La voz que escuché al otro lado del auricular, pertenecía sin duda a una mujer de origen sudamericano, lo cual me extrañó, ya que recordaba que cuando estuve en la consulta, la enfermera era una mujer española de tez blanca y de cara preciosa; que digo preciosa…era maravillosa. Al llegar a la consulta, aquella mi primera vez, sólo le pude ver un momento, pero fue suficiente. Llamé a la puerta y me recibió un ángel; daba dolor mirarle a la cara: me acordé de Stendall al instante, tal era su belleza. Y ahora, un año después, el hechizo se había roto. Yo, lógicamente, no tenía nada contra aquella voz que parecía hablarme desde otro continente, pero lo cierto era que había estado esperando un año, fecha que me habían señalado, para regresar a la consulta del urólogo y volver a ver a aquella criatura de pelo rubio, ojos entre grises y verdes, y labios carnosos pintados de un rojo sensual sobrecogedor. Así estuve un año: recordándola. No me había podido fijar en aquel breve encuentro en su figura, pero sin duda debía estar acorde con aquella cara.
Volví a llamar a la misma puerta doce meses después y me recibió una mujer, embutida en bata blanca, que no era mi ángel; era sin duda quien atendió mi petición de consulta. Me hizo entrar a una pequeña sala de espera. Ojeé una revista de las que suelen encontrarse en estas salas, era atrasada pero anunciaba los mismos acontecimientos que se dan en la actualidad. Casualidad, pensé. Al poco la enfermera me indicó que pasara a la consulta del doctor.
Y allí estaba la mujer deseada, que por cierto era, además de enfermera, la esposa del urólogo, aunque de eso me enteré más tarde y en aquel momento poco me podía importar.
Llevaba unos pantalones blancos ceñidos a su armonioso cuerpo. Se alzaba sobre las típicas zapatillas que usan en la sanidad y que le hacían parecer más esbelta. Una camisa también blanca dejaba entrever sus pequeños pero insinuantes senos. Aquella mujer era una belleza distinta de la habitual; era como si su propio mundo viajase con ella. El perfil de su blanco cuello, los suaves rasgos de su cara, el gesto irónico de su boca, todo me resultaba lejano y próximo al mismo tiempo. Me miró y sonrió con aquellos labios lujuriosos del color de las fresas. Me excité.
El doctor comenzó a interrogarme sobre mi estado de salud, sobre los síntomas que había notado a lo largo de aquel año... Mis ojos volaban desde las manos del doctor, que anotaba mis inseguras respuestas en una libreta, hasta el rostro y los pechos de la mujer que no dejaban de fascinarme. Ella parecía recluida en registrar algunos datos en el ordenador, pero yo sentía que en ocasiones deslizaba su mirada sobre la mía y sonreía ante mis pacatas contradicciones. Mi miembro estaba sufriendo una erección.
-¿Problemas con la erección? –oí que me preguntaba el doctor en ese preciso momento-. Titubeé, en aquel instante no conocía la respuesta exacta… No –respondí tras una larga pausa, cuando en realidad la réplica debiera de haber sido: sí-. El, anotó la respuesta sin percatarse de mi estado “anímico”. Ella estoy seguro que sí lo entendió.
Volvería a verla al año siguiente.
Lo bueno de estos realtos es que hay que leerlos entre líneas. Espeamos más.
ResponderEliminarUn abrazo
Espero no tener que esperar 12 meses para saber cómo continúa la historia:)
ResponderEliminarDivertida e ingenua a la vez. Me ha gustado, esta lejos de cualquier vulgaridad.
Un abrazo
Hola Fernando: ya he escrito unas pocas historias que iré sacando. Espero que os gusten. Un abrazo
ResponderEliminarHola Katy: las historias que voy a ir relatando son cortas e independientes las unas de las otras. Es posible que queden en el aire, bueno pues que vuele la imaginación. Gracias por tus sabias palabras; procuraré no caer en lo vulgar, que sí es cierto que pueden contener estos relatos, desde luego no es mi intención. Un abrazo
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