Carlos estaba postrado en una cama del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid. Su enfermedad era irreversible. Apenas contaba ya con momentos de lucidez para reconocer a la persona que amaba.
Abrió los ojos; allí estaba ella, apretándole la mano. Así había permanecido los últimos días: sin separarse de él un instante. Volvió a cerrar los ojos, desvaneciéndose. Iba y venía sin querer marcharse del todo: agonizaba.
Aquella noche estaba haciéndose extrañamente larga, como la agonía de Carlos. Nieves nunca había podido contarle su vida. Él no lo había deseado, por más que ella hubiese insistido. Decía que su felicidad no iba a cambiar por conocer aquella parte de su historia. Que la quería tal y como era: sin pasado.
Pero el pasado existe, mi amor –susurró Nieves mientras Carlos parecía escuchar-. Los años, el paso del tiempo que todo pone en su lugar, me han venido diciendo que llegué a ti quizás por un error. Un error en el que no creí, y que tal vez pudiera haber evitado; pero el destino me deparaba esta segunda oportunidad contigo. Has de saber, aunque ya no puedas escucharme, que huí de los brazos de un hombre, al que quise también con toda la fuerza de mi alma, por una infidelidad que no fui capaz de asumir. Me traicionó con mi mejor amiga, y no fui capaz de perdonar. Ni tan siquiera de escuchar. El día que Isabel, así se llamaba, entró en mi casa y me contó lo que había sucedido entre ella y Francisco, mi marido, el mundo me cayó encima. Me pareció que los ojos de Isabel, a la que conocía desde niña, se estaban burlando de mí. Desde la distancia pienso que no debió de ser esa su intención, que simplemente se estaba sincerando conmigo o quizás que su conducta se debía al amor que debía sentir hacia mi esposo, como trató de explicarme sin que yo quisiese escuchar. La abofeteé; se quedó impávida, como si lo esperara. Cuando el llanto acudió a mi pecho trató de abrazarme y rechacé aquel abrazo desleal, pues en aquel momento entendí que también había traicionado nuestra amistad. Huí, Carlos, huí. Abandoné a mi esposo sin querer escuchar sus explicaciones. En aquel momento me sobraban. Nuestro amor se había roto, y él había sido el encargado de destrozarlo. Él e Isabel.
Supe, años después cuando ya te había conocido y nos habíamos enamorado, que Isabel también se había ido, que había aceptado un cargo en el ayuntamiento de la capital asturiana. También ella se marchó, y fue entonces cuando empecé a darme cuenta de que entre Francisco e Isabel nunca había existido ninguna relación. Ya era demasiado tarde; me había enamorado de ti, Carlos.
Vagué sin rumbo aquellos primeros días de agosto del ochenta y cinco. Recuerdo la fecha porque al llegar a Madrid, en mí huida, el calor que desprendían los andenes de la estación de Atocha me golpeó la cara. Llevaba una simple maleta como todo equipaje; había dejado mi vida atrás y nada me llevé de ella. Encontrar trabajo era mi primera prioridad. Poco sabía hacer. Sin estudios y forzada en el pueblo a labores del campo, mis limitaciones pasaban por ponerme a servir como asistenta o mujer de la limpieza en alguna casa. Tuve suerte y entré a trabajar en la de tus padres. Lo que vino después ya lo conoces: tu habitación era un desastre y necesité de todo mi buen hacer para poner un poco de orden en tus libros, tu ropa…tus cosas, que más tarde serían también mías. Nos enamoramos: ambos estábamos muy solos y nuestra edad de entonces, yo acaba de cumplir los cuarenta y uno y tú eras algo mayor que yo, comenzaba a arrastrar la rémora de años perdidos en mi caso y de necesidad de alguien que te amara en el tuyo. Tu madre enseguida me cogió cariño, lástima que nos abandonara tan pronto, y tu padre poco a poco también me fue aceptando: nunca se interpusieron en nuestra relación a pesar de las diferencias sociales que nos separaban.
Los años fueron pasando –continuaba Nieves confesándose en el oído de Carlos-, y nunca pude olvidar del todo a Francisco; Isabel ya no importaba, ya no formaba parte de mi vida; a ella si la borré de mi mente el mismo día que decidí dejarlo todo. Al menos fue sincera al confesarme su amor por Francisco, pero una venda cubrió mis ojos y no vi, no me paré en mirar. Me hizo demasiado daño como para perdonarla. Nunca lo he hecho. Destrozó mi vida con un solo golpe. Sin embargo con Francisco ha sido distinto; lo amaba tanto, tanto…-las lágrimas acudieron a los ojos de la mujer, quien hubiera entrado en esos momentos en la habitación no hubiera dudado del motivo-. Nunca he podido olvidarlo: si tan siquiera lo hubiera escuchado. Ahora comprendo que tenía algo que decirme, que aclararme.
Carlos, mi amor, ahora ya lo sabes todo –el enfermo pareció sonreír con el rictus que se aposento en sus labios, su vida se le escapaba; Nieves lloraba ahora de dolor-.
Dos días después, tras el funeral, Nieves emprendió el camino de regreso.
Ay que se ha caído una lágrima. Cuanto sufrimiento, por una tontería. Pero en aquellos años no se podía perdonar una infidelidad. Hoy es más fácil, porque es una flor rara la fidelidad.
ResponderEliminarEstoy deseando que sigas y espero que el final sea feliz. Porque se que te gusta terminar dejando al personal la opción de ponerle un final u otro.
Un abrazo
Hola Rafa:
ResponderEliminarMe gusta como vas hilando y cambiando de escenario, como te adentrás en los pensamientos de los personajes y que nuca se sabe muy bien por donde vas a salir. Así que sigue, que esto pinta mjy bien.
Un abrazo
Hola Katy y Fernando:
ResponderEliminar¡¡JA!!Siento que os he defraudado. La historia acaba aquí. Seguro que soy yo el que se equivoca puesto que los dos opináis lo mismo. Creí que había cerrado el círculo con la vuelta de Nieves a su casa: en el primer episodio encendí una luz en una ventana que debiera de haber estado apagada. La historia puedo "engordarla" en las tres partes, pero creo que el final sería el mismo.
Necesito que me comentéis lo que os digo. De todas formas gracias por el esfuerzo de seguirme. Un abrazo para cada uno.