Qué hacía yo allí, en ese bosque, tan lejos de mi condición. Cómo había llegado hasta allí lo supe más tarde, cuando ya no tenía remedio.
Recuerdo el traqueteo monótono por aquel camino de hierro. El silbido de la máquina al pasar por los túneles o los puentes; bueno eso fue al principio en los años difíciles, cuando llegábamos a entregar las mercancías siempre tarde; luego con el paso de los años todo fue más rápido, quizás menos romántico. Echo de menos el humo, aquél que a veces me hacía toser, pero que dejaba una estela grisácea a lo largo de toda la vía, a medida que el tren se deslizaba por aquella inmensa llanura por la que paseé tantas veces; por aquella inacabable meseta de frío inefable que caía a cuchillo sobre mi cabeza o por aquel sol inclemente que resecaba mi esqueleto de madera; pero me acuerdo más de los días de frío, especialmente cuando nevaba; la máquina levantaba una polvareda de nieve en su avance y la estela llegaba hasta el lugar en que me encontrase del convoy. Entonces vestía de color marrón y llevaba una placa de identificación adosada a mi costado, para no perderme. Prácticamente todos los días del año salía de viaje: a recoger o repartir mercancías, ese era mi sino. Es verdad que en algunas ocasiones permanecía parado, aparcado más bien algún tiempo en los perdidos andenes de alguna estación. Era época de vacaciones, aunque a mí lo que realmente me gustaba era viajar; recorrer mundo. Bueno lo de mundo es una forma de decirlo porque la verdad es que casi todo el tiempo veía los mismos campos, los mismos paisajes. Recuerdo que de vez en cuando me llevaban hacia tierras más lejanas, cruzaba “Despeñaperros”, nombre que no me hacía ninguna gracia por cierto. Pero el paisaje era tan bello. Alzaba la vista y veía una zona a la que llaman “El Salto del Ángel”. Desde allí abajo, por donde transitaba podía ver los altos peñascos que parecían atravesar las nubes blancas. Nunca anduve por las alturas, siempre por el llano. En aquellas excursiones al sur íbamos, todos uniformados y en línea, a buscar frutas y hortalizas a las vegas de Murcia, Granda, Málaga. Cómo recuerdo el olor de la fruta recién cortada. Otras veces el olor no era tan agradable, aunque el paisaje fuera inmenso, verde y azul. Viajábamos al norte y nos cargaban con ganado. Ahora siento nostalgia por el olor de las reses; cuando te acostumbrabas lo encontrabas hasta agradable; lo bueno era el calor que sentías en los fríos días de invierno.
Hace unos años me jubilaron, bueno no del todo: mejor habría que hablar de pre-jubilación. Llegaron vagones nuevos: de aluminio, más limpios, menos ruidosos, pero sin duda menos idealistas. Yo tuve suerte. A la mayoría de mis amigos de aventuras los llevaron al desguace: vendieron los hierros de los zapatos y la madera la fueron quemando, después de hacerla trozos. Debió de dolerles mucho. A mí por esas cosas que tiene el destino me trajeron aquí, a este bosque, entre árboles. Fue la primera vez que dejé el llano y vine a la montaña. Me pintaron de rojo, no debía de gustarles mi anterior piel. Me vaciaron e instalaron un bar musical. Llamaron ampulósamente a este local : “El Vagón”; qué ocurrentes. La verdad es que aquí también me he divertido mucho. Los días de verano venían familias a pasar el día y me llenaban de críos. Los fines de semana tocaban grupos musicales e interpretaban sus canciones. Se llenaba de gente hasta la madrugada. ¡Lo qué me ha tocado ver! Pero como todas las cosas que tienen éxito el lugar se hizo pequeño y me jubilaron definitivamente. Construyeron un local de madera, justo a mi lado, mucho más moderno, con más cabida y servicios, sin duda más aséptico, y a mí me tienen aquí como a una escultura. De vez en cuando me dan una mano de pintura.
Al pobre también le llegó su hora, pero al menos todavía pintan el cadáver de vez en cuando. Ahí permanece,símbolo de un pasado mejor. Reutilizado y reinvetado.
ResponderEliminarMe has traído a la mente, mi primer viaje como guía. Paramos en el mirador de Despeñaperros y vi pasar el tren. ¿Sería del mismo este vagón?
Muy nostálgico y lleno de ternura.
Un abrazo
Hola Katy: seguro que se trataba del mismo. Me dio la idea verlo entre los árboles el día que hice unas fotos por el parque. La verdad es que lleva allí ya muchos años, pero la inspiración, si se puede llamar así, es como una veleta. Me alegra seguir contando contigo. Un abrazo
ResponderEliminar