miércoles, 29 de septiembre de 2010

En el refugio de los sueños: Huelgas de ayer y siempre

“Para holgar entre tus muros

piedra a piedra te crearon

dias de sudor y esfuerzo

de los hombres castellanos.

El arte se hace belleza

en tus capillas y tramos:

naves, cruceros y ojivas

poco a poco levantaron.

Entre tus muros de plata

Las campanas replicaron

La oración entre paderes

hijas de nobles sembraron.

Habitaciones de magia

hechizos de varias manos

sueños que por imposibles

parecen más que de humanos.

La torre rompe horizontes

en el cielo castellano

su perfil asciende al cielo

en busca de un sol lejano.

Monasterio de abadesas

religiosas de orden y mando

de más poder que los reyes

en el monasterio santo.

Ahora todo es distinto

lo antiguo está lejano

ahora pasas por ella

sin apenas recordarlo”.

Viene a cuento hoy 29 de septiembre por el tema de la huelga.

Este poema, “Primer Premio de poesía infantil de la Ciudad de Burgos”, fue escrito por mi hija Susana a los nueve o diez años. He respetado el escrito tal cual, sin signos de puntuación y errores en algunas palabras.

lunes, 27 de septiembre de 2010

En el refugio de los sueños: Cara velada

Había recorrido los jardines de La Granja en Segovia. Aquella fastuosidad, que hoy afortunadamente se puede contemplar, no me entraba en la cabeza. Felipe V compró esos terrenos a los Monjes Jerónimos del Parral de Segovia con la finalidad de construir una residencia alejada del boato de la corte. Sin duda lo que trataban de conseguir tanto este rey como sus sucesores era el sueño de recrear un lugar perfecto para practicar la gran aventura de vivir. Nunca llegaré a entender porque existen los reyes, los reinados, la corte …, en fin todo ese poder. Pero esa es otra historia.

En uno de los pasillos que une el palacio con la capilla de la Colegiata se sitúan adosadas a la pared, en una especie de grandes hornacinas o edículos, numerosas esculturas, copias la mayoría del mundo heleno y romano. Algunas de estas copias resplandecen de blanco ya que están realizadas en simple escayola. Sin duda se encuentran allí de relleno para que no dé la impresión de vacío el gran corredor. Entonces fue cuando la vi. En una de aquellas hornacinas estaba ella, tallada en piedra (quizás fuera mármol no lo recuerdo bien), una de las esculturas más hermosas que he contemplado nunca; mis ojos se fueron directamente a su cara: no tenía formas; estaba velada.

Indagué, para eso está Google me dije. La obra fue esculpida por Luis Salvador Carmona, sobre 1750. Quise conocer más, como era lógico. Escultor barroco. Su obra escultórica era en su totalidad de índole religioso. ¿Por qué entonces aquella escultura? Era totalmente diferente al resto de su grandiosa obra, Me intrigó, pero era difícil seguir con la indagación; la exhaustiva información del servidor informático no llega a tanto.

“A don Luis Salvador Carmona, don Antonio Ahumada, secretario de los asuntos internos del rey, le encargó esculpir a su bella mujer: Lucrecia. Don Antonio conocía la impresionante obra escultórica de Luis Salvador y la delicadeza de sus tallas y queriendo congraciarse con su esposa, a la que tantas veces había sido infiel en aquella corte, se le ocurrió que el encargar una escultura de Lucrecia había de redimirle de sus aventuras extramatrimoniales.

Cada mañana el secretario al terminar la misa en la Colegiata enviaba a Lucrecia a al taller del escultor para que éste fuese esculpiendo la hermosa figura de la mujer.

A don Luis le extrañaba que la dama apareciese siempre hermosamente vestida y con el velo, con el que acudía sin duda al oficio religioso, sobre su rostro. Durante los primeros días de trabajo nada comentó a doña Lucrecia, pues su trabajo inicial consistió, como es lógico, en ir desbastando la piedra hasta ir formando lo que el artista buscaba: la silueta y formas de aquella hierática mujer. Pero aquel cuerpo y el bello rostro que se adivinaba bajo el tul que le cubría le hacían ir más allá; constituían una provocación al artista acostumbrado como estaba a la imaginería religiosa. Cada vez que posaba para él, se convencía más de lo que quería mostrar: aquel cuerpo que se ocultaba bajo los ropajes de Lucrecia merecía salir al descubierto, así como su, sin duda, hermosa faz.

-Doña Lucrecia, he de ir modelando su rostro, hora es de que lo conozca, ¿podéis descubriros, por favor?

La mujer se sobresaltó y en voz baja, semejante a un susurro, respondió:

-Mi esposo, el secretario del rey, no permite que usted vea mi rostro, es muy celoso, creí que ya se lo había comentado. Ni pensar quiero en ver cómo se irritaría si me sorprendiese con mi cara desnuda. Pensaría que entre usted y yo…

-Es imposible que yo esculpa su rostro sin conocer cada rasgo de él, su esposo debería comprenderlo –aclaró don Luis-. Hablaré con él.

-No, no lo haga, se lo ruego. Es un hombre agresivo, además de terriblemente celoso.

-Pero, esto no tiene ningún sentido. ¡No puedo inventar un rostro en lo que se supone ha de ser una escultura fiel reflejo de la modelo; de usted doña Lucrecia!

-Inténtelo se lo ruego. Seguro que a través del velo usted puede ver mis rasgos.

-Lo intentaré, pero lo que la estupidez de su marido no sabe es que de esta manera tendré que fijarme en su rostro con mayor atención.

Lucrecia sonrió tras el velo.

-Otra cosa –añadió el escultor- Su esposo para nada habló del ropaje que debía de llevar la escultura; supongo que dejó a mi elección tal asunto. Le rogaría doña Lucrecia que se despojara de algunas de sus ropas. Me gustaría esculpir las formas de su cuerpo apenas abrazado por la suavidad de un velo, como si éste se pegara a sus piernas, a su vientre y a su pecho impulsado por el viento… Y por qué no… el rostro, el rostro también estará velado.”

lunes, 20 de septiembre de 2010

La cuñada de M.L. : el final

Ángela sujetaba la taza de café con las dos manos. El vapor de la infusión velaba su cara mientras esperaba a que se enfriase. El claustro de profesores estaba reunido para perfilar el segundo trimestre del curso escolar en el instituto. Ángela ignoraba en aquellos momentos que ella ya no estaría allí en el mes de enero.

Las clases habían terminado; los alumnos estaban ya de vacaciones navideñas y al concluir aquel claustro les entregarían las notas. Ángela se dirigió al rasgado y amplio ventanal desde donde se dominaba el patio en aquellos momentos desierto. Le gustaba acercarse hasta la cristalera; desde allí se podía ver a los alumnos cuando estaban en el recreo. Vio a una persona entrar por la reja que comunicaba la calle con el instituto. Limpió el cristal de forma maquinal, empavonado ligeramente por el contraste con la temperatura exterior, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo al identificar a la persona que a grandes pasos cruzaba el patio dirigiéndose al edificio escolar. Se la heló la sangre; la taza cayó de sus manos haciéndose añicos al chocar contra la tarima del suelo: era Alberto. Algunos profesores preguntaron desde sus asientos si le sucedía algo. Nada –respondió-, se me ha resbalado la taza – añadió sin acertar a desviar la mirada de la puerta que se había cerrado tras de aquel hombre.

Los minutos empezaron a transcurrir con lentitud. Ángela esperaba ver aparecer a Alberto por la puerta de la sala de profesores; pero nada de esto sucedió. El antíguo reloj de pared emitía su tic-tac a cada movimiento del péndulo. El tiempo pareció pararse para Ángela. Habían transcurrido tres días desde que aquel hombre le hubiese devuelto firmado y validado, como ella le había pedido, el documento por el que se comprometía a estar fuera de España durante seis meses, fecha en la que expiraba aquel contrato. ¿Qué demonios hacía él allí?

Incapaz de reunirse con sus compañeros seguía mirando al exterior. No se percató de quién había retirado los trozos de porcelana esparcidos por el aula y limpiado el suelo; Luisa tocó el brazo de su amiga intuyendo que algo extraño sucedía, pero nada dijo y acabó por reunirse con el resto del profesorado. Ángela seguía mirando por el ventanal que había vuelto a empavonarse. Transcurrieron unos minutos antes de que se incorporara a la mesa de trabajo junto a los demás.

Una hora más tarde se oyeron pasos por el pasillo contiguo a la sala donde se encontraban reunidos. Ángela volvió a sobresaltarse. Tras dos leves golpes en la puerta, hacia la que se volvieron todas las miradas –la de Ángela ya estaba allí desde segundos antes-, apareció la figura de Marcial, el bedel del instituto. Doña Ángela –dijo mirándola-, que me ha encargado el señor director decirle que pase usted por su despacho cuando acabe el claustro; gracias y perdonen –añadió cerrando la puerta al salir.

-Siéntese Ángela, por favor. La he mandado llamar…

-Sé por lo que me ha mandado llamar, don Manuel –le cortó Ángela.

-Y bien, ¿he de creer a ese tal… Alberto…Monterrubio? –preguntó mientras leía el nombre en un papel situado sobre la mesa de su escritorio-. He de decirle –continuó- que las acusaciones que ha vertido sobre usted son muy graves. Me ofrecen dudas que espero que usted aclare. Pero puedo entender la preocupación de ese hombre por su hija.

-Hija a la que abandonó siendo una criatura y a la que no ha dedicado desde entonces ni un solo minuto de su vida –exclamó alterada Ángela.

-Eso no me lo dijo.

-Ya lo imagino.

-¿He de creerle en lo demás?

-¿Qué fue exactamente lo que le contó.

-Me vino a decir que usted, Ángela –enfatizó-, mantiene un idilio con una mujer, con la cuñada de usted, una tal Maria Leonor…Sarmiento –volvió a ojear sus anotaciones- Y que esa relación es muy perjudicial para su hija Nuria

-Esa relación no perjudica en absoluto a Nuria, ya que es consciente de ella –le interrumpió Ángela.

-¿Luego es cierto que existe?

-Sí –afirmó Ángela-. Aunque en realidad ya ha terminado.

-Él no lo cree así.

-Alberto es un enfermo. ¡Y además que irá a sacar de todo esto el muy cabrón! – exclamó mordiéndose ligeramente el labio inferior.

-Ángela, por favor, ¡recuerde el lugar en que se encuentra! –exclamó a su vez don Manuel, visiblemente contrariado-. Además apela a la minoría de edad de su hija, y yo, como director de este centro, he de velar por los derechos de los alumnos.

-¡Por Dios! ¡Nuria cumple dieciocho años dentro de cinco meses! ¡Para todos los efectos es ya mayor de edad!

-No, no lo es, y usted debería de saberlo –cortó tajante el director.

-Al final se está aprovechando de la edad de su hija, el muy canalla. Imagino que tampoco le diría que nos chantajeó con unas fotografías.

-No, lo que me contó es que fue usted la que le chantajeó a él en su consulta. No quiero entrar en detalles de lo que me describió, pero me enseñó la copia de un contrato por el que usted prácticamente le obligaba a abandonar este país so pena de denunciarlo. Se me hace difícil no creerle, disculpe que se lo diga, Ángela.

-Todo eso es cierto –confesó Ángela-. No quiero engañarle don Manuel. Todo eso es cierto pero está contado a su manera. Mari Leo – Maria Leonor corrigió al ver la cara de perplejidad de su interlocutor- y yo habíamos decidido ya dejar nuestra relación, a pesar de que nos dolía el alma porque algo de amor existía entre nosotras, conscientes de que podía perjudicar a muchas personas de nuestro entorno. La respuesta de Nuria a su madre cuando ésta le explicó la situación dejó sin palabras a Leonor, pues la chica lo comprendió mejor que nadie. Nuria es una mujer en toda la extensión de la palabra. La separación de sus padres le hizo madurar más deprisa que a otras chicas de su edad. He de decir que mi relación con su madre no ha influido negativamente en el comportamiento de Nuria, ni como estudiante, ni como persona. Usted la conoce de sobra y estará de acuerdo conmigo.

-La verdad es que no tengo más que buenas palabras en favor de esa chica –contestó don Manuel- pero…

-Hay que salvaguardar la minoría de edad de Nuria, ¿no es eso?

-Así es. Muy a mi pesar he de dar la razón a ese hombre.

-Hombre que no le contaría que Leonor y él estuvieron casados, y que el muy indecente la abandonó a ella y a Nuria por otra mujer, con la cual también acabó separándose, aunque creo que esta vez fue ella quien le desechó. ¿No le empieza a sonar a celos, a misoginia tal vez?

-Ya, ahora caigo…Nuria Monterrubio Sarmiento.

-Efectivamente.

-A pesar de todo…-se interrumpió don Manuel.

-Haga caso a su conciencia, señor director. No pienso presionarle, además estoy cansada de todo esto.

-Entenderá que he de trasladar al claustro la decisión final que tome.

-Lo entenderé, no se preocupe. Haga lo que tenga que hacer.

Ángela jamás condujo más despacio hasta el hotel donde la esperaba su esposo. Sus pensamientos iban de los brazos de Ildefonso a los de Leonor. Quizás fuera el precio que había de pagar. El destino la castigaba por partida doble: intuía que iba a ser desposeída de su puesto en el instituto y al mismo tiempo era consciente que su relación con Mari Leo había acabado para siempre. Y ¿Alberto? –se preguntaba-, ¿de qué le había servido todo esto? Estaba claro que no iba a sacar nada de todo el asunto, ni por parte de Mari Leonor, ni de Nuria. Le había hablado a don Manuel de celos, de misoginia…Conocía la vida de Alberto y de Mari Leo, de la huida de su país, de los sufrimientos que tuvieron que pasar juntos hasta que se establecieron en España, del nacimiento de su hija. Recordó que Leonor le había contado en una ocasión que Alberto nunca aceptó que le pusiese por nombre Nuria, en recuerdo de aquella amiga que cayó en manos de los militares argentinos sublevados. Su marido no superó nunca que ninguna mujer le rechazase. Celoso, misógino… Sí, ahí estaba la clave. Sonrió: ahora sabía que Alberto llevaría ese sufrimiento toda su vida. Pisó el acelerador de su mercedes deportivo; la aguja marcó casi de inmediato ciento cuarenta kilómetros por hora.

Los fuegos de artificio iluminaban el cielo traspasando la ligera niebla que a esas horas caía como un cendal sobre la puerta de Brademburgo. Eran casi las doce de la noche de aquel final de año. Ángela y Mari Leo se miraban a los ojos, mientras Ildefonso y Roberto, junto a ellas, descorchaban la botella de cava.

FIN