La música había cesado entre aplausos. Las últimas notas de la guitarra aún estaban en el aire envueltas en la densa y azulada capa de humo de los fumadores de aquel templo del cante, como algunos nostálgicos lo habían dado en llamar, cuando Alberto y Ernestina se levantaron de los pequeños taburetes en los que habían estado escuchando la guitarra de Miravalles. Juntaron las manos por sus palmas: la derecha de la mujer con la izquierda del hombre. Él tomó el talle de ella, mientras la mujer deslizaba el brazo izquierdo por detrás del cuello del hombre. Los parroquianos hicieron hueco entre las mesas para que la pareja así ceñida pudiese bailar. Miravalles se arrancó con un tango y el mayor de los Maluenda puso la voz. “Con un café con leche y una ensaimada, pasé toda la noche de bacanal…” Voz rota por el humo y el alcohol de tantos años vividos en esa taberna de las pocas que quedaban desperdigadas por el país, con aquel aire de otros tiempos venidos a menos, pero que seguía manteniendo su sabor a verdad para los melancólicos que tarde tras tarde se dejaban caer entre aquellas cuatro paredes, si a aquello se le pudieran llamar paredes.
Treinta años atrás, regentado por el padre del actual propietario, aquel local había adquirido una entidad propia: allí se reunía la bohemia de la ciudad: pintores, escultores, poetas, actores, actrices…. Se podía decir, sin miedo a equivocarse, que aquel lugar era el centro vivo de la cultura de la ciudad. En sus paredes, que ya por aquellos años dejaban mucho que desear en cuanto a limpieza, colgaban carteles, retratos a carboncillo hechos por los propios visitantes, fotografías de algunos de ellos, mezclados con algún que otro afiche taurino; convivían en aquella batahola, en aquel galimatías, con fotografías de personajes del mundo cultural no sólo español sino internacional que habían acudido a aquel local llamados por la voz de un movimiento que giraba en torno a la música pero que iba mucho más allá. En ese lugar se reunían en estrecha relación todo tipo de personas, sin pararse a meditar en su procedencia o en su escala social. Convivía el médico al que le gustaban los tangos y la música popular con el empleado de la tienda del barrio que tenía los mismos sentimientos.
Mientras Alberto y Ernestina enlazaban sus piernas a ritmo de tango y sus cuerpos se ceñían el uno sobre el otro como si fueran uno sólo, fui recorriendo con la mirada aquellas vetustas paredes en las que ya no sobresalían como en otros tiempos los que realmente marcaban el paso cultural de la ciudad. Allí había fotografías, de carnet, pegadas unas sobre otras por los numerosos visitantes del local, ahora en su mayoría gente muy joven, de los que llegué a pensar que no habían entendido nada de la atmósfera que allí se había respirado y que poco a poco se estaba perdiendo, merced a ese desatino de querer pertenecer, colocando una inútil e insustancial foto, en un lugar que no les correspondía. Aún quedaba aquella pareja de baile, el guitarrista y el cantante, que aún no siendo poca cosa, hubieran dado algo por tener treinta años menos y volver a la delicia de aquellos primeros años.
Los tiempos cambian y con ellos las gentes y los lugares. El significado cambia y como consecuencia de ello también el valor que tenga el lugar para unos y otros.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Rafa, quedan lugares así en dónde la atmósfera al menos para mi es asfixiante. No me gusta volver al "pasado presente" porque cómo dices los jóvenes no entienden" y yo prefiero estar al día y vivir el hoy.
ResponderEliminarEl único pasado que me gusta y me fascina es el de las piedras.
Has conseguido plasmarperfectamente el momento, el humo y el aroma del local.
Un abrazo
Hola Fernando: de acuerdo contigo, pero, yo, más que cambio creo que las cosas en su mayoría han de evolucionar, pero algunas, esas que se relacionan con los sentimientos, es una lástima que lo hagan. Gracias por tus visitas. Un abrazo
ResponderEliminarHola Katy: bueno es que las piedras, como dices, es un legado que hemos recibido y que ahí está plasmada la historia del ser humano. Esto que cuento, sino banalidades, no dejan de ser recuerdos de cuando éramos más jóvenes y desde la distancia creemos que algunas cosas eran sin duda mejores. Un abrazo
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