viernes, 2 de octubre de 2009

En el refugio de los sueños: Dino el dinosaurio


Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí. Laura se llevó un gran susto. Al principio fue incredulidad: pensó que continuaba durmiendo. Pero no, el dinosaurio con el que había tenido aquel sueño tan feliz permanecía junto a su cama. No era ni grande ni pequeño. Era un dinosaurio normal, como de andar por casa. No muy diferente a un perro de buen tamaño. Estaba sentado sobre la alfombra y la miraba con sus dos enormes ojos negros. Ladeó la cabeza con dulzura al ver despertar a la niña y le sonrió con aquella sonrisa que sólo tienen los dinosaurios. Laura, aún somnolienta, se llevó sus pequeñas manos a la boca tratando de contener el grito de alegría que le produjo la visión de su amigo. ¡Dino estaba allí, junto a su cama! Habían pasado la noche entre juego y juego, y, ahora, al despertar, Dino seguía en su cuarto. ¡No había sido un sueño más!¡Dino era real!

-Hola, Laura. Por fin despiertas. Empezaba a preocuparme –dijo Dino mientras sonreía.

Laura se frotó los ojos con sus manitas; aún no creía lo que veía.

-Hola, Dino –acertó a decir, casi muda por la sorpresa.

-¡Levántate, princesa! Tenemos que encontrar a Pesi y a Glas; seguro que se han perdido entre los juguetes de tu habitación. La última vez que les ví se peleaban con uno de tus gatos.

-¡Pesi y Glas! Me había olvidado de ellos –exclamó una emocionada Laura.

Se escuchó un gran estruendo. Varios juguetes cayeron desde la estantería y fueron a chocar contra el suelo. Pesi y Glas aparecieron encaramados en lo más alto mueble y sonrieron desde allí arriba a Laura y a Dino.

-Buenos días! –saludaron al unísono los dos pequeños hombrecillos mientras saltaban hacia la cama de la niña.

Al caer sobre la colcha comenzaron a dar volteretas ante las risas de Laura y la incredulidad del dinosaurio, que no llegaba a entender la flexibilidad de aquel par de saltimbanquis.

-¿Quieren para de una vez? –exclamó Dino-. Van a volverme loco con sus acrobacias.

-¿A que no nos coges? –le dijeron entre risas.

Laura se unió a las carcajadas.

(Pedro hizo una pausa y levantó los ojos del libro para ver si Carlitos dormía)

-¡Papá, sigue! –protestó el niño.

-¡Como les pille se van a enterar! Les meto de cabeza en ese platillo volador en el que entraron a noche por la ventana y de un puntapié los mando a su galaxia.

-Estás gordo, muy gordo, Dino. No podrás cogernos por mucho que lo intentes.

-¡Ya se descuidarán, ya!

-No hagáis tanto ruido –dijo Laura bajando la voz-. Se pueden despertar mis papás. Menudo susto se iban a llevar si os vieran.

-¿Qué son papás? –preguntaron Pesi y Glas.

-Pues que van a ser: ¡papás! –contestó Laura abriendo los manos.

-Lo has aclarado muy bien –dijo Dino-. Estos dos son unos mequetrefes.

El dinosaurio se había subido sobre la cama de la niña y se introdujo entre las sábanas para ir poco a poco enseñando la cabeza con sus ojos saltones.

-Dino, te pareces a Matilde con su cofia – reía Laura.

Los dos alienígenas seguían con sus ojos sin apercibirse de la escena. Tan pronto como se dieron cuenta de la nueva imagen de Dino, se quedaron boquiabiertos observándolo. Lanzaron un escandaloso grito y se abrazaron el uno al otro. Habían creído ver un fantasma. En su galaxia eran frecuentes esas visiones, debidas al polvo cósmico. Se echaron a temblar. Mientras Laura no paraba de reír.

-Les pillé, comadrejas –gritó el dinosaurio sujetando a Pesi y Glas con sus pezuñas-. Ya les dije que serían míos en cuanto se descuidasen.

(Pedro bajó con lentitud el libro. Le parecía que hacía un rato que su hijo había parado de rebullir en la cama. Efectivamente, Carlitos se había dormido. Se levantó despacio, intentado no hacer ruido, apagó la luz y se deslizó fuera de la habitación. Por el pasillo iba pensando en el pequeño dinosaurio. La próxima noche averiguaría lo que había sido de él.)

2 comentarios:

  1. Joder Rafa.

    que buena historia, que bien te han sentado las vacaciones. Un abrazo

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  2. Gracias Fernando, pero y sabes que todo se acaba. Un abrazo.

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