Mientras iba hacia El Guerbois, Edouard se fue imaginando la escena que en esos momentos debía estar produciéndose en el taller, donde Jean y Jenny se habían quedado mirándose a los ojos, sin que percibieran la excentricidad de su amigo al despedirse. Sonrió a solas y hasta llegó a hablar y a escucharse. Algunas personas le vieron pasar y le miraron sorprendidas. Edouard ajeno a cuanto le rodeaba se sintió feliz. A pesar de haber perdido a Victorine para siempre, sus pensamientos volaban en una dirección: la felicidad de sus dos amigos, que a solas en el taller estaban encontrando la dicha que a él le faltaba.
Jean se sumergió en los ojos de su amada. Veía su imagen reflejada en el iris, pero no se percataba de ello pues buscaba quedar inundado por el amor de Jenny, que inmóvil ante él aguardaba con el pecho latente la llegada del deseo. Pero el deseo, al que sólo mueve el corazón, se había instalado en su cuerpo justo en el momento en que Jean entró por la puerta del taller.
Jean toma el rostro de Jenny entre sus manos y humedece sus labios en los de ella. Jenny cierra los ojos, es capaz de ver con ellos cerrados, y deja hacer al deseo, o al destino, o al amor, que para ella en aquellos instantes no se diferencian. Jean, estimulado, se deja también llevar y la atrae más cerca. Rodea el talle de Jenny con una de sus manos y con la otra le acaricia la nuca. La cabeza de la muchacha reposa, ahora, sobre el pecho de él, mientras el silencio se apodera del taller, tan sólo cercenado por un lejano rumor que llega desde la calle. Sólo el aire escucha la respiración de los amantes, que se vuelve rítmica a medida que pasan los segundos. Ambos se dejan hacer el uno del otro; si Jean avanza unos pequeños pasos, ella retrocede a su compás. Recuerdan el cortejo de algunas aves. Es como un baile, como una comunión entre ambos. Así, avanzando y retrocediendo, llegan hasta el lugar donde hace poco posase Victorine, y dejan hacer a los sentidos. La torpeza les sorprende desnudándose. Las manos resbalan por aquellas botonaduras tan complejas. El apremio se va haciendo inaguantable. Jenny tiembla en un escalofrío apenas perceptible. Jean se descubre, en su nerviosismo, como un amante inexperto que hace desearle más. Por fin se encuentran. La piel tibia de ella y el calor apremiante de él. Las manos permanecen unidas, pero pronto cada una de ellas busca el cuerpo de su amante y se van deslizando por los rincones más ocultos. Las de Jean van subiendo por las piernas de la mujer y se posan diestramente en la hierbabuena del pubis. Con sabiduría se demoran en el vientre y van encontrando la habitabilidad de aquellos valles y colinas. Caminan con retardo por los pechos de la muchacha, descifrando su hondonada. Tan pronto unen sus labios como separan sus rostros para verse, para reconocerse, y volverse a juntar en un beso infinito. La cabeza de Jenny reposa sobre uno de los cojines de seda blanca y la inclina hacia atrás mientras Jean va inundando su armonioso cuerpo de placer. Los dedos de él recorren la aureola rosada de los pechos con detenimiento, como si desearan no dejar ningún espacio sin reconocer. La ternura inicial va dejando paso a un ahogo incontrolable. Los pulmones se agitan, las bocas se buscan más y más con desesperación, y la piel les va uniendo, y los brazos atraen los cuerpos con fuerza. Jenny va encorvando la espalda mientras sus piernas se alargan sobre la blanca tela, y van rodeando, a continuación, poco a poco, la cintura de Jean. Ahora los brazos de Jenny se deslizan sobre el cuerpo de su amante mientras sus manos parecen ejecutar una pieza en su violín, y hallan en el cuerpo de Jean aquello que en ocasiones sólo la música puede darle. Sus ojos se abren en el momento en que la sorprende el dulce placer del amor físico, y su boca se abre agitada en busca del aire que parece faltarle. Ve en lo alto dos estrellas de gas y, más a lo lejos, el oscuro techo del taller, y parece haber encontrado el firmamento
Nada se dicen, continúan unidos por las manos. Uno junto al otro. Desnudos. Sus ojos fijos en lo más alto. Su respiración se va atenuando. Jean vuelve su rostro hacia el de la muchacha que permanece inmóvil y aún jadeante. Con su mano derecha rescata una lágrima que se va deslizando por la mejilla de Jenny, y la besa. Más que un beso se bebe el ligero llanto de felicidad que se escapa por los transparentes ojos verdes de su amada. Ahora es ella quien ladea la cabeza hacia él e inclina su boca hasta acercarse a los labios de Jean. Los besa y los encuentra dulces, al sabor de las manzanas maduras. Le mira a los ojos y la mirada de Jean le devuelve, una vez más, la certidumbre de haber encontrado en aquel hombre la seguridad en ella misma que hacía poco había perdido.
Así tendidos, sin atreverse a hablar, como si el silencio fuera la mejor de las músicas, permanecen hasta que el frío que invade el taller les va volviendo a la realidad. Han estado atrapados por el amor, pero Jenny se sobresalta pues recuerda que aquella noche trabaja en el Guerbois.
(continuará 12)
Una perfecta escena erótica y muy tierna a la vez inspirada en este bello cuadro. Están enamorados se quieren, se desean y tiene que ocurrir.
ResponderEliminarEspero la continuación...
Un abrazo
Ah, el amor , siempre el amor. Muy bien escrita la escena. Un abrazo
ResponderEliminarHola Katy: el amor forma la parte más importante de nuestras vidas sin duda, y el placer, claro. Habrá continuación. Un abrazo
ResponderEliminarHola Fernando: me alegro te siga gustando. No doy con la tecla para aumentar la letra de tamaño. El "word" no me obedece al trasladar lo escrito; creo que comenté que tampoco me respeta los puntos y las sepoaraciones de los diálogos. A ver si viene mi hijo por Burgos y lo soluciona. Un abrazo.
ResponderEliminarLo ideal es que copies el texto en blogger, luego utiliza el cambio de fuente a tamaño normal y al lado tienes para justificar etc,..
ResponderEliminarUn abrazo
La verdad es que es pequeña. Ale Fernando a por unas gafas jajaja. La historia las merece.
ResponderEliminarUn abrazo a los dos
Hola Katy y Fernando. Gracias por el interés; a ver si lo consigo. Un abrazo
ResponderEliminar