-No soporto más al señor Couture, Victorine. Voy a montar mi propio taller, se lo he comentado a Jean y está de acuerdo en venirse conmigo -dijo Edouard.
¿A Jean? ¿A ese estirado? –replicó Victorine.
-Jean es un aristócrata -contestó Edouard ligeramente contrariado con la actitud de la modelo-. Bueno un aristócrata venido a menos -concedió-, como todo en este país, pero un aristócrata al fin, que, además de ser mi amigo, es de los pocos que defienden mi forma de pintar; no al modo de esos atrasados de La Academia que sólo desean que se lo den todo hecho; sin duda el pensamiento está fuera de sus retrógradas mentes de burócratas.
Victorine tomó entre sus manos las del pintor y las llevó a sus labios. -Cálmate por favor. No seas tan impaciente.
-Victorine, quiero que te incorpores a mi taller, cuento también con otra modelo, la señorita Berthe Morisot, seguro que seréis buenas amigas en cuanto os conozcáis.
El rostro de Victorine cambió el semblante, lo cual fue advertido de inmediato por Edouard.
-¿Qué ocurre ahora?
-Edouard, me tienes acostumbrada a este tipo de sorpresas. Siempre pasé por alto tu relación con Suzanne, y hasta puedo comprender tus sentimientos hacia ella, pero no pretendas que conviva con mis dudas; y ahora, vienes, y me nombras a otra mujer. Bella sin duda.
-Te he explicado más de una vez que entre Suzanne y yo no hay más que una fuerte amistad. No quisiera hablar de caridad y no niego que exista un especial cariño hacia ella, es una mujer que se deja querer. Cuando se presentó en mi casa, pidiendo trabajo, con aquel niño, no pude negarme. Además venía recomendada por mi madre.
-Sí, ese niño que tiene nombre de tigre –ironizó Victorine.
-León, se llama León -protestó Edouard, a quien la conversación empezaba a causarle cierto malestar. No entiendo tu inquietud, Tú eres distinta, Victorine. Tú eres una diosa. Mi diosa.
El pintor volvió a posar la mirada por entre las personas que, ahora, una vez finalizado el concierto conversaban en voz alta. Tras la pausa dirigió su mirada hacia la muchacha y dijo sujetándola del brazo:
-Escúchame, Victorine. Está decidido. Voy a montar mi propio taller, y en él expondré mis obras y las de aquellos que quieran apartarse, de una vez por todas, de la decrepitud de la Academia. Han llegado a mis oídos rumores de que ciertos pintores no están, ya, por la labor de seguir las pautas establecidas hasta ahora, porque al igual que yo, piensan que se avecinan nuevos tiempos, tanto en la vida social y política como en la pintura, y no desean continuar por más tiempo bajo el rigor de normas caducas e inamovibles. El arte, al igual que la vida, ha de mirar de frente, ha de caminar, buscar su destino; en definitiva avanzar. Préstame atención: te imagino desnuda, de costado, con el rostro vuelto hacia mí, mirándome fijamente, como lo haces ahora, sentada sobre la hierba. ¡No¡ Mejor sentada sobre el chal del que te habrás desprendido. Es más sensual. Nada adorna ni tu cara ni el resto del cuerpo. Tú desnuda frente al espectador, es más que suficiente con tu belleza. Pero voy más allá. Estás en un jardín, o mejor en el bosque. En un jardín sería demasiado arriesgado. Estás sobre la hierba, pero no estás sola. Se ha improvisado un almuerzo a las afueras de París. Tú y unos amigos. Dos, tal vez. Ellos están vestidos con sus mejores galas. Tu desnudez no se distancia en absoluto de sus ropas. El conjunto es armonioso. Los dos hombres no parecen sorprendidos de la situación. Charlan. Se dirigen a ti de manera formal, diría que casi distante. La luz de tu piel femenina se enfrenta a las sombras de sus trajes y a la de la bruma del bosque que os envuelve. Deberíamos hacerlo hasta más onírico; al fondo podría percibirse la presencia de una ninfa jugueteando en el agua de un riachuelo envuelta en la luz vibrante de la fronda. Sería una estampa de trasgresión de lo clásico, y, se me ocurre, que en un primer plano estarían tus ropas y la cesta con alimentos que habríais llevado al bosque, para que no quepa duda del propósito de esa trasgresión. Esa es la idea, Victorine. La moral burguesa no aceptará esta ruptura, porque no son las normas de sus costumbres, ni aceptará tampoco esa contraposición en el mismo lienzo de la situación de desnudez de la modelo con sus acompañantes correctamente trajeados. Del mismo modo, y por la posición de tu cuerpo, acomodado plácidamente sobre tu chal, habré roto con el clasicismo que atenaza a la mujer desnuda, porque la habré otorgado vida propia. Victorine tu cuerpo estará vivo, no será una escultura marmórea como hasta ahora. Será un manifiesto de mis intenciones.
-A dónde quieres llegar, Edouard -suspiró Victorine-. Debieras discutir estos temas con tus amigos pintores. Te serían de más ayuda.
-No lo sé –repuso Manet–, pero lo que sí sé es que no quiero permanecer aquí inmóvil sin intentar nada. Y en cuanto a sí tú me ayudas, es tu mirada, es tu cuerpo los que me indican el camino. Y acarició el rostro de su musa.
(Continuará 5)
Bien traído el diálogo a propósito del cuadro. (Aunque este no sea uno de mis preferidos) Desde luego que fue rompedor en su época, y aun choca la desnudez de ella y el trajeado de sus acompañantes.
ResponderEliminarTendrías que hacer por publicarlo este texto.
Un abrazo y buena semana
Hola Katy. Bueno de momento vamos a ver si sigue gustando. Sí, el texto se basa en las obras de Manet y de alguna forma intento escribirlo en forma de novela. En este cuadro Manet buscaba esa transgresión de una figura clásica(desnuda) con el resto más contemporáneo. Gracias por segur ahí. Un abrazo
ResponderEliminarUna de las cosas que hiceron los impresionistas fue cambiar la forma de entender la pintura. Como casi todo lo que es diferente, suele ser incomprendido al principio. Me gusta esta mini novela que te está montando .
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Fernando: creo que comenté que la novela la escribí hace unos meses y que ahora la estoy revisando a la vez que pasándola por el blog a cachitos. Los impresionistas creo que no sólo cambiaron la pintura, sino también la forma de ver la vida. A ver si te sigue gustando. Un abrazo
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