La miraba. Estaba absorto en su figura mientras la luz blanca y cenital que la sobrevolaba iba modificando su impudicia a medida de que su voz se volvía más dulce y comprometedora. Pasó de parecer un ángel a convertirse en un engaño o al menos en su evidencia. La luz algo tenía algo que ver en aquella transformación. Su rostro, su cuerpo, envuelto en un ajustado traje negro, parecían entregados: eran la recreación de una actriz de película antigua. El que estuviera vestida de modo tan provocador no era sino una manera más de acercarse al público, en su mayoría masculino, que observaba cada uno de sus movimientos; más atentos a la cadencia de sus caderas, que movía con frío desdoro al ritmo suave de la música, que a su luminosa voz. La melodía sonaba en mi cabeza como si la fiebre me estuviera alcanzando. Me había ido enamorando de aquella mujer y ahora al verla ahí, sobrepasando su actuación, sentía que a medida que cantaba, el movimiento de su cuerpo iba mostrando una procacidad resuelta y premeditada, una desvergonzada insinuación sexual que me envolvía, sin yo pretenderlo, en una infamia de deseo y perturbación. Los ojos los mantenía ligeramente cerrados para no ver la pasión que despertaba, aunque quizás ignorase que los focos no le permitirían ver los rostros seducidos de sus admiradores, todo lo más distinguiría, en los breves momentos que se dignase abrir aquellos ojos negros que martirizaban mis sienes, los puntos rojizos de los cigarrillos. Parecía estar mirándome de frente, pero no podía verme, ni tan siquiera sabía que yo existiera. La canción que surgía de sus labios rozaba el micrófono como si fuera una prolongación de su alma. Apoyaba sus enguantadas manos en sus caderas, de las que alardeaba como si hubiesen sido adquiridas directamente del cielo, y su vientre se adelantaba en estudiados espasmos al ritmo de la música. A lo largo de la interpretación, su rostro, cruel en la juventud que poseía, parecía ajeno a aquel lugar, como si no le perteneciera.
La mujer dejó de cantar, calló el piano en sus últimas notas y se hizo el silencio que fue llenando cada hueco de la oscuridad del local. La mujer llevó en un movimiento espasmódico la cabeza hacia atrás, acompañando el redoble del timbal, sus manos fueron deslizando los largos guantes liberando los brazos. Aquello me hizo sentir como un niño al que están a punto de apartar de una situación que no debe conocer todavía. El malestar apareció de nuevo en mis sienes o al menos sentí que regresaba, aunque quizás nunca se hubiese ido del todo. Los golpes secos con que latía mi corazón no eran sino punzadas de deseo o de celos. Las ágiles manos fueron deslizando el vestido negro desde los hombros para ir resbalando por las curvas de su cuerpo hasta caer al suelo, sobre sus pies, formando la base de una escultura griega; de allí surgió la blancura marmórea de aquel cuerpo desnudo. Mientras, la cabeza de la mujer se había balanceado hacia delante, a modo de despedida o de rencor o de vergüenza. El pelo cubrió su ignominia al mismo tiempo que unos atenuados aplausos se podían escuchar en el local, en donde se habían encendido las luces azuladas de las lámparas de las pequeñas mesas.
Un buena descripción de la antomía femenina del que eres buen conocedor:-)
ResponderEliminarEstá tan bien descrita la escena que a falta de escuchar la canción podía imaginárme a la chica del microfóno susurrando y contoneándose.
Un abrazo y buen finde, con bufanda parece ser.
Hola Katy: sí, va a ser un frío fin de semana; calentitos en casa con chocolate y churros trataremos de pasarlo. Me alegro te haya gustado. Un buen fin de semana también para ti. Un abrazo
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