martes, 26 de abril de 2011

En el refugio de los sueños: ¡Cómo no te voy a querer!


Nos anunciaron que: ¡Hoy, 21 de abril del 2001, se proyectaría el esperado cortometraje filmado por Nicolás, Rodrigo y David, los tres mosqueteros de la actual cinematografía independiente! Tras once meses de montaje el pre-estreno estaba a punto de realizarse. Localidad: el pueblo donde fue rodado. Villafruela (Burgos) sería el lugar del acontecimiento. El título lo dice todo:

“SÓLO ES QUERER”

Cómo no te voy a querer. Un día os dije que lo que se empieza hay que terminarlo, si no pierde todo su valor. Y habéis cumplido con creces. Sé que os ha costado horas de trabajo: a Nicolás como guionista y director, a Rodrigo como cámara y músico, y a David como director de arte. Gracias a los tres por el enorme esfuerzo. El resultado: un corto magnífico que habla sobre todo de amor. Un amor plasmado en imágenes, sin palabras; acariciado por una suave música de piano (creada por Rodrigo para este film) que envuelve toda la sencilla y auténtica trama. Un corto que no olvida la pasión de uno de los protagonistas y a través de la cual conseguirá lo que desea en el transcurso de su viaje por la vida: el amor de una mujer. Mientras que la protagonista irá rebelando con su mirada, con su actitud de total entrega, a lo largo también de su vida, el amor hacia el hombre, hasta llegar, también ella en su viaje interior a la mayor prueba de ese amor simplificada en una simple frase. No se puede explicar mejor una relación en tampoco tiempo y de una forma tan audaz y verdadera.

Cómo no te voy a querer. Estuvimos rodeados de buenos, muy buenos amigos : Miguel Ángel y Choni, MariVi y Kiki (ayudantes de producción del cortometraje), Marian, Pili, Merche, Ángel y Marian, Marga y Rick, María de los Ángeles y José Enrique, Teresa e Ignacio; todos ellos junto a mis hijos Susana y Nicolás y mi esposa que le tocó hacer de anfitriona, como siempre. Al mor de la lumbre, como se dice en aféreis por este lugar. Todos ellos compartieron con nosotros los intensos nueve minutos del cortometraje. Nueve minutos que no tuvieron nada que ver con el tiempo real, pues sólo cuando se visiona la película por segunda o tercera vez se tiene la certeza de que efectivamente han pasado nueve minutos desde su comienzo. El tiempo a veces se comporta de forma extraña para quien lo vive con intensidad. Depende, sin dudad, de la necesidad que hagamos de él.

Cómo no te voy a querer. Todo salió bien. El cortometraje en su pre-estreno ha gustado; se notaba en los ojos, más allá de la amistad. Ahora falta su puesta de largo en Madrid para ver si hay suerte y se cuela en algún festival de esta modalidad de cine. Seguro que sí; el entusiasmo de los creadores así hace suponerlo.

P.D. Cómo no te voy a querer. Algunos madridistas sí entienden por qué he colocado en estas fechas esta frase.

lunes, 11 de abril de 2011

En el refugio de los sueños: La fotografía.

Eduardo quería dar una sorpresa a su mujer, a su esposa como bien solía decir. Acababan de cumplir veinticinco años de casados y deseaba llevarle a aquellos lugares que habían visitado durante su ya lejana luna de miel; y por qué no, tratar de hacer las mismas cosas que en aquellos días, aunque algunas de esas actividades le empezaran a resultar, según las iba rumiando, demasiado osadas. Pero quién sabe, solía decirse, quién sabe…

No estaban atravesando una buena racha en su relación. Eduardo reconocía que quizás él fuera más culpable, aunque la duda siempre aleteaba por su cabeza. Tal y como fuese al aproximarse la fecha del aniversario deseaba, de buena fe, invertir aquella situación. Amaba a su esposa y se sabía correspondido, pero empezaban a pesar más algunas circunstancias que habían rodeado su matrimonio en aquellos años, sobre todo en los dos últimos. La falta de hijos, se decía, podía ser uno de los motivos, pero pensaba que aquellos hijos deseados y que nunca llegaron, tampoco estuvieron los primeros veinte años y nada parecía haber sucedido. El enfriamiento fue más tardío, aunque se viniese venir. Abulia, desinterés, aburrimiento…La vida, por otro lado, no les había enseñado su cara más amable, pero tampoco les había maltratado; cierto es que ni Eduardo, ni su esposa Ángeles, habían conseguido alcanzar brillantez en sus profesiones, pero lo habían llevado con cierta dignidad, y hasta hubo momentos en los que se rieron de lo poco y mal que habían sabido venderse en su trabajo; eso que ahora se llevaba tanto entre los jóvenes. Aquellos años pasaron y con ellos se fueron algunas de sus ilusiones: una pequeña casa en el campo, aquel coche que él nunca pudo comprarse, el crucero por el mediterráneo soñado por ella, y un largo etcétera de sueños rotos. ¡Dichoso dinero!, solía exclamar Eduardo con mayor frustración que remordimiento.

El día que se cumplía su aniversario Eduardo y Ángeles se pusieron en viaje. Voy a llevarte al Parador Nacional que estuvimos en nuestra noche de bodas. He alquilado la misma habitación. ¿Qué te parece? Muy romántico, contesto ella. Muy romántico y caro, ya verás lo que ha subido de precio desde entonces. Mujer que un día es un día, además me hace ilusión recordar…Recordar siempre es bueno cariño, pero de vez en cuando podías “acordarte” de lo que a veces te digo. Ya…pero, un día es un día, ¿no? Qué sí, un día es un día y seis media docena. No seas niña, Ángeles, verás que bien lo pasamos. Si tú lo dices.

Así, en animada charla llegaron al Parador Nacional. Entraron hasta el vestíbulo y fueron a buscar sus reservas. Mientras les atendían se quedaron sorprendidos viendo aquel espacio que les resultó tan familiar; nada parecía haber cambiado de lugar: los bargueños que siempre le gustaron tanto a la mujer, las escenas de caza colgadas en las paredes, debilidad del marido, aquellos guerreros en sus armaduras de hierro y hasta las cantareras parecían estar tal y como las recordaban. Un gran arco de piedra sujetaba el techo de forma abovedada, dividiendo en altura la espléndida estancia.

Eduardo si algo amaba, con sinceridad, era la fotografía. Sacó la Nikón auto-réflex y se dispuso a fotografiar la estancia, en ese momento armoniosa de luz cenital pues en el exterior del edificio había ya oscurecido. Comprobó de un vistazo que la luminosidad era insuficiente para hacer una fotografía sin flash. Sacó el trípode que siempre llevaba e instaló la cámara sobre el soporte. Se le ocurrió una idea para embellecer más la fotografía. Ángeles, cariño, te importaría colocarte allí en el centro. Ya empiezas con tus fotos, ¿dónde has dicho? Allí en el centro. No mejor, recapacitó: si no te cuesta mucho puedes cruzar por delante de la cámara, despacito. La idea era que como tenía que abrir mucho el obturador de la cámara y hacerlo a una velocidad lenta para que entrase toda la luz del vestíbulo, Ángeles apareciese cruzando difusamente la escena, como en una nebulosa, vamos. La fotografía, se dijo, puede salir magnífica. ¡Qué pasee como si esto fuera una pasarela! Anda, cariño, que sólo es un momento, ya verás que guapa sales (toda borrosa-sonrió para adentro-). Dicho y hecho la cámara sonó con un cll..iik muy largo, mientras la dama se daba aires de grandeza.

Los días que siguieron a esta escena no fueron muy satisfactorios para ninguno de los dos cónyuges, y su vida regresó a la rutina una vez terminada aquella experiencia de reconciliación.

Al poco de regresar a su casa, Eduardo llevó a revelar el carrete de fotos que había hecho durante aquellas aciagas vacaciones, y comprobó sorprendido que aunque la foto que recordaba haber hecho en el vestíbulo estaba espléndidamente en cuanto a la dificultad que entrañaba la escasa luz, su esposa, mejor dicho la estela de su esposa no aparecía por ningún lado. La instantánea era muy buena pero Ángeles parecía no haber pasado por allí. Lo comprobó con una lupa, observando los negativos por ver si había hecho más de una foto. Nada. El empleado de la tienda no supo darle explicación alguna. Eduardo sabía que por muy lenta que hubiera tomado la exposición su esposa tenía que estar forzosamente allí. Intuyó, después de darlo muchas vueltas que Ángeles había huido de su lado aquel mismo día.

P.D. Sin que tenga nada que ver con el relato, la foto que encabeza el mismo, la hice en el Parador Nacional de Santo Domingo, con una cámara analógica, y juro que mi mujer cruzó por delante del mismo.

lunes, 4 de abril de 2011

En el refugio de los sueños: Silencio.

Tiempo primaveral: el sol y la lluvia se reparten las horas de este primer domingo del mes de abril. Miro a través de los cristales: ahora es la lluvia la que se ha apoderado de la ciudad. Las calles que diviso desde el ventanal están vacías; no llega ni el ruido de vehículos, supongo que la hora también influye; son las cuatro de la tarde. Hay un silencio penetrante. En el edificio no se escuchan los ruidos de costumbre. Únicamente me llega el vago sonido del televisor. Tomo el mando a distancia y desconecto el volumen. Busco la tranquilidad que otorga el silencio. Me fijo en la muda pantalla: un grupo de personas empuñan armas señalando al cielo como si pidieran ayuda divina, se mueven de un lado a otro de una carretera polvorienta, llevan ropajes a modo de túnicas, hacen el signo de la victoria con la mano sin arma. También a través del silencio se pueden convocar algarabías o parodias de coraje. Se puede ser pregoneros de la muerte. Se ve la rabia desconsolada en sus enjutos y atezados rostros. Y quizás tengan razón.

El silencio en ocasiones tiene su duende. Pasa con la música si la escuchas con avidez, prestándole toda tu atención. La música es silencio, entonces, de todo lo demás. La armonía es lo único que cuenta. Ese silencio musical que te eriza el vello de los brazos sin que sepas muy bien el porqué. Obra como algo natural, sin esfuerzos añadidos; pero es silencio, es música al fin. Sólo que a veces nuestro afán de protagonismo nos lleva a intentar escuchar lo inaudible en lugares donde la también llamada “música” atruena nuestros sentidos y nos deja silentes en medio de esa locura colectiva en la que todos hemos participado alguna que otra vez.

Acaso el arrullo del suave oleaje no es sinónimo de silencio una vez que te envuelve al cerrar los ojos.

¿Y no es cierto que una obra de arte te inunda con su belleza o con su armonía o con su esencia de sorpresa, ésa que sólo el arte otorga, y todo ello en silencio?

Pero el silencio otras veces es solamente silencio. Es la soledad del árbol cuando nadie lo ve. Es la ambición de arena del desierto, del desierto sin oasis lleno de vida. ¿Puede haber algo más silencioso que una nave desarbolada en mitad de una estruendosa tormenta? Quizás sí, tal vez la sed y el hambre del amor.