En el refugio de los sueños: EL BALCÓN (8)
El olor a café recién hecho llena la pequeña vivienda y el aroma logra despertar a Jean, al que la incomodidad del sofá le ha producido un fuerte dolor en la espalda. Se levanta protegiéndose los riñones con las manos abiertas mientras pretende mitigar el dolor con un ligero masaje a través de su ropa. Al estirar el cuerpo siente un ligero alivio y es entonces cuando se percata de la presencia de Jenny en la pequeña cocina anexa a la habitación donde han pasado la noche. La ve de pie, preparando dos tazas de café y ésta simple visión le reconforta; ahora sabe, sin duda alguna, que ama a esa mujer más que a su propia vida. Se acerca a ella por la espalda y le toma del talle. Jenny que ha presentido su presencia se deja llevar una vez más por los sentidos y echa su cabeza hacia atrás buscando el pecho de Jean. La posición la reconforta; desearía quedarse en esa postura pero sabe que tarde o temprano deberá contar a Jean la verdad, su verdad¸ aunque es consciente de que ambas son la misma cosa. Jean, ajeno a los pensamientos de la muchacha, hunde su rostro entre los cabellos de ella y una mezcla de albahaca y café le envuelven y se sorprende a sí mismo cerrando los ojos y tratando de tatarear una de las melodías que ha escuchado a Jenny en el Guerbois.
-¿Qué canturreas? -le dice Jenny volviéndose-. Espero que pintes mejor; desentonas.
Y ríe, como hacía tiempo que no reía.
-Ven, vamos a desayunar. He preparado café y unas tostadas, es todo cuanto puedo ofrecerte.
-Creo que puedes ofrecerme mucho más -replica Jean tratando de abrazarla.
Ella se escabulle mientras sigue riendo y se dirige hacia la mesa de la salita donde posa una bandeja con las tazas de café. El café humea. Jenny se lleva a los labios la taza y levanta la vista para fijarse en los ojos de Jean.
-Jean, he de decirte algo importante, al menos para mí –comenta en un susurro.
-Jenny nada te he pedido. Te quiero como eres. No es necesario que me des ninguna explicación. Me dolería mucho que sufrieses por ello.
-Pero yo quiero dártela, Jean. Me sentiré mejor al hacerlo.
-Verás Jean -comenzó balbuciendo la muchacha-, hace unos meses no hubieras querido nada de mí.
-Eso debería decidirlo yo, ¿no crees? Pero sigue, te escucho si es tu deseo.
-Conocí a un hombre -comenzó diciendo mientras humedecía los labios en la taza de café-. A un violinista. Se llamaba Francois, Francois Maître.
Jenny calló, fue pronunciar el nombre de Francois y agolparse en su memoria todos los recuerdos de aquel hombre. Su rostro palideció y sus manos parecieron temblar en torno a la taza de café, pero estaba decidida a continuar, y la mirada sincera de Jean le ayudò en aquellos momentos a sobreponerse. Sabía que Jean la amaba, pero, ¿no había pensado lo mismo de Francois hacía poco tiempo? Sus dudas golpeaban su alma y sus ojos trataban de escudriñar en el rostro de su amado un atisbo de falta de sinceridad, pero no lo halló. El rostro de Jean la revelaba un amor infinito. De sus ojos se desprendía que ansiaba que Jenny desnudase todo aquello que le atormentaba.
-Francois -prosiguió Jenny-, fue mi maestro de violín. Su forma de tocar me sedujo. Sus clases me transportaban a un mundo irreal. Me sentía etérea en aquella época. Y me enamoré. Él era mucho mayor, pero poco importaba; mi mente sólo parecía estar para su música y sus manos. Y él se aprovechó de mi amor e inocencia. Vivimos juntos una temporada y durante este tiempo lo compartimos todo; o al menos eso creía yo.
Jenny, avergonzada, dejó de mirar a Jean. Sus ojos vagaron unos instantes por la habitación. Volaron de la imagen de un pequeño cuadro a la ventana; allí se detuvieron buscando una salida, pero no la hallaron, y siguieron su camino fijándose en una silla, en el quinqué de la luz, en una cortina y por fin regresaron a su destino: los ojos de Jean. Éstos habían permanecido inmóviles observándolo todo pero sin expresar confusión alguna, y es que en el fondo del corazón del pintor sus sentimientos hacia Jenny eran muy superiores a cualquier desastre que pudiera acarrearle las palabras de la muchacha.
-Mi familia no lo entendió -añadió Jenny-. Mi padre no ha vuelto a querer saber nada de mí, y eso que siempre creí que yo para él lo era todo; y en cuanto a mi madre venía a verme sin que mi padre se enterara, menos veces de lo que ambas hubiéramos deseado, pero al fin teníamos cierto contacto.
-No lo veo tan grave -la interrumpió Jean-. Ahora esa historia ha acabado, tan sólo te resta hacer las paces con tu padre.
-Espera Jean, no te precipites, aún no he terminado. Me quedé embarazada de Francois.
Jean calló. Empezaba a entender a la muchacha y a comprender su turbación, pero en lo más íntimo de su ser, allí donde nadie puede arrebatarte tus pensamientos más sinceros, la amaba de manera más intensa.
-Y Francois, aquel hombre al que tanto quería. Aquel hombre que lograba con la delicadeza de su música transportarme a mundos de ensueño, aquel hombre que poseía unos dedos que siempre me habían acariciado con ternura, como si mi cuerpo formara parte o fuera una continuación de su violín. Aquel hombre afable, cariñoso, sensible... aquel hombre me abandonó. Y me dejó sola, como jamás lo había estado nunca. No supe reaccionar. Francois había desaparecido sin dejar rastro. Abandonó sus clases de música para huir de mí. Permanecí encerrada en casa día tras día. No me atrevía a salir a la calle; además tampoco disponía de dinero para comprar lo más elemental. No podía pedir dinero a mi familia. No recuerdo cuantos días permanecí en ese estado. Una de nuestras vecinas debió barruntar algo extraño y llamó a mi casa. Yo no quería ver a nadie pero ante su insistencia le abrí la puerta. Me encontró en un estado lamentable y apiadada de mí buscó ayuda entre el vecindario. Debí desvanecerme pues no recuerdo lo que sucedió después. Abrí los ojos en la casa de maternidad, un lugar por donde únicamente se arrastran las mujeres que no disponen de medios suficientes, las verdaderamente pobres, las despreciadas por la sociedad. Un lugar en el que el olor al cloroformo y a sangre me hacía recordar en cada momento mi situación. Esa deshonra, esa situación de degradación y abandono yo la tuve que soportar allí. Y allí me comunicaron que había perdido a mi hijo. Fue lo más triste de todo. Apenas lo había llevado en mi vientre unos pocos meses y ya había formado un vínculo que me perseguirá el resto de mis días. Lloré hasta la desesperación. Las religiosas que atendían en el hospital juntaron algo de dinero al conocer mi historia y cuando hube de abandonar el centro me instalé en esta casa. Busqué trabajo sin cesar durante aquellos duros días; no contaba con nadie y el dinero empezaba a faltarme. Pero en medio del desánimo el recuerdo de Francois, que no se borraba de mi mente, me dio la solución: ¿por qué no podía intentar vivir de mi música? Empecé dando clases a algunas de las alumnas que Francois había también abandonado. Más tarde logré trabajo en el Café Guerbois. Apenas llevaba unos días allí cuando te conocí.
Jenny calló y refugió su cabeza entre sus brazos apoyados en la mesa del desayuno. Su nuca desnuda delataba el gemir de la muchacha y los hombros parecían abandonados a su suerte.
Jean se levantó de la silla, rodeó la pequeña mesa y se acercó a Jenny. Puso primero una mano sobre su nuca y después ambas sobre sus hombros. Inclinándose besó los cabellos negros mientras sus manos se deslizaban junto a las axilas de la joven. La izó de la silla a la vez que la giraba hacia sí y la atrajo dándole cobijo entre sus brazos.
-¿Hay algo más que deba saber? –preguntó mientras levantaba la barbilla de Jenny y miraba sus acuosos ojos-, o podemos desayunar, tengo hambre; y le besó los labios salados por las lágrimas.
(continuará 8)
Que romántico y que tierno. Cuanta sensibilidad subyace en la historia. Espero y deseo que no te cargues esta bella historia de amor y que Jean se la juegue con la primera modelo que pose para él. Y luego me digas que así es la vida:-)
ResponderEliminarEs tan bella que seguiría leyendo más.
Un abrazo en enhorabuena.
Buen finde
Como dice Katy romántica y llena de matices añado. Y como dice ella ójala haya final feliz.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Katy: he estado fuera unos días pues hoy era fiesta en Castilla y León. De regreso me encuentro con tu entrañable comentario. Gracias y espero no defraudar espectativas. Un abrazo
ResponderEliminarHola Fernando: pues yo estuve dudando en poder caer en la sensibilería, pero en fin apelo a vuestros comentarios y me quedo con el romanticismo. Gracias por vuestra ayuda. Un abrazo
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