miércoles, 31 de octubre de 2012

Greguerías (2)

16)    Los niños de hoy serán hombres mañana. ¡Qué manera más rápida de crecer!
17)    La auténtica ignorancia consiste en no querer salir de ella.
18)    Profundizar lo más posible, en el menor tiempo posible, esa es la verdadera inteligencia.
19)    A un hombre le preguntaron: ¿Cuántos años tiene usted? Sesenta y dos -contestó-. Ignoraba que esos eran los que ya no tenía.
20)    Lo bueno de la vejez es que cada vez te queda menos para preocuparte por el futuro.
21)    Procúrate de vez en cuando un fracaso, así tus amigos te seguirán queriendo.
22)    Se echaron a nadar; luego ninguno sabía quién debía ponerse el primero. 
23)    Aquel hombre tenía un sexto sentido para distinguir a los enanos.
24)    Sólo los sabios pueden olvidarlo todo.
25)    ¿Para qué quieres la virginidad si no la usas?
26)    Lo malo de ser feo es que se es todos los días.
27)    La verdadera elegancia consiste en el equilibrio entre nuestro interior y nuestro exterior.
28)    En el amor lo importante siempre es el otro.
29)    El verdadero amante no es el que da, sino el que cede.
30)    A veces las carreteras no se construyen para que la gente se acerque a los pueblos, sino para que la gente se vaya. (Continuará).

lunes, 29 de octubre de 2012

Historia de una fotografía

Era la primera vez que iban a un cine de verano. Él le había comprado un enorme algodón de azúcar de color rosa que se pegaba en forma de finos hilos alrededor de la comisura de los labios de la chica. Pensó que quizás aquella tarde pudiera darle el primer beso y que su sabor sería lo más dulce que recordaría toda su vida. Así fue, al menos durante aquel verano.
       La chica del algodón rosado se llamaba Lucía y Carlos su joven acompañante.
       “Aquel verano del ochenta y dos fue el primero y el último que salimos juntos. Lucía por entonces  tenía catorce años y era unos meses mayor que yo; suficientes para que al verano siguiente se enamorara de otro chico.
      Mis padres tenían una preciosa casa de planta baja junto al mar en aquel pueblo alicantino y durante veranos estuvimos pasando el mes de agosto parte de la familia: mis primos nunca faltaban. La algarabía, a primeras horas de la mañana era notoria y mi madre, cansada de ruidos matinales,  nos enviaba al jardín de la vivienda nada más desayunar. Mis dos hermanas menores y mis tres primos corríamos a la playa desde el jardín cruzando el paseo marítimo. Fueron veranos de juegos y diversión, de mi primer beso y también de mi primer desengaño amoroso. 
       En la universidad me enamoré de Sara, Sara de Antonio y Antonio de mí. Vamos lo que se dice un triángulo amoroso perfecto; y ninguno nos enteramos de nada hasta que apareció Carmen para romper aquella situación a la que nos había llevado una profunda amistad entre los tres.
       Sara fue la primera en darse cuenta de la inclinación homosexual de Antonio. Desengañada volcó su corazón hacia mí, pero yo ya había dado un paso hacia Carmen, con la que me casaría años después. El triunvirato se rompió y Sara y yo estuvimos sin hablarnos durante años. El matrimonio de Antonio, con uno de los muchos novios que le conocí, nos volvió a unir y aquella ruptura en los años de estudios sólo pudo producirnos carcajadas una docena de años después.
       Pasarían muchos más hasta que tuve que regresar al pueblo alicantino de mis juegos veraniegos. Mis padres habían fallecido y  mis dos hermanas y yo decidimos vender aquella preciosa casa mediterránea. Hacía años que nuestras vidas habían cambiado de rumbo y mantener la casa no tenía ningún sentido. Así que la mejor solución era vender y repartir nuestra herencia.
      Carmen cuando vio la casa me preguntó: ¿ Seguro que queréis vender esta preciosa casa?
       -No hay más remedio cariño, no está sólo en mis manos. Mis hermanas quieren vender; supongo que lo necesitan, y nosotros, desgraciadamente, no estamos en disposición de comprarla.
- Ya, lo entiendo –contestó-
       Nos quedamos unos días en el pueblo, mientras cerrábamos la operación ya avanzada desde Madrid meses atrás.
      Una tarde calurosa, antes del anochecer, paseábamos de la mano por las calles de aquel pueblo y me topé con el cine de verano, abandonado y medio derruido,  y los recuerdos viajaron por mi cabeza a velocidad de rayo. Sin darme cuenta me paré ante las herrumbrosas taquillas y debí sonreír pues Carmen me preguntó.
     -¿Por qué sonríes, Carlos?
     - Le miré a sus expresivos ojos grises mientras le decía: no, de nada, ¿te apetece un algodón de azúcar?”

              

jueves, 25 de octubre de 2012

GREGUERÍAS (1)

      Siempre me han gustado las greguerías, los aforismos, las frases cortas. Me encanta leer algunas de Gómez de La Serna, son geniales (recomiendo su lectura). Soy consciente de que algunas de las que escribo pueden estar impregnadas de aquellas que he escuchado o leído, pero aseguro que no lo he hecho intencionadamente,  será el subconsciente que me ha traicionado. Por eso la primera es:

1)    Plagiar es: decir, hacer o escribir lo mismo que otra persona, sólo que más tarde.
2)    Quien saluda desde un tren parece estar despidiéndose de todo el andén.
3)    Sé educado, devuelve el saludo a quien esté limpiando cristales.
4)    La vida es como una caja de galletas, nos vamos comiendo las mejores.
5)    La vida es una excursión hacia la muerte; pero una excursión al fin.
6)    En el amor siempre gana el otro.
7)    La nieve es la caspa que cae de las nubes. Y la lluvia la ducha de los pobres.
8)    Eres un hombre hecho y deshecho. (Me lo dijo mi tío Manuel).
9)    El ombligo es la cazuela de las pelusillas.
10)  En el cine conviene colocarse detrás del calvo que acompaña a la mujer del moño.
11)  El muro de las lamentaciones no es exclusivo de los judíos. Existe en muchas partes. ¿Quién no se ha     lamentado, ante el cajero automático, del saldo de su cuenta corriente?
12)  El primero de cada mes el abuelo solía decir: ¡A buen paso va este mes, pasado mañana tres!
13)  Aquel hombre era de… (poner la población que se quiera), porque su madre pasaba por allí el día que le tocó nacer.
14)   Lo tenemos todo a pares, menos el corazón. ¡Alguien debió de hacerlo mal!
15)   Sólo los amigos pueden engañarte. (CONTINUARÁ)

lunes, 22 de octubre de 2012

EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA




Estoy exponiendo fotografías, desde este mes de octubre y hasta navidad, en la Cafetería Alonso en el Paseo del Espolón de Burgos. Espero os guste a los que os apetezca o padáis visitarla. Algunas de las fotos son las que os traslado.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La metáfora

        Aquella mujer no era sino la metáfora de sí misma. Había aparecido en la pantalla de mi ordenador como por casualidad. Pero casualidad no había; nunca la hay. Me buscaba o quizá sería más preciso decir: me encontró. Niego la casualidad porque me localizó gracias a que yo estaba allí, en ese preciso instante que tampoco era casual puesto que me movía por la red con mucha frecuencia.
       Habíamos sido novios de muy jóvenes, a esa temprana edad en que las relaciones se van formando, y  la mayoría de las veces no fructifican. Apenas me acordaba de ella y supongo que a ella le pasaría lo mismo.  Pero allí estaba, llamando a mi ventana. Me costó reconocerla. Muchos años…casi todos, ya.
         Decía que me pareció una metáfora porque a medida que me iba desvelando su identidad noté en su rostro  el refreno de una pasión olvidada y renacida. Yo conocía aquellas arrugas de su rostro, aunque nunca antes las hubiera visto. Sus ojos, desde luego no engañaban, nunca engañan. Si hay algo que no cambia son los ojos… o la mirada tal vez.
       Me dijo que deseaba verme y quedamos en volver a contactar.
       Al día siguiente me quedé contemplando el monitor. Primero apagado, luego encendido. En ambos casos su estructura era la misma: plana. Apagado no parecía tener alma; encendido tampoco si  no acudía en tu búsqueda lo que deseabas. En qué momento iba a empezar a emitir lo que me interesaba. No parece sino que este aparato se trate de un concepto puro que te va a otorgar tus deseos; pureza a la que la han aplicado un cuerpo torpe. No hay nada menos ágil que un rectángulo plano e inmóvil. Irreflexivo.
      Mientras esperaba pensé en cables. En los cables que unían todo aquello. Que eran capaces de trasladar nuestras palabras, nuestras miradas, a lugares remotos tan sólo con marcar una clave o un número. Y también me dio por pensar en nuestra imperfección. Cables submarinos, satélites, centralitas de telefonía, de televisión, todo dependía de nuestra imperfección como seres humanos, capaces de lo mejor y de lo peor. De qué servía todo aquel conglomerado operativo si se nos olvidaba un número o lo tecleábamos indebidamente o no lo hacíamos por temor o miedo o nostalgia. O quizás si  la persona con la que queríamos contactar ya no atendía nuestra petición. Absolutamente de nada.
       Otra metáfora.

lunes, 15 de octubre de 2012

El regreso

        Todo empezó cuando me regalaron aquella chaqueta de punto inglés. Claro que más acertado sería decir: “Todo regresó”.
       Era una prenda de lana en la que se mezclaba el gris con el negro. El cuello y los puños elásticos eran también de color negro. Una chaqueta clásica,  pensé al verla. El pensamiento me llevó a la infancia, quizás fuera más aproximado decir que me trasladó a la adolescencia. Al tenerla entre mis manos recordé de inmediato haber tenido una chaqueta muy parecida hacía cincuenta años. La cremallera cerraba de abajo hacia arriba, hasta el mismo extremo del cuello, pudiendo doblarse éste y abrigar así la garganta, sobre la que tanto cuidado ponían entonces nuestras madres. ¡Qué te vas a enfriar –me decían; nos decían!
      Fuera por este regalo o porque hacía mucho tiempo que no iba a la antigua casa de mis padres, aquella tarde decidí hacer un hueco entre mis quehaceres y acercarme por la casi, si no olvidada, sí   postergada vivienda familiar. Me costó encontrar las llaves. Al atravesar la puerta la primera impresión que tuve fue el olor; no había desaparecido aquella sensación de ambiente entre vainilla y caramelo. Es difícil de describir, pero al igual que cuando se cata un buen vino y vas sacando sus sabores, sus esencias, los recuerdos se centraron en aquel aroma  dulce tan familiar.  Los armarios, en los que aún colgaban, mudos testigos de unos años dejados atrás, algunos de los vestidos, de los trajes, que por cariño no me había desprendido de ellos, permanecían casi intactos. Cerrando los ojos aún podía sentir la ligera fragancia de los membrillos que cada otoño se guardaban en aquellos roperos  y que, sin duda, habían impregnado las maderas de los muebles.
      El inevitable polvo se había aposentado sobre aparadores,  alacenas, estanterías… Los viejos ejemplares de la pequeña librería emanaban aquel tufillo a papel húmedo cuando te acercabas a ellos, como diciéndote: “Desde cuándo no ojeas mis páginas”.
      Mentiría si dijera que encontré por casualidad la pequeña caja de cartón con mis tesoros. La estuve buscando desde que abrí el armario de la que había sido, y aún era, mi habitación. También olía a húmedo, mezclada, aquí, con el dulce membrillo. Al mirar en su interior me di cuenta de que por aquellos años yo ya no era un niño. Había conservado la caja de mi niñez pero su contenido ya no pertenecía a aquellos primeros años de mi vida. ¿Qué hacía allí el sencillo de Los Beatles: “Love me do”? ¡Tantos años buscándolo! Y allí apareció, relegado, desterrado, confinado. Cincuenta años. Grabado en el sesenta y dos. Esto sí era un tesoro.
     Salí de la que fue mi vivienda con la sonrisa en el rostro y mi pequeño tesoro bajo el brazo. Me prometí regresar con más frecuencia.

martes, 2 de octubre de 2012

Dar disculpas

        Dar disculpas, sin excusas, es lo que debo hacer, aunque, pienso, debiera de haberlo hecho mucho antes.
       Dejé de escribir en el mes de junio sin dar explicaciones. Hoy quiero darlas, aunque me permitiréis me reserve lo más personal.
      He estado estos tres meses con la mente en blanco (sigo estando) y el alma rota (afortunadamente curada), fruto de la misma causa.
     Cuando sientes que un ser querido, motivado por la edad, se te está yendo poco a poco, no hay amargura mayor. Lo demás poco importa.
    Me refiero a ese olvido momentáneo y eterno al mismo tiempo. A ser tú, a los ojos de quien sabes te quiere y a dejar de serlo al instante siguiente. A ese devenir de la injusta memoria cebado con algunas personas.
    Cuando ese ser es al que  más has amado y en ocasiones logra sacarte de tus casillas porque en ese preciso instante él ha dejado de ser él, se te viene el mundo encima; se me vino el mundo encima. Y lo comprendes, y lo admites, tratas de asimilarlo, pero una y otra vez caes en el mismo error. No nos educaron para esto.
     Afortunadamente sus momentos de lucidez regresan con mayor frecuencia; en los últimos días ha mejorado. En una de nuestras conversaciones de los últimos días me dio disculpas por la “guerra que os estoy dando”.  No se te olvide, Rafa -me dijo-, que lo difícil no es vivir, sino convivir.