A veces la conversación de Zola se volvía más áspera. Recorría derroteros más estériles, pero no por ello menos apasionados. Los tertulianos atendían con gran interés la charla que en aquella mesa se podía escuchar.
-La Segunda República -comentaba Zola-, no significó la desaparición de los partidos monárquicos. Sí, es cierto que los republicanos son, somos –rectificó– mayoría, pero no hemos logrado eliminar a los notables, cuya influencia se sigue manteniendo entre las masas campesinas; subsisten apoyados por el imperio. Como siempre, a través de la historia, se aprovechan de la incultura de esa gente para ocupar un lugar que la revolución no abolió del todo.
Jean Guillemet, que no se había apartado del estrado donde Jenny interpretaba, abandonó la mesa que ocupaba y se dirigió hacia el lugar en que se encontraba su amigo Edouard. Tuvo que permanecer de pie para poder seguir los comentarios de Zola que de manera lejana pero clara habían llegado a sus oídos.
-Los notables se preparan, estoy seguro, para restaurar el antiguo orden social -decía Zola en esos momentos-, y también que el Emperador no es ajeno a estos movimientos.
Jean pensó en el comentario que había hecho Jenny mientras caminaban hacia el Guerbois.
-Claro -continuó Zola sin que nadie osase interrumpirle, al menos de momento-, que no es menos cierto que el liberalismo de izquierdas, que debe velar por la justicia social, también se halla cerca de las clases rurales. De esta lucha depende el devenir de Francia. Ahora gozamos de una prosperidad ficticia auspiciada desde el poder. Para el Emperador es importante el orden, que nuevas ideas no hagan acto de presencia es imprescindible para sus fines y los de su gobierno. Me atrevo a augurar que lo que desea firmemente es hacer hereditaria la actual situación. Sólo una nueva república puede impedirlo. Además Francia debe tener en cuenta lo que significa en estos momentos la figura del canciller Bismark. Mucho me temo que en breve entremos en guerra con Prusia. Las intenciones del Emperador de anexionarse Bélgica y Luxemburgo son claras, y no creo que sean del agrado del canciller.
La charla de Zola atraía a los oyentes, aunque algunos de ellos no estuvieran al corriente de lo que allí se comentaba. La conversación no había hecho sino aumentar el desasosiego que invadía a Jean desde esa misma mañana en que se había reunido con su familia. Deseaba que Jenny terminase su trabajo para encontrarse de nuevo a solas con la muchacha. Necesitaba de su compañía en aquellos momentos de inquietud para él. Pero algo superior a sus fuerzas le retenía en aquella mesa.
La conversación era prácticamente un monólogo de Emile Zola. Exponía sus ideas con la seguridad que da el sentirse arropado por aquellos ciudadanos que no dudaban de las palabras del joven escritor. Su verbo era claro y contundente y parecía llevar la verdad con él.
-¡Emile! -casi gritó Jean desde el lugar en que se encontraba-. ¿De verdad crees que todos los notables o todos los que en su día lo fueron están con el Emperador? ¿No crees que muchos de ellos, los que pertenecieron al antiguo orden social, como bien dices, jamás han estado ni estarán a las órdenes de un advenedizo como Napoleón?
La nobleza –respondió Emile- a lo largo de la historia y a la menor oportunidad siempre se ha vendido al poder, viniera de donde viniera. Si era el Rey, pues en conveniencia con el de turno; si ahora es el Emperador. pues con él, le haya nombrado quien le haya nombrado. El caso es estar ahí, junto al poder. Supongo que habrá alguna minoría, como en todo, pero esto no anula mi razonamiento.
-Te equivocas, al menos en casos concretos que conozco.
-Tú lo has dicho, Jean, serán casos concretos. ¿Te refieres a tu familia, verdad?
Jean se ruborizó ante la mirada de los tertulianos presentes, pero pudo más su orgullo herido y espetó al escritor:
-Efectivamente, hablo de mi familia, que es el caso más doloroso que conozco, y te pudo asegurar que la revolución cercenó no sólo todas sus propiedades sino también, lo que es más difícil de soportar, todos sus derechos como ciudadanos. Y al final para qué; ¿acaso el poder pasó al pueblo? ¿Quién ostenta ahora ese poder? Hace un momento hablabas de que el Emperador quiere hacer hereditario su gobierno. ¿Estamos como antes de la revolución acaso?
-No, Jean, no te equivoques, es verdad que Napoleón ostenta el poder, pero éste reside en el pueblo.
-No estoy seguro de lo que dices, Emile -respondió Jean y abandonó el lugar.
Jean regresó, apesadumbrado, al rincón donde Jenny continuaba con su música, ajena a cuanto sucedía a su alrededor. Poco la importaba que los parroquianos no le prestasen atención. Ella vivía para la música, aunque últimamente tenía una nueva razón para ser feliz: Jean. Éste la admiraba cada vez más. Amén de sus dotes como violinista estaba descubriendo en ella una fina inteligencia y una tenacidad en su trabajo y en su forma de actuar que hacían que a cada instante aumentase su amor . Pensó en su situación, mientras las notas del violín se mezclaban con el humo y las luces del local. Se sentía empequeñecido si se comparaba con la fortaleza de aquella muchacha. Los problemas, derivados de su posición social, suponían para él un gran peso que no lograba dominar. Los razonamientos escuchados en la voz de Zola le producían el convencimiento de que algo grave podía sucederle, y, entonces, no podía por menos que pensar en Jenny y su felicidad. Estaba absorto contemplando las manos de su amada, que con gran delicadeza y al mismo tiempo con enorme firmeza se deslizaban por las cuerdas del violín y su arco. La melodía le traspasaba, era como si interpretase únicamente para él. Y el agradecimiento que sentía hacia ella en aquellos momentos, no podría haber sido explicado con palabras. Cuando la música acalló, sintió, como siempre, que la última de las notas de la partitura se deslizaba desde la cuerda del violín hasta el interior de su ser después de haber recorrido el aire de todo el Guerbois en un viaje de ida y vuelta.
Estaba entregado totalmente a sus pensamientos cuando sintió una mano amiga que le apretaba el hombro, era Edouard.
-No sabía que tuvieras esas dotes para la tertulia -comentó el pintor mientras tomaba asiento junto a su amigo-. Contradecir a Emile no suele traer buenas consecuencias a quien a él se enfrenta. Su verbo apabulla.
-Ya has visto -contestó sonriendo Jean-, que he optado por la retirada.
-Fue inteligente por tu parte, te lo aseguro. Emile suele ser implacable. Además en este caso tiene razón.
-Tú también estás con él -añadió un entristecido Jean, mientras dirigía la mirada hacía Jenny que concluido su trabajo se acercaba hacia ellos.
-No, Jean -suspiró Manet-, pero es difícil no creer en las palabras de Zola, te aseguro que sus razonamientos suelen ser certeros. Pero dejémoslo, Jenny no se merece estas discusiones -concluyó mientras sonreía a la violinista que tomó asiento junto a ellos.
-¿Qué no me merezco, Edouard?
-Estábamos con la conversación que manteníamos antes de entrar en el Guerbois. No te preocupes, ya habíamos terminado -concluyó Jean.
(continuará 14)
Interesantes comentarios mezcla de la nostalgia y los aconteceres de la política.Tan favorables a unos y tan negativos para otros.
ResponderEliminarNunca ningún escritor acertó con el devenir. Muchos fueron seguidores de esos ideales pero luego en la práctica se demuestra que no es así.
Me quedo con el amor de la pareja, pero me me parece que tampoco tendrá final feliz. ¿O si?
Un abrazo y buen finde
Hola Katy: claro, en política lo que suele predominar son los "egos", de ahí que sobre la misma cuestión se piense de manera diferente, me parece a mí. En cuanto al amor suelo ser muy positivo, poro ya veremos, ya. Un abrazo.
ResponderEliminarEs miuy interesante como incorporas el momento histórico. De hecho, asi se comprende mejor todo.
ResponderEliminarPd - Para Katy. Viniendo de Rafa puede pasar cualquier cosa.
Un abrazo
Hola Fernando: sí, quise escribirlo de esta manera. Aunque la figura de Manet, por sí sola, ya hubiera más que suficiente, me pareció interesante rodearle de lo que fue su época.
ResponderEliminarJa,ja, qué no, qué no, que la parte real será como la conozco. Un abrazo
No se, creo que Fernando lleva algo de razón. Un cruce de cables y todo cambia:-)
Eliminar