Cayó en sus manos por casualidad. Estaba leyendo el diario y entre las páginas surgió aquella publicidad de una casa de joyería. La miró distante, sin importarle, por rutina, antes de deshacerse de aquellas hojas, como tantas y tantas veces. Ya iba a tirarlas al pequeño contenedor de papeles que había en la cocina, junto al de reciclar plásticos y vidrio, cuando vio un anillo que le sorprendió. Sobre el cerco de oro una fila de piedras preciosas de color azul emitían unos destellos espectaculares, sin duda mérito del fotógrafo –pensó-. El anillo le sorprendió. Era de una belleza, al igual que su precio, apabullante. Pero ella se lo merecía todo. Además en unos pocos días sería su cumpleaños. Dudó si aquella publicidad sería engañosa. Leyó aquel díptico publicitario sin dejarse una coma, y comprobó que podía devolver la joya en el plazo de quince días en caso de que no fuera de su conformidad.
Marcó el número de la casa de joyería: nueve, cero, dos… Una voz cantarina contestó a su llamada:
-Expojoyas, dígame, mi nombre es Laura, ¿en qué puedo servirle?
-Verá señorita, acabo de ver en un formulario publicitario de su casa una joya, un anillo, que me gustaría comprar.
-Muy bien caballero. ¿Le importaría decirme su nombre y domicilio, por favor, así como la referencia de nuestro producto?
-Mi nombre es Eduardo Ortega Garay, pero no deseo que me envíe la joya, junto con el joyero que regalan con su compra, a mi domicilio particular, sino a…
-Es sólo para la ficha D.Eduardo –le interrumpió la voz de Laura- Luego me indica usted lo que desee.
-Bien, anote: Plaza de La Cruzada; bueno es Plaza de La Cruzada Nacional Española, pero con que ponga de La Cruzada es más que suficiente, número siete, primero izquierda. La referencia del anillo es: cuatro, siete, ocho…
-Me indica el número de su cuenta, si es tan amable. ¡Ah, se me olvidaba!. ¿Desea usted pagarlo de una sola vez o acogerse a los cómodos plazos a los que tiene derecho por esta compra?
-De una vez, pero por favor tome usted nota de la dirección donde deseo que me envíe…
-Un momento –le volvió a interrumpir Laura- me dice usted el número de su cuenta; ya sabe con los veinte dígitos.
-Sí, claro, apunte: cero, cero, tres, cero…
-Gracias D.Eduardo, le repito por si hubiera algún error: cero, cero… de acuerdo.
-Si, correcto, le decía que…
-Sí, dígame.
-Mire Laura, ¿me permite tutearle, verdad? Quiero que me envíe el paquete a la dirección de mi lugar de trabajo. Quiero dar una sorpresa de cumpleaños y no deseo que el regalo llegue antes de la fecha.
-Entiendo, dígame D.Eduardo
-Sí, calle San Carlos nº 1 bajo… Por favor tome atención de hacer aquí el envío.
-No se preocupe. Por cierto la joya es excepcional, de lo mejor que tenemos en nuestro catálogo, las piedras azuladas…
-Laura –la cortó Eduardo-, déjelo que ya la he comprado el anillo. Gracias, y no se la olvide lo que hemos hablado.
-Descuide señor.
Habrían pasado seis o siete días cuando un paquete con el anagrama de Expojoyas S.L a nombre de D.Eduardo Ortega Garay, llegó a su domicilio en Plaza de La Cruzada ante la alegría de su esposa Carmen, que no esperaba aquel detalle de su esposo. Carmen dejó el paquete sobre la mesa del salón muerta de contenta.
Eduardo llegó a su domicilio, una vez acabado su trabajo diario, sobre las tres de la tarde y se topó con el paquete. Rabioso, se encerró en su habitación y tomando el móvil llamó a la señorita Laura.
-Expojoyas, dígame. Mi nombre es Laura ¿en que puedo servirle?
-Señorita Laura –atronó la voz de Eduardo al otro lado de la línea telefónica.
-Sí –se escuchó una voz temblorosa-. Sí…
-Mi nombre es Eduardo Ortega Garay, hace una semana escasa que hice una compra de un anillo. ¿Recuerda?
-Me suena, sí…dígame.
-¿Recuerda que le dije, hasta tres veces, que no mandase el paquete a mi domicilio particular, sino a mi lugar de trabajo?
-Hay, ¿no me diga que he equivocado?...
-Pues, sí, se ha equivocado usted…
-Cuanto lo siento D.Eduardo…pero a su mujer le ha gustado el anillo ¿a qué sí? Es que era precioso…
-¡¿Y a usted quién le dijo que era para mi mujer?! –atronó la voz de Eduardo.
Silencio
Silencio
Silencio
Después de muchos silencios se pudo escuchar la voz de Laura:
-Don Eduardo si quiere puede devolverlo.
-¿Devolverlo, ahora, con la alegría que se ha llevado mi esposa? ¿Por qué jodida razón los jóvenes no escucháis?