P.D. Este relato lo publiqué en el blog con fecha 22 de julio de este año, en la serie “En el refugio de los sueños”. Lo recupero ahora porque creo que bien puede cerrar esta primera decena de pequeños relatos eróticos.
“Frescura e Higiene garantizadas: Sandía, antes 0,61 euros, ahora 0,59 euros”, rezaba en el supermercado el cartel pegado a la amplia cristalera que daba a la calle. Alfredo se encontraba sentado en un banco de láminas de hierro pintadas de verde, justo enfrente del anuncio; la acera le separaba del establecimiento apenas dos metros; no podía observar a la gente que se movía en el interior del mismo, el letrero se lo impedía. Su esposa estaba haciendo las compras del día y él la esperaba cómodamente en el exterior. El cartel ocupaba prácticamente la visión de todo aquel espacio profusamente iluminado a plena luz del día. Apenas si avistaba una pequeña franja horizontal por debajo del aviso de bajada de precios. Entonces fue cuando los vio.
Aquellos tobillos eran finos, delgados, huesudos. Conformaban unos pies pequeños y ágiles que se movían con total desenvoltura alrededor de la caja del supermercado. Unas finas correas eran la única sujeción a unos zapatos de tacones de vértigo. Lujuriosos le parecieron a Alfredo. Las trabillas abrazaban los tobillos en una espiral que iba ascendiendo por las piernas de la mujer, sin que el dichoso cartel dejase ver dónde se detenían. Los dedos, pequeños y bien formados, tenían un color más blanco que el resto del pie y chocaba con el morado con el que iban pintadas las uñas. Fijó su mirada, asimismo, en la cadenilla de perlas que sujetaban las sandalias por el empeine.
Alfredo se levantó del asiento y se acercó hasta la puerta del supermercado por ver si descubría a la persona que se había convertido en su amante de forma tan inesperada; pero no la pudo encontrar. Suponía, con lógica, que una vez pasada la caja saldría a la calle. Buscaba pies, pies que le hablaran, que se fugaran con él, que le excitaran de nuevo. Pero aquella maravilla parecía haberse volatizado. Llegó a pensar por un instante en la posibilidad de que hubieran sido imaginaciones suyas. Una voz le volvió al mundo real. Era su mujer que salía en ese momento del local. ¡¡Alfredo, qué te pasa, qué buscas en el suelo!! ¿Se te ha perdido algo? –El amor, estuvo por contestarle.
Desde aquella mañana Alfredo caminaba con los ojos clavados en el suelo. Buscaba aquellos pies que le habían cautivado. No había baldosa, boca de riego, alcantarilla o rejilla de saneamiento que no conociera. Paseaba sin más sentido que aquella inusual búsqueda, sabedor de que sólo en aquel verano podría encontrarlos: las modas cambian muy deprisa –pensaba en voz alta mientras caminaba-. Llevaba fijados en la mente aquellos zapatos que vio acariciar los tobillos de la mujer y las uñas de los pies pintadas de morado. Eran una fotografía que se había adueñado de él. Se había enamorado de aquellos pies, el resto del cuerpo de la mujer era pura imaginación. Intuía que ascendiendo se encontraría con unas piernas finas y firmes que darían sustento a un hermoso y atractivo cuerpo. Mientras caminaba sin alzar la vista, imaginaba el rostro de ella, debía de tener unos ojos vivos que no dejaría de mover. El pelo lo imaginaba suelto y negro, muy negro, que también balancearía sin cesar. Creía adivinarlo por el continuo movimiento que había observado en aquellos dichosos pies. Buscaba día tras día; hasta su esposa se extrañó de aquella repentina ansiedad por salir de paseo; Alfredo siempre había sido un hombre al que gustaba estar en su casa.
¿Qué haría si los encontrara? ¿Se atrevería a abordar a su dueña? Se imaginaba desatando con lentitud la hebilla de las sandalias, primero la del pie derecho, luego la del izquierdo, por este orden. Se ruborizó al pensar como su trémula mano se deslizaría desde el talón hasta el extremo de los dedos, por la planta, dejando libre así cada uno de sus amores. Sólo de pensarlo, la imaginación se le desbocaba. Una vez desnudos los acariciaría con lentitud, besando cada dedo: cinco besos por pie. Iría ascendiendo hasta los tobillos, lo que primero le enamoró. Allí se demoraría buscando con la lengua la concavidad inferior hasta alcanzar la cima huesuda. Mientras sus manos habrían ido ascendiendo por las piernas hasta las rodillas. Para qué ir más allá si el deseo habitaba en el lugar en que continuaban sus labios y su lengua detenidos. Mientras, seguía buscando con la mirada perdida en el pavimento, pero sólo veía zapatos de hombre, deportivas, sandalias que en nada se parecían a las que intentaba hallar…; he iba pasando el verano. Alfredo temía ahora la lluvia del otoño, que antes siempre le había gustado.
Estaba sentado en su sofá preferido. Leía el periódico cuando su esposa entró en el salón dispuesta para salir de paseo como cada tarde. Alfredo –le dijo-, espera un momento que me calce y nos vamos. Por cierto que te parece como me he pintado las uñas de los pies hoy. Muy bonito ese color rojo tan brillante–contestó Alfredo sin apenas hacer caso a lo que su esposa le decía-. Sí, verdad…he cambiado el color, estaba cansada del morado –contestó la mujer calzándose unas sandalias de tacón alto y atando las finas correas alrededor de sus piernas mientras una pequeña cadenilla de perlas tintinaba con el movimiento.