martes, 28 de mayo de 2013

En el refugio de los sueños: EL BALCÓN(17)

       Suzzane -turbada ante la mirada inquisitiva de Edouard-, adelantando ligeramente el brazo hizo avanzar al pequeño que trataba de esconderse tras su falda.
       -Es mi hijo León, Sr.Manet -acertó a decir en un balbuceo nervioso-. Viene conmigo, si a usted no le parece mal; no tengo dónde dejarlo
       -No, no es eso -trató de disimular Edouard-, es que mi madre no me había advertido y me ha sorprendido; nada más.
       -Dormirá conmigo, monsieur, no le molestará.
       -No, seguro que no, apenas estoy en casa. Pero pase por favor que va a enfriarse ahí en la puerta. Le enseñaré su habitación; está en la segunda planta. Es pequeña pero  podrá servirle.
        Mientras Suzzane colocaba sus escasas pertenencias en la que sería en los próximos años su habitación, Manet no dejaba de observarla. Siempre lo hacía; más por su natural instinto de apoderarse de cuanto le rodeaba que por cualquier otro pensamiento que en aquellos momentos pudiera tener. Su primera impresión fue que se trataba de una mujer frágil, callada y plácida.  León con los ojos bien abiertos también observaba a Manet a su manera. Una muestra de tristeza y perplejidad se asomaba en su mirada al no comprender muy bien cuanto estaba sucediendo a su alrededor. La presencia de su madre lo tranquilizaba, pero aquel señor alto, barbado y con ojos inquisitivos le hacía mantenerse en guardia.
       -Suzzane -habló por fin Edouard-, mi madre me ha dado inmejorables referencias de usted, y espero que encuentre la casa a su satisfacción. Creo que hay cuanto podamos necesitar, pero si usted entiende que debe efectuarse algún cambio no dude en indicármelo. Como ya le dije, estoy poco en casa; empleo mi tiempo trabajando en el taller, está cerca de aquí, en la calle Saint-Petersbourg.
       Mientras hablaba Edouard, Suzzane recorría con la mirada la pequeña habitación, y, al igual que la primera impresión que le había dado la vivienda, intuía que aquella casa necesitaba una más esmerada atención que la que el pintor hasta ahora le había prestado.
       Sin duda la madre de Edouard sabía lo que  hacía –pensó Suzzane.
      -Claro, señor, déjelo todo en mis manos; les estoy inmensamente agradecida a usted y a su madre por apiadarse de mí.
      -No es piedad, se lo aseguro. Digamos que es una ayuda que nos hacemos mutuamente.
       La mujer sonrió mientras levantaba de la cama a su hijo que se había sentado con comodidad sobre ella.
       -Debo irme, me esperan. Volveré a comer sobre la una; le dejo algún dinero para que lo disponga todo. Ya se irá habituando a las necesidades de la casa. Cerca de aquí hay un mercado; lo encontrará con facilidad.
       Manet salió de la habitación y bajó con lentitud los peldaños de la escalera.

   



      La mañana se había ido templando, y las hojas que comenzaban a desprenderse de las ramas vestían de otoño las aceras por donde Edouard transitaba. El Sena se perfilaba tras una telaraña de árboles que dividían el espacio en dos planos diferentes: uno cercano y sugestivo en el que resplandecía el otoño seco y amarillento, y otro lejano con una perspectiva que dirigía la mirada del pintor hacía las aguas del río. Manet buscaba con sus ojos esta verdad simple y directa en el entramado de luces y sombras que devolvían a su crítica retina un efecto óptico que atrapaba las formas en una tupida red inasible. Mientras todas estas sensaciones se apoderaban de su espíritu, caminaba pensando en Suzzane. La joven le había perturbado. No es que fuera bella, pero sí la encontró hermosa, atractiva. Sin duda su presencia en casa le ayudaría a volcarse aún más en la pintura al no tener que preocuparse de las labores domésticas. Su madre, como siempre, había vuelto a tener razón. Era León quien lo perturbaba; aunque mirándolo bien, a lo mejor, con el tiempo, hasta podía resultar divertido. Nunca había tenido que preocuparse por nadie, y aquel niño rubio de ojos inmensamente azules podía hacerle recordar su niñez, que desde el lugar por donde paseaba, le parecía haber perdido hacia mucho tiempo.
       El sol que se filtraba a través de los árboles del paseo inundaba de claridad el lugar, y sus rayos comenzaban a templar el ambiente. Manet, como de costumbre más atento a sus pensamientos que al trabajo que le aguardaba en el taller, tomó asiento en un banco y fijó su mirada en los transeúntes que desfilaban ante sus ojos. Siempre le gustó sentirse un  “voyeur”. Observó a la dama del traje blanco que caminaba del brazo de su acompañante, pulcramente vestido de negro. Serán amantes -se preguntó-. Se fijó en el muchacho de chaqueta marrón que portaba unos fardos sobre sus hombros, y que daban la sensación de ir a hacerlo caer en cualquier momento. Miró al  elegante carruaje que pasaba en ese momento ante él, y desde cuyo interior una mano le insinuó el saludo. Gente conocida -pensó-. La muchedumbre se confundía por la calle en su ir y venir. Manet  captaba aquel movimiento como una abigarrada yuxtaposición de los diversos colores que su mirada le devolvía. Era su forma de trasladar al lienzo toda aquella batahola. Desde su improvisado observatorio atisbaba cuanto sucedía a su alrededor. París parecía bullir en aquellas horas; parecía no descansar nunca. Sólo la lluvia, que en ocasiones  les visitaba,  detenía, en parte, la frenética actividad de la ciudad. Era esta actividad la que un espíritu inquieto como el de Manet admiraba. Las cosas parecían no estar nunca en su sitio. Todo cambiaba con tal celeridad que de no ser capaz de asir aquellas sensaciones, tenías perdida la mitad de las vivencias de tu vida. Así pensaba Manet en aquellos momentos. Tras un suspiro  se incorporó para dirigirse al taller.
(Continuará 17)

2 comentarios:

  1. Me identifico con los pensamientos de Manet que son los míos aunque vengan tal vez de tu percepción yo creo también que "Todo cambiaba con tal celeridad que de no ser capaz de asir aquellas sensaciones, tendría perdida la mitad de las vivencias de mi vida." Por eso me gusta observar y actualizarme lo mejor que puedo.
    Has introducido un nuevo personaje aparentemente irrelevante pero estoy segura que nos deparará grandes sorpresas.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy: al menos yo también lo veo así. La vida va pasando y hay que tener los ojos bien abiertos para captar todo tipo de sensaciones. Supongo que te refieres a Suzzane en el nuevo personaje. En realidad formó una parte muy activa en la vida personal de Manet. Me alegro seguir contando contigo. Un abrazo

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