Tiempo primaveral: el sol y la lluvia se reparten las horas de este primer domingo del mes de abril. Miro a través de los cristales: ahora es la lluvia la que se ha apoderado de la ciudad. Las calles que diviso desde el ventanal están vacías; no llega ni el ruido de vehículos, supongo que la hora también influye; son las cuatro de la tarde. Hay un silencio penetrante. En el edificio no se escuchan los ruidos de costumbre. Únicamente me llega el vago sonido del televisor. Tomo el mando a distancia y desconecto el volumen. Busco la tranquilidad que otorga el silencio. Me fijo en la muda pantalla: un grupo de personas empuñan armas señalando al cielo como si pidieran ayuda divina, se mueven de un lado a otro de una carretera polvorienta, llevan ropajes a modo de túnicas, hacen el signo de la victoria con la mano sin arma. También a través del silencio se pueden convocar algarabías o parodias de coraje. Se puede ser pregoneros de la muerte. Se ve la rabia desconsolada en sus enjutos y atezados rostros. Y quizás tengan razón.
El silencio en ocasiones tiene su duende. Pasa con la música si la escuchas con avidez, prestándole toda tu atención. La música es silencio, entonces, de todo lo demás. La armonía es lo único que cuenta. Ese silencio musical que te eriza el vello de los brazos sin que sepas muy bien el porqué. Obra como algo natural, sin esfuerzos añadidos; pero es silencio, es música al fin. Sólo que a veces nuestro afán de protagonismo nos lleva a intentar escuchar lo inaudible en lugares donde la también llamada “música” atruena nuestros sentidos y nos deja silentes en medio de esa locura colectiva en la que todos hemos participado alguna que otra vez.
Acaso el arrullo del suave oleaje no es sinónimo de silencio una vez que te envuelve al cerrar los ojos.
¿Y no es cierto que una obra de arte te inunda con su belleza o con su armonía o con su esencia de sorpresa, ésa que sólo el arte otorga, y todo ello en silencio?
Pero el silencio otras veces es solamente silencio. Es la soledad del árbol cuando nadie lo ve. Es la ambición de arena del desierto, del desierto sin oasis lleno de vida. ¿Puede haber algo más silencioso que una nave desarbolada en mitad de una estruendosa tormenta? Quizás sí, tal vez la sed y el hambre del amor.
Hola Rafa:
ResponderEliminarEl silencio es hermoso, solo hay que saber escucharlo. Muy bonito.
Un abrazo
Precioso y certero. Hay que buscar estos espacios de soledad y silencio para encontrarse con uno mismo, en lo hondo de misterio. Alejarse del ruido.
ResponderEliminarHay quien no lo soporta porque le cuesta enfrentarse a a si mismo, a su soledad, al silencio.
Un abrazo. Te deseo una feliz semana
Hola Fernando:
ResponderEliminarMe alegro te haya gustado, y tienes razón lo difícil es escucharlo.
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarEncontrarse; yo diría quererse a uno mismo es muy difícil. Erróneamente en ocasiones pretendemos ser otro, por eso saber enfrentarse a la soledad, como bien dices, es de sabios. Me ha gustado tu comentario.
Un abrazo