viernes, 24 de mayo de 2013

En el refugio de los sueños:ELBALCÓN (16)



        -¡Edouard! -exclamó Berthe-, ¿esta dama tocada con sombrero es Victorine, verdad? Todos creíamos que estabas enamorada de ella.
        -Y lo estaba, a mi manera. El cuadro no está terminado, tan sólo es un boceto. No sé si lo lograré algún día. La marcha de Victorine paralizó esa obra. Fue como si algo en mi interior me prohibiese acabarlo.
        -Eso puede ser amor -le interrumpió Berthe que ensimismada contemplaba la obra.
        Victorine llevaba sobre su cabeza un hermoso sombrero con flores que daban un toque juvenil a su hermoso rostro. El pelo suelto caía sobre sus hombros en libertad. La mirada, ligeramente insolente, como en todas las obras en que la había retratado Manet. Era aquella mirada, fría y distante, la que siempre le inquietó y lo que más le gustaba de la modelo.
       -¿Qué es ese espacio en blanco que se observa detrás de la verja y que parece captar la atención de la niña, Edouard?
       -Ya te dije que el cuadro no está concluido. En  ese espacio quería captar la atmósfera provocada por el humo del tren. La madre y su hija están en una estación de trenes, y la niña contempla el bullicio de los andenes con el traqueteo de la gente. Pretendía dotar al cuadro de gran movimiento a pesar de la aparente quietud de los personajes. Como ves Victorine permanece sentada en un banco de la estación con un libro entre sus manos, mientras la niña, aferrada a la verja de hierro, contempla el interior de la estación. El movimiento quiero conseguirlo con el humo y el juego de colores a través del gran lazo azul de la niña y el colorido del vestido de la madre. Pero ya te digo que no sé si seré capaz de terminarlo. Sin Victorine a mi lado me falta  inspiración.
       -Debes superarlo, Edouard, el cuadro me parece fantástico. La limpieza de la pincelada, la armonía de esos colores. El sosiego y tranquilidad que se desprende de los personajes. Hasta el perrito está cómodamente dormido sobre el regazo de Victorine. Edouard debes terminarlo por bien del arte.
       -Quizá algún día, quizá algún día –repitió el pintor-. Pero mientras ese día llega, hoy he de retocar el  retrato de la futura señora de monsieur Manet: ¡Ma belle Berthe!
       -No tengas tanta prisa por hacerme tu cuñada, estoy segura de que, a pesar de tu sarcasmo hacia las mujeres, te casarás antes que Eugene.
       -Pero si hace poco insinuabas que únicamente me interesaba estar con mis amigotes -respondió sorprendido Edouard.
        -Era una forma de hablar; eres mucho más impulsivo que tu hermano, y además haces vida casi marital con Suzzane.  ¿Me equivoco? -preguntó la muchacha.
        -¿Es otra insinuación o estas aseverando? Sabes que tengo gran aprecio por Suzzane desde que entró a mi servicio. La verdad es que con el tiempo se ha ido convirtiendo en mi confidente, mi modelo, mi...
        -¿Amante? -dijo sonriendo Berthe, interrumpiendo a Edouard.
        -¡Mujeres! ¡Volvamos al trabajo! -exclamó Edouard, mientras tomaba con la mano izquierda su paleta.
        El lienzo, ya esbozado, reproducía la cabeza y busto de Berthe. La mirada, al contrario que otras composiciones de Manet, no era una mirada insolente y definida. El pintor había sabido reproducir el alma, los sentimientos de la muchacha a través de una mirada entre absorta y pensativa. Un leve e insinuante escote dejaba al descubierto la piel blanca de la modelo que contrastaba con su vestido negro, el cual llevaba prendido un  ramillete de violetas entre los senos de la muchacha. El sombrero hacía más infantil su rostro e iba sujeto con cintas al largo y fino cuello. El cabello, al igual que en el cuadro inacabado de Victorine, parecía flotar y caía suavemente sobre sus hombros, combinando el color con las cintas del gracioso y caprichoso tocado.
         Berthe volvió a tomar asiento y acomodó el cuerpo en dirección al pintor, el torso ligeramente ladeado hacia  la ventana para que la luz incidiera en su rostro y busto, tal y como lo venía haciendo, hasta ahora, en las sesiones que había posado.
        Manet, como  siempre, se quedó largo rato observando a la modelo, lo cual solía impacientar a éstas.  Necesitaba de ese tiempo  para llevar a cabo aquello que pretendía. No se trataba, únicamente, de copiar, entre comillas, la realidad que le ofrecían sus modelos, sino que necesitaba indagar en su estado de ánimo  introduciéndose en la mente, en esta ocasión de Berthe, para desnudar su alma, y así lograr plasmar en la pintura aquellos rasgos que identificaban la personalidad de la  retratada. Sus retratos no eran idealistas, como hubieran deseado algunas personas al ser pintadas, por el contrario iban más allá de la propia realidad, pues para él realidad y naturaleza tendían, en ocasiones, a confundirse y a veces no hermanaban como la gente creía. Manet no creaba retratos bellos;  pintaba a la gente de carne y hueso. Pero su forma de mirar extrañaba. A veces parecía  libinidosa, y en ocasiones con algunas de sus modelos así lo era; pero esto no le sucedía con Berthe, que era una especie de ángel que había caído de los cielos y aterrizado en París. Nunca había conocido a una mujer, una chiquilla cuando entró por primera vez en su estudio, más bella. Le sorprendieron sus infinitos ojos azules en los que parecía verse la profundidad. Cuando se fijaba en su luz le resultaba difícil abstraerse de ellos. Tenían una atracción tal que el resto de su rostro parecía no importar demasiado. Pero Manet sí se la daba. Su piel blanca y tersa, tal era su delicadeza,  parecía ir a rasgarse, como la seda, en cualquier descuido. La nariz no era sino un adorno más de aquella cara uniforme, y los labios carnosos incitaban a ser besados. El pelo ensortijado se unía con delicadeza al atractivo de aquella muchacha que, un buen día, había entrado en su estudio  buscando recibir clases de pintura, y que acabó siendo modelo e inseparable amiga del pintor, pues éste no podía dejar pasar el favor que el cielo le había hecho.
       -A veces me pregunto -dijo  mientras comenzaba a trasladar al lienzo el resultado de aquella mirada, que para alguien que no fuera Berthe hubiera parecido inquisitorial-, cómo nosotros podemos ser amigos... sólamente -añadió tras una pausa.
       -Te parece poco -respondió Berthe sonriendo-. Y su sonrisa que se iniciaba en el brillo de sus ojos llenó todo el estudio.
       -Cuando te conocí tuve el convencimiento de que nunca iba a  intentar seducirte. Tú has nacido para que los hombres se conformen con contemplarte. Con ver tus ojos, tu cara y tu cuerpo todos los días, debería ser suficiente.
       -No sé muy bien si lo que me estás diciendo es un halago -le interrumpió la muchacha.
       -No lo digo por halagarte. Para mí es una satisfacción posar la mirada en tu rostro todos los días. No hubiera podido resistir que alguien te hubiera seducido. A mi hermano debo perdonárselo. No me interpretes mal por favor, pero dejar de verte por el estudio hubiera sido penoso para mí. Jamás me ha ocurrido esto con ninguna mujer. Siempre aspiré y alguna vez logré -dijo con su típica sonrisa entre tierna e irónica-, conquistar a cuantas damas se pusieron a mi alcance.
        -Esa fama si la tienes y se te reconoce en París;  pero veo, y me alegro por ello, que hay más sensibilidad en ti de lo que la gente imagina. Algo parecido intuía pues de lo contrario es difícil entender como trasladas la vida que te rodea a tus cuadros, especialmente cuando retratas a tus modelos -añadió Berthe.
       -Trato de separar el deseo del deber, y a veces hasta lo consigo -ironizó Edouard-, y levantándose se acercó hacia Berthe y besó dulcemente su mejilla.
       -Trabajemos -dijo mientras volvía a su taburete.
(Continuará 16)

4 comentarios:

  1. Otro bonito capítulo y muy bien descrito. Ya casi conozco a Manet:-)
    Pintar los rasgos que identifican la personalidad de la persona retratada no debe de ser nada fácil.
    Es como pretender pintar el alma que se esconde detrás de la mirada. Se ha de ser o muy sensible o buen psicólogo o ambas cosas.
    Un abrazo y disfruta del finde

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  2. Hola Katy: por fin pasó mi hijo por Burgos y me recicló el ordenador. Parece que ahora va bien. Manet, efectivamente, estudiaba el alma de quien iba a pintar o el comportamiento social. Fue un hombre complejo. Buen fin de semana. Un abrazo.

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  3. Monet Pintaba el alma y tu la escribes. buena combinación. Que miraba de otra manera se ve en cada cuadro. Eso es tener alma de artista.
    Un abrazo

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  4. Hola Fernando: bueno, yo trato de hacerlo que no es poco.Un abrazo

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