus pequeñas escultoras: sólidas y livianas al mismo tiempo, arquitectónicas en la mayoría de los casos, pero sobre todo llenas de imaginación y espontaneidad. El arte debe de sorprender para ser arte, y aquellas esculturas me sedujeron de inmediato.

Mayor fue mi sorpresa cuando comprobé, el nombre del escultor me sonada pero no sabía muy bien el motivo, que el amigo Juan, no añadiré su apellido pues no le he pedido permiso para escribir esta historia, en realidad se ganaba la vida aparte de ser profesor de dibujo en una universidad madrileña, esculpiendo enormes figuras para ornamentar fuentes públicas. Había ganado varios premios y muchas de sus esculturas adornan algunas de las plazas española. Este tipo de esculturas no era lo que andaba buscando lógicamente, pero sí las de pequeño formato. Me interesaban. Contacté con él y me citó en su casa de Madrid. Allí nos pusimos de común acuerdo y entre los dos elegimos una veintena de pequeños tesoros en bronce. Las piezas las tenía en su casa-taller, en la sierra de Madrid.

Unos días antes de la exposición me acerqué hasta su taller a recoger las piezas. Juan era genial hasta había preparado expositores para que lucieran más. Lo tenía todo controlado. Me enseñó su taller; enorme sobre todo en altura y me estuvo explicando cómo movía los moldes y las piezas troceadas de lo que luego sería figuras inmensas o caballos en movimiento. Espectacular es la palabra.

Espectacular también fue la entrada de ella. Ahí fue donde la conocí: alta, rubia y llena de…!barro! desde el pelo hasta las botas. Sólo se veían sus claros ojos azules. No pude más que sonreír, mientras Juan se acercaba a ella riendo a carcajadas y abrazándola. Reímos los tres durante un buen rato. Así fue como conocí a la pareja: los dos llenitos de barro.

Me contaron tomando un café en el espléndido salón de la casa, desde donde se divisaba una vista fantástica de la zona de Miraflores, que ella se dedicaba a cuidar el jardín de la casa, pero como el terreno estaba muy empinado debía de hacer pequeñas terrazas para sujetar el terreno, de ahí lo del barro.

-Rafael, ¿sabes lo que me ha regalado Juan para mi cumpleaños?

-Os conozco poco pero seguro que me sorprendes con el regalo.

-¡Una hormigonera! Para hacer cemento más de prisa y avanzar con las terrazas.

-Mujer, práctico sí parece, pero…

-Romántico, poco, ¿no?

-Romántico ya lo fuiste, cariño.

Me quedé callado, qué iba a decir. Juan al ver mi cara, me contó la historia.

-Verás me enamoré de Laura en la facultad; ella no me correspondía. Me costó mucho, no creas que me hiciera caso (ella sonreía). Cuando acabamos la carrera yo me dediqué a dar clases de dibujo hasta que logré entrar de profesor y lo compaginaba con la escultura. Ella se dedicaba entre tanto y lo sigue haciendo, a falsificar firmas –me debieron ver la cara de perplejidad que puse –. Juan me aclaró que era grafóloga y falsificaba las firmas del rey, presidente del gobierno y ministros, para las credenciales oficiales –yo jamás hubiera podido conocer que eso existiese, pero es real. Sólo por eso debió merecer que mi amigo se enamorase de ella- Laura se enamoró de mí cuando la dije que tenía que acompañarme a una ciudad en la que había ganado un premio para esculpir la portada principal de una iglesia. Creo que a regañadientes accedió a venir conmigo. La portada recoge varias escenas medievales con motivos de la vida del santo que a su vez es patrón de la ciudad. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio su retrato en una de las imágenes que rodean el motivo central de la enorme puerta. Te puedo asegurar, Rafael, que para mí el momento fue sublime. Laura no paraba de llorar y reír al mismo tiempo.

Nuestra relación no se mantuvo pues tras la exposición, en la que volvimos a compartir algún día de amistad, cada uno tomó su camino y no hemos vuelto a coincidir.

Pero por suerte para mí hay muchos días que me acuerdo de ellos, pues la portada de la iglesia en cuestión está en mi ciudad, cerca de mi casa, y puedo ver a aquella bella chica ataviada de princesa y sonriendo.