Era una prenda de lana en la que se mezclaba el gris con el negro. El cuello y los puños elásticos eran también de color negro. Una chaqueta clásica, pensé al verla. El pensamiento me llevó a la infancia, quizás fuera más aproximado decir que me trasladó a la adolescencia. Al tenerla entre mis manos recordé de inmediato haber tenido una chaqueta muy parecida hacía cincuenta años. La cremallera cerraba de abajo hacia arriba, hasta el mismo extremo del cuello, pudiendo doblarse éste y abrigar así la garganta, sobre la que tanto cuidado ponían entonces nuestras madres. ¡Qué te vas a enfriar –me decían; nos decían!
Fuera por este regalo o porque hacía mucho tiempo que no iba a la antigua casa de mis padres, aquella tarde decidí hacer un hueco entre mis quehaceres y acercarme por la casi, si no olvidada, sí postergada vivienda familiar. Me costó encontrar las llaves. Al atravesar la puerta la primera impresión que tuve fue el olor; no había desaparecido aquella sensación de ambiente entre vainilla y caramelo. Es difícil de describir, pero al igual que cuando se cata un buen vino y vas sacando sus sabores, sus esencias, los recuerdos se centraron en aquel aroma dulce tan familiar. Los armarios, en los que aún colgaban, mudos testigos de unos años dejados atrás, algunos de los vestidos, de los trajes, que por cariño no me había desprendido de ellos, permanecían casi intactos. Cerrando los ojos aún podía sentir la ligera fragancia de los membrillos que cada otoño se guardaban en aquellos roperos y que, sin duda, habían impregnado las maderas de los muebles.
El inevitable polvo se había aposentado sobre aparadores, alacenas, estanterías… Los viejos ejemplares de la pequeña librería emanaban aquel tufillo a papel húmedo cuando te acercabas a ellos, como diciéndote: “Desde cuándo no ojeas mis páginas”.
Mentiría si dijera que encontré por casualidad la pequeña caja de cartón con mis tesoros. La estuve buscando desde que abrí el armario de la que había sido, y aún era, mi habitación. También olía a húmedo, mezclada, aquí, con el dulce membrillo. Al mirar en su interior me di cuenta de que por aquellos años yo ya no era un niño. Había conservado la caja de mi niñez pero su contenido ya no pertenecía a aquellos primeros años de mi vida. ¿Qué hacía allí el sencillo de Los Beatles: “Love me do”? ¡Tantos años buscándolo! Y allí apareció, relegado, desterrado, confinado. Cincuenta años. Grabado en el sesenta y dos. Esto sí era un tesoro.
Salí de la que fue mi vivienda con la sonrisa en el rostro y mi pequeño tesoro bajo el brazo. Me prometí regresar con más frecuencia.
Muy bonito Rafa. Evocar y recordar es vivir. Me ha gustado lo del olor a membrillo porque es un olor que recuerdo de otras épocas. Ah, y el disco de los beatles hoy valdría un pastón.
ResponderEliminarUn abrazo
Recuerdos, dichoso tú que tienes dónde regresar y palparlos físicamente. Yo los míos los llevo puestos, gracias por compartir los tuyos.
ResponderEliminarA veces estos vibran en otra secuencia
No he podido visionar el vídeo pero supongo que el la canción del Beatles. También a mi me traen recuerdos.
Un abrazo
Hola Fernando: sí, recordar es volver a vivir. Me alegra contar contigo y en cuanto a los beatles fueron mi nodriza durante años; me tocaron de lleno. Un abrazo
ResponderEliminarHola Katy: sí el video era la canción pero algo he debido de hacer mal. Me alegro que puesas escribir de nuevo. Gracias por volver tan rápido. Un abrazo
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