Estos últimos días he andado entre bambalinas. He entrado en el mundo del teatro. He salido a escena, he paseado por el proscenio, he alzado la vista al cielo para que me cayera una luz blanca, cenital. He inspeccionado la tramoya, me he enredado con el atrezo y he distribuido por el escenario los enseres que iban a servir para una representación teatral. Desde la tarima del proscenio he comprobado la serie de butacas, aún vacías, y he buscado el lugar más idóneo para situar mis cámaras. Me habían encomendado la tarea de grabar un vídeo para estudiar posibles errores y para que hiciese unas fotografías.
Desde hace más de tres mil años hombres y mujeres reviven la magia de la recreación de la tragedia humana. El teatro trata de contar todas aquellas historias que las mentes han imaginado. Estas mentes, privilegiadas las más de las veces, dan vida a unos personajes cuyos avatares trasladan a un texto por medio del lenguaje. Es lo que denominamos literatura dramática. En estos espacios escénicos se han venido poniendo en pie situaciones y caracteres que han conmovido a generaciones de espectadores a lo largo de estos años. Por el escenario se mueven aquellos actores que saben encarnar un personaje con mayor o menor veracidad, pero siempre con dedicación absoluta, de no ser así no serían auténticos actores. El actor, la actriz deberá desdoblar su personalidad para dar vida a otro ser olvidándose de ellos mismos.
La Universidad de la Experiencia tiene un taller de teatro al que pertenece mi esposa. Llevan todo lo que va de curso ensayando: “Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores” de García Lorca. El día del estreno, mientras hurgaba entre las bambalinas, fui descubriendo sus nervios, sus miedos escénicos, sus inquietudes y a la vez su felicidad. Son aficionados, pero son actores y actrices a los que vi poner todo su esfuerzo para transmitir, a través de sus personajes, lo mejor de si mismos. Mari me dijo al terminar la representación, era la primera vez que actuaba en toda su vida, que sus nervios desaparecieron en cuanto salió a escena, que lo pasó peor antes de su entrada. La pregunté por el público, que por cierto llenaba el patio de butacas, y me comentó que sólo sintió su presencia en el aplauso final, pues las luces de los focos, al parecer, no dejan ver prácticamente a los espectadores. Todo el grupo se sentía feliz al terminar la obra. Nos fuimos a celebrarlo a una bodeguilla próxima donde dimos debida cuenta de unas cañas y unas tapas. Felicidad completa.
Hola Rafa, enhorabuena por ese rato y felicidad compartida. El teatro es un arte sin duda excepcional. Meterse en la piel del otro durante unas horas, transmitir sus sentimientos y vivencias compensa el esfuerzo realizado. Cada representación es diferente, no hay dos iguales. Sencillamente ocupar una butaca es adentrarnos en la magia. Nos ofrece la posibilidad de participar unos instantes en un mundo de sueños, ilusiones y tragedias reales o imaginarias.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Rafa:
ResponderEliminarEs que el teatro lo llevais en la sangre je je. Ahora entenderás mejor a tu hija.
un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarEs verdad que es un mundo mágico. Los mismos directores de escena suelen decirlo: instantes antes de comenzar la representación todo parece que va a ir mal, y sin embargo cuando comienza cada cosa ocupa su lugar.
Gracias por seguir leyendo estas pequeñas vivencias. Un abrazo
Hola Fernando:
ResponderEliminarMe parece que te comenté alguna vez que a mí el teatro me hace daño; sé que es una estupidez pero no puedo evitarlo. Cada vez me cuesta más ir, sobre todo si hay participación de gente joven. Supongo que algún día se me pasará. Un abrazo
¿Como puedes decir que te hace daño el teatro? Flaco favor me estas haciendo. El teatro es puro disfrute, olvidate de lo que representa para tí y vivelo como espectador. ¿Que pasaría si a mi me lo hiciera tambien?
ResponderEliminarPiensalo.
Beso.
Hola ojito.
ResponderEliminarLo pensaré. Lo importante eres tú, cariño. Un beso