Se sentó en el banco de madera bajo el porche. Respiró. El aire le refrescó los pulmones enrarecidos por la humareda que acababa de abandonar en el interior del bar. Un ligero ruido sobre su cabeza le hizo alzar la vista sobre la pequeña bombilla que se balanceaba en lo alto acariciada por la suave brisa que llegaba desde el pequeño bosquecillo anexo al complejo. El ruido procedía del ágil y violento aleteo de una polilla que buscaba, sin duda, el calor de aquel pequeño foco para vivir y salvar la noche que ya se cernía sobre el lugar. Miró al frente; a unos pocos metros la carretera nacional 230 cruzaba aquella zona en dirección paralela a la que se encontraba la fachada del establecimiento. Al fondo, tras la vía, sólo la oscuridad más absoluta. Trató de adivinar algún modo de vida en aquel centro oscuro, negro. A veces sentía adivinar diminutos focos de luz. Creía verlos, pero sin duda eran ilusiones. Sus envejecidos ojos le causaban esas falsas apariencias: estrellitas que aparecían y se volatizaban a la misma velocidad que habían llegado. Un intenso parpadeo que llegaba a molestarle. Y así noche tras noche, luchando contra la posibilidad de ver a través de aquel túnel oscuro. Un camión cruzó frente a sus ojos casi con violencia. Por un instante perdió la percepción óptica del túnel ante la estela del vehículo. Apenas si parpadeó. No lo siguió con la mirada, sabía que se perdería tras la primera y lejana curva.
-Por allí algún día vendrá ella –murmuró en voz baja sin desviar los ojos de la negrura.
El botellín de cerveza se balanceaba entre dos de los dedos de la mano derecha, que lo sujetaban por el gollete, al ritmo de la música que salía del local. Cada vez que abrían la puerta el sonido aumentaba y le calaba en la cabeza. Esta mayor intensidad tenía la virtud de alimentar y agilizar el movimiento del embase con mayor vigor, el vaivén se iba atenuando a medida de que el silencio volvía a cernirse sobre nuestro hombre, sólo roto por el incansable aleteo de la mariposa. La mano izquierda, mientras tanto, jugueteaba con un cigarrillo a punto de consumirse.
La temperatura en aquella noche de finales de septiembre iba bajando con rapidez. Dejó el botellín a su derecha, sobre el banco, y se frotó los brazos, sobre su camisa de cuadros, con ambas manos cruzándolas sobre el pecho. Sintió cierto alivio, pero algo le decía que debía de regresar a casa. Al parecer ella tampoco volvería hoy. Suspiró y trató de levantarse. Al tercer intento y ejerciendo un mayor impulso con las piernas logró desentumecer su encorvada espalda, herida por la humedad de la noche y los largos años de trabajo, y se puso en pie; poco a poco el dolor de sus vértebras fue remitiendo e irguió con lentitud su columna. Desde arriba al túnel parecía más cercano, más cercano y más oscuro.
Caminó como siempre, con lentitud. Los gastados zapatos rozaban el polvo acariciándolo y éste apenas se levantaba del suelo con aquella fricción tan débil. La cabeza gacha, sobre la tierra, dudando a cada paso, haciéndose eterno el corto camino de regreso. Le pareció escuchar ruidos a su izquierda unas veces y a su derecha otras. Pensó que alguna alimaña le rondaba. Creyó por un momento que sus oídos podían escuchar como años atrás; hasta en eso le engañaban sus sensaciones. La oscuridad por aquella vereda, tan reconocible para él, no lo ayudaba en aquella noche sin luna. Usó el bastón para ahuyentar peligros inexistentes, sin suponer que lo más peligroso para él en aquellos momentos era una posible caída. Poco a poco se fue acercando a su casa.
Al terminar la senda levantó la vista y puso su mano izquierda sobre la frente. Frunció los ojos pues le pareció ver luz en una de las ventanas. Cuando los ojos se hicieron a aquella realidad el corazón se le desbocó: ¡Esa luz, esa luz –gritó en la oscuridad- no debiera estar encendida!
Hola Rafa:
ResponderEliminarIntimista y triste el relato que nos dejas hoy. Yo, en realidad no se si trata más de la soledad que de la espera. Aún le estoy dando vueltas.
Un abrazo
Hola Fernando:
ResponderEliminarQuizás sea el inicio de algo que estoy comenzando a rumiar.
Creo que se espera desde la soledad. Gracias por ser tan tenaz. Un abrazo
Hola Rafa, acabo de terminar de leer lo que podría ser el comienzo de cualquier novela, de intriga, de misterio, de amor...
ResponderEliminarLo que es cierto es que la historia inspira ternura, y he capatado que nuestro amigo había bebido más de la cuenta, que algún día estuvo acompañado por alguíen querido, que no era jóven y se sentía solo y a la espera. Y a partir de lo bien escrito podría seguir con el guión.
¿Le estaría esperando? ¿Venian de un geriátrico a llevárselo? ¿Le viitaba un amigo? O simplemente dejó las luces encendidad y no se acordaba...
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarEs cierto que es como una ventana por la que puede entrar cualquier historia de las que comentas. No sé aún por dónde irán los tiros. Gracias por acompañarme. Un abrazo