martes, 21 de febrero de 2012

Pequeños Relatos Eróticos : ( 13) El detective(2ª parte)

Nueve, uno, ocho, siete… marcó el número del tal Alcázar, y le expuso sus deseos.

-No se preocupe, don Álvaro, le tendré informado. Sí, fotografías, lugares, horas…sí, todo un informe, no se preocupe. Es mi trabajo. Por cierto mándeme o pase mejor por mi despacho con una fotografía reciente de su esposa, y así me da algunos detalles de su vida, ya sabe: trabajo, amigos comunes…y ese tipo de cosas. De todas formas por experiencia le digo que en la mayoría de los casos las pesquisas suelen ser infructuosas; lo de los adulterios no suele dar para tanto como la gente cree. Pero en fin, comprendo su preocupación. La investigaré a fondo se lo aseguro.

En los días que siguieron, Alcázar controló de manera eficaz los movimientos de Andrea, sin que nada diese pie a pensar en ninguna infidelidad por parte de la mujer. Lo normal era que tras el trabajo, en una consultora, se dirigiese a su domicilio. A mediodía comía en un restaurante próximo a la agencia con algunos compañeros y compañeras. Nada anormal. A la semana de vigilancia intentó acercarse más a la mujer. Almorzó en el mismo restaurante en una mesa contigua. Pudo comprobar de forma veraz que la fotografía que le había entregado Álvaro apenas si hacía justicia a la belleza de Andrea. Sin lograr entender lo que se hablaba en aquella mesa, se percató, que aquella mujer morena, de piernas bien torneadas y cuerpo exquisito, llevaba el peso de la conversación entre compañeros y que su risa era franca, veraz y distendida. Como por descuido se quedó mirándola con fijeza y por esos resortes que tiene la naturaleza o por pura casualidad, Andrea posó su mirada en los ojos de Alcázar; y ya no los movió de allí mientras duró la comida.

A partir de aquel momento al detective le resultó más complicado cumplir con su trabajo: imaginaba que la mujer le veía, estuviera por donde estuviera. Hubo de tomar todas las precauciones que sus años de experiencia le aconsejaban. Pero por otro lado el recuerdo de la mirada insistente de la mujer, aquel día en el restaurante, le tenían perturbado, hasta el punto de pensar en acercarse de nuevo a Andrea. Volvió al restaurante unos días después y la escena se repitió. Aquella bella mujer lo reconoció y su mirada, de nuevo fija en él, pasó del leve atrevimiento de la vez anterior a ser insinuante y sin dar muestras de pudor. Alcázar mantuvo, sin parpadear, aquellos ojos negros llenos de brillo que le miraban desde la distancia.

A las tres en punto los compañeros de Andrea se fueron levantando para volver a la oficina. La mujer olvidó… (¿olvidó?) su pequeño bolso de mano y regresó desde la puerta del local a la mesa. Alcázar la seguía mirando. Andrea le pidió fuego y el cigarrillo fue la excusa para que reanudaran el silencioso diálogo apenas interrumpido segundos antes. Mientras el encendedor cumplía con creces su función, Alcázar urdía como abordar a aquella magnífica mujer. Pero fue ella quien se adelantó.

-No paraba usted de mirarme…señor…

-Roberto, me llamo Roberto. Sí, no sé qué decir, discúlpeme. Es usted tan… -trató de explicar con indecisión.

- ¿Tan?

- Bella –se atrevió.

- Ya –dijo escuetamente Andrea mientras se fijaba en el hombre. Le vio alto, atractivo, con el traje quizás un poco pasado de moda, pero elegante; con el sombreo que estaba sobre la mesa debía de estar guapísimo… y hacía tanto tiempo que no estaba con otro hombre, llegó a pensar.

-He visto que se marchaba, ¿quizás a trabajar? –preguntó Roberto sabiendo de antemano la respuesta- Si no le molesta mi atrevimiento podríamos quedar…aquí mismo –titubeó- cuando termine y tomar una copa juntos.

-No nos conocemos de nada, ¿Roberto, dijo que se llamaba, verdad?

-Sí. Y nunca nos conoceremos si no acepta mi invitación.

-Tiene razón. Andrea –dijo tendiendo su mano a Roberto-. A las ocho, ¿Le parece bien?

-Tengo libre toda la tarde –zanjó Alcázar mientras la mujer le daba la espalda y se dirigía al exterior.

-¿No pensarás acostarte conmigo con ese pistolón, verdad? –preguntó Andrea entre risas.

-Lo llevo conmigo desde pequeñito –respondió irónico Roberto.

-Me refiero al arma, idiota –contestó la mujer revolcándose de risa sobre las sábanas y abriendo los brazos a su amante-.

Hicieron el amor sin ataduras, libremente. Se venían amando desde aquella tarde en la que empezaron a conocerse. Roberto se había enamorado locamente de aquella mujer y contó a Andrea la relación profesional que le unía a Álvaro. La mujer le abofeteó. Se hallaba desnuda frente a él y aquella confesión le había arrebatado el dominio que siempre pensó poseer sobre cualquier situación. Encajó mal la confesión de Roberto pero no tardó en comprender que la maldad estaba del lado de su marido, no de su amante, el cual había sido sincero con ella. También a Andrea le había alcanzado el amor. Siguieron viéndose, amándose a escondidas.

-¡Don Álvaro! - telefoneó Alcázar a su cliente-, tengo el informe acerca de su esposa. En él podrá comprobar que, como creo que le adelanté cuando escogió mis servicios, no he encontrado nada que deba preocuparle por la estabilidad de su matrimonio. A parte de usted y yo nadie tiene ninguna relación con Andrea…con su mujer, quiero decir. Tras un vale, vale, y un envíemelo cuando desee, que escuchó al otro lado del teléfono, colgó.

4 comentarios:

  1. qué bueno Rafa, te vas superando. Una historia que puede llegar a ser más habitual de lo que parece.
    Un abrazo

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  2. Hola Fernando: sí, supongo que habrá historias parecidas. Tenemos un amigo detective que aunque no es demasiado explícito con su trabajo, como buen profesional, a veces nos comenta casos similares. Un abrazo

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  3. Jajaja vaya un marido idiota. Mira que escoger un hombre guapo de detective:-)
    Me he divertido mucho con el final. Tal vez si no se le hubiera ocurrido contratar al detective su mujer seguiría siéndole fiel.
    Un abrazo

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  4. Hola Katy: bueno creo que estaba en el interior de ella serle infiel en cualquier momento, ja,ja; menos mal que sólo es un cuento. Un abrazo

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