miércoles, 3 de febrero de 2010

En el refugio de los sueños: Pompas de jabón, peces y otras historias (2ª parte)

El agua apenas les llegaba hasta las rodillas en aquella zona. Fátima y María chapoteaban intentando mojarse el vestido la una a la otra. Reían. Campanu y Gerucho se acercaron a ellas y se sentaron a la orilla del río. El Asón discurría lento. El sol rebotaba en la superficie del agua y desprendía minúsculos reflejos de luz que se perdían en el interior del bosquecillo cercano Los rayos, en las primeras horas de la tarde, todavía casi verticales, calentaban el aire y las hojas de los chopos cobijaban agradablemente, con su frescor, a los dos chicos. Las nubes parecían juguetear unas con otras allá arriba, por la pista azul del cielo. Tumbados sobre la hierba los chicos observaban el cambio de formas y en su imaginación veían, o creían ver, figuras de animales, árboles, continentes…

-¡Mira, Gerucho, aquella nube parece el cura con la sotana! –reía, mientras esto exclamaba, el mayor de los chicos.

-¿Dónde, dónde? –el chico no acertaba a localizar la forma que Campanu señalaba con el dedo.

-¡Allí, encima de la montaña!

-A mi me parece un sombrero.

-¿Qué miráis? –preguntó una de las niñas, mientras las dos salían del río.

-Nada; las nubes que cambian con el viento.

-¿Vamos a ver al abuelo Marcial? A estas horas estará, como siempre, en la solana- preguntó animada María, la más pequeña de las niñas-. Quizás nos cuente una de sus historias.

-No sé como soporta el calor con esa chaqueta de pana que lleva –comentó para sí Gerucho.

-Por que es viejo, y los viejos siempre tienen frío –le respondió Campanu-. El abuelo Marcial siempre está en la solana, tanto le da en invierno como en verano.


-¿Una historia? Me canso de contar historias. Además creo que ya os las he contado todas.

-Siempre dices lo mismo abuelo Marcial. ¡Cuéntanos la del hombre que se volvió pescado, anda! –suplicó María.

-No, mejor la del cazador de sombras, ese gigantón que iba por el bosque con la red que robaba a los pescadores –terció Gerucho.

-Y a ti, Fátima, ¿cuál te gustaría escuchar? –preguntó, amable, el abuelo.

Fátima se quedó mirando a los ojos glaucos del viejo, sorprendida por su color, que le recordaba a las aguas del río, y por aquella telilla que les cubría casi por completo. La intensidad de su mirada sorprendió al anciano que desvió la vista de los niños hacia el cielo, mientras decía:

-Hoy no os contaré ninguna historia, pero sí que podría desvelaros un secreto… mi secreto, que sólo yo conozco, claro.

-¿Tienes un secreto, abuelo?

-Por supuesto, como todos los abuelos.

-¡Cuéntanoslo! –pidieron los chicos.

-Si os lo cuento, dejaría de ser un secreto.

-¿Y si no nos lo cuentas, cómo sabremos que es verdad que tienes un secreto?

-Tú si que eres listo, Campanu –contestó el abuelo.

-Los secretos son como los deseos. Hay que ocultarles; no decírselos a nadie. Sólo así se guardan los unos y se cumplen los otros.

-¡Anda, abuelo, cuéntanos tu secreto! –suplicó María.

-¡Cuéntanoslo! –pidieron los chicos, y hasta Fátima parecía suplicar.

-¡Está bien! Pero habéis de prometerme dos cosas: una, la más importante, que jamás…jamás se lo contaréis a nadie. Y dos, que, a cambio, cada uno de vosotros me dirá cuál ha sido su último deseo.

-¡Vale! –exclamaron Gerucho, Campanu y María, mientras Fátima afirmaba con la cabeza.

-Veréis –comenzó Marcial- Yo siempre fui así. Ese es mi secreto.

-¿Cómo así? –preguntó Campanu.

-Pues así, como me veis. Viejo y calvo. Mis padres eran también muy mayores cuando yo nací. Y vine a este mundo con barba y bastón. Así como estoy ahora. Bueno la chaqueta es nueva… casi nueva –rectificó.

-No te creo –protestó Campanu

-Nosotras tampoco –dijo María por ella y por Fátima.

Sólo Gerucho parecía dudar.

-¿Vosotros me habéis visto alguna vez diferente a como soy ahora? ¿Decid?

-No, no, no…no.

-Pues entonces… No olvidéis guardar mi secreto. Me enfadaría mucho saber que se enteraran los del pueblo; se reirían de vosotros. ¿Me habéis comprendido?

-Si, si, si… si.

-Pero, ¿Fátima habla? –preguntó incrédulo el abuelo.

-Poco –contestó María-. No es que no pueda, es que no quiere. Dice que está mejor así: escuchando.

-Tampoco hace ruido al caminar, ni por la casa. Mi padre dice –comentó ahora Campanu- que los porcos, cuando ella los echa de comer, se apaciguan. Es silenciosa, como si la casa estuviera vacía. Por eso la llamamos “Nadie”.

-Entiendo, entiendo. Bueno contadme ahora vuestros deseos, de uno en uno.

-¿Estás seguro de que se cumplirán, si te los contamos, abuelo Marcial?

-¡Acaso he dejado yo de ser viejo por desvelaros mi secreto! –protestó el abuelo-. Entre nosotros, si nadie más lo sabe, todo seguirá funcionando igual: los secretos serán secretos y los deseos se cumplirán. A ver Campanu, cuenta, cuenta

-Yo deseo que esta noche entren los peces. Lo llevo deseando, todos las noches, desde hace casi un mes.

-Imagino que los del pueblo empiezan a desesperarse. ¡Sí tardan este año…sí! –pensó en voz alta Marcial-. No te preocupes chaval, ya verás como tu deseo se cumple muy pronto. Y, tu Gerucho, ¿cuál es el tuyo?

-Tocar las campanas en cuanto Campanu me avise. Es lo que más me gusta…, bueno y cazar luciérnagas.

-Las tocarás hijo, las tocarás.

Fátima y María miraban al viejo con sus enormes ojos grises. María habló:

-Yo sé cual es el deseo de Nadie. Me lo contó un día en el río. Despacio, eso sí, pero me lo contó. Pero aún no se ha cumplido.

-¿Y cuál es, si puede saberse?

María miró fijamente a Fátima, quien devolviéndole la mirada movió afirmativamente la cabeza, como pidiendo a su pequeña amiga que lo contara.

-El deseo de Nadie es que las pompas de jabón no se rompan.

-¿Y, eso? ¡El mundo estaría lleno de pompas de jabón!

-¡Sería precioso! –exclamó María.

-Y, ¿para qué? –preguntó extrañado el anciano.

-Para poder viajar. Haríamos una gran pompa con todo el jabón que les sobrase a las lavanderas del río, y nos meteríamos dentro. Viajaríamos por el cielo viendo el mar, y las chimeneas de las casas, y las montañas. Jugaríamos con los ciervos que hay en las nubes, y entraríamos en los castillos de espuma, y nos pondríamos los sombreros…

-Yo he visto esta mañana la sotana del señor cura –interrumpió Campanu.

-…y no tendríamos que llevar paraguas, pues dentro de las pompas de jabón no llueve. Ya sabes, abuelo Marcial, que dentro de las nubes hay mucha agua. El viento nos llevaría hacia otros pueblos y los veríamos desde allí arriba; y cuando nos cansásemos pues volveríamos a nuestra casa –terminó por contar la niña, con una expresión feliz en su rostro.

-Muy bonito el deseo de Fátima. Difícil de cumplir, eso sí, pero quién sabe…

-Y tú, María. ¿Qué deseas para ti?

María miró al abuelo y bajó la vista al suelo; en voz muy baja dijo:

-Me gustaría…-balbuceó mientras golpeaba el suelo con la punta de una de sus zapatillas de cáñamo-, me gustaría que mi padre volviese a casa.

Marcial se quedó mirando a María. Una lágrima pareció deslizarse por la mejilla del anciano. Retiró la mirada para no ser sorprendido.

-Un día le vinieron a buscar unos señores que tenían escopetas y se marchó con ellos –continuó la pequeña-. De esto hace mucho, pero yo aún me acuerdo. Mi padre miraba hacia atrás cuando se fue por el camino del monte. A mi madre le sujetaban unas mujeres del pueblo, dicen que para que no se fuera ella también. Recuerdo que lloraba y gritaba mucho. Yo seguí con la mirada a mi padre hasta que los árboles les taparon. Quiero que vuelva pronto.

-El tío Tomás… no se fue, pequeña, se lo llevaron. ¡Maldita guerra! –voceó Marcial-. Y no es que haya pasado mucho tiempo, es que ahora los días parecen más largos y llenos de sombras. Tal vez, si lográis hacer esas pompas de jabón que no explotan –se animó-, podrás llegar hasta el cielo. Seguro que es allí donde te está esperando. Bueno, basta de charla, que el sol ya se mete por la montaña y pronto empezará a refrescar.

-Abuelo Marcial -dijo en voz alta Gerucho-. Cuando yo sea mayor, cogeré un carretillo y una pala, y me subiré a ese monte que te quita el sol, y cavaré y cavaré, día tras día, hasta hacer desaparecer la montaña. Así tendrás siempre sol.

-Joder Gerucho –se le escapó a Marcial- tienes cada idea. No estaría mal, no – dijo mientras sonreía y con su cuerpo encorvado comenzaba a alejarse de los chicos.



4 comentarios:

  1. Que tierno. Yo también soñe en viajar en un globo que inflaba y viajaba en el. Muy tierno lo de "Nadie"
    "No es que no pueda hablar , es que no quiere. Dice que está mejor así: escuchando".
    Continuaremos leyéndote por lo menos hasta que entren los peces.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy:
    Me alegro que sigas ahí. La infancia siempre es tierna e inocente. Si no recuerdo mal los peces no entran hasta el último capítulo. Paciencia amiga. Un abrazo

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  3. Hola Rafa:

    Qué bonito. Impresionante. Sueños, reflexiones, ternura, ¿alguien da más?
    Un abrazo

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  4. Hola Fernando:
    Me alegro que te vaya gustando. A ver si te agrada hasta el final. Un abrazo

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