El escritor necesitaba de una noche de lluvia para ponerse a teclear e intentar que las musas o esos hilos que mueven el universo le contaran alguna de las historias que vagan suspendidas y arrastradas por el viento para que aquel que ande atento pueda atraparlas.
Mira por la ventana: la lluvia reclama reflejos de los escasos automóviles que circulan por debajo del elevado balcón donde se encuentra. Algún intermitente parpadea negando y apurando reflejos al suelo. El autobús municipal va recogiendo, entre la neblina, a los últimos náufragos del día mientras hasta sus oídos se deslizan las lejanas notas musicales del bar de copas de la plaza. Cuando llegue la hora de amanecer, como si fuera savia de la primavera, a eso de las seis, hombres y mujeres comenzaran a rezumar, aún cabizbajos y somnolientos, de los portales de los edificios para acudir a sus trabajos diarios. Mientras esta hora hiera los cuerpos, los edificios permanecerán callados y concentrados en un sueño reparador, con sus cientos de ventanas apagadas: quizás sea la pequeña lámpara junto al ordenador desde donde escribe, la única que esté emitiendo esa tenue y babeante luz blanca. Bajo los soportales de la plaza, embutidos en cartones y mantas, algunos pobres diablos pasarán su noche de insomnio junto al brik de vino agrio que sirvió para calentar su primer sueño. La noche irá venciendo las horas, lenta pero inexorablemente. El escritor comenzará a escuchar el leve trinar de un gorrión que despereza su plumaje sacudiéndose la humedad de la noche o el zureo de una paloma que inicia, tras su gorgojeo, los primeros vuelos del día en busca de sustento. Pero aún es temprano para que esa muchedumbre que día tras día deambula por las calles de la ciudad, cruzándose los unos con los otros, se desperece. El banquero aún rezonga su suerte convertida en oronda barriga que sube y baja al ritmo de sus pulmones chamuscados por el hollín del habano tras la copiosa cena. Su enrojecido rostro mantiene la sonrisa producida por sus ganancias diarias en bolsa; en ese mismo instante el portero del inmueble donde se sitúa el banco habrá comenzado a llenar de carbón la caldera con la que calentar el despacho del banquero durmiente.
La vida comienza con su palpito diario, con sus incógnitas e incongruencias, mientras al escritor se le van cerrando los ojos al mismo tiempo que bosteza reclamando el descanso.
Precioso, real. El escritor toma el pulso a la ciudad.
ResponderEliminarSoy de las que camina temprano,ligera de equipaje escuchando el canto de los pájaros. No tengo la "bolsa llena" como tu banquero y si el corazón triste por los pensamientos. Millones de parados. ¿cómo se levatarán? Que les darán a sus hijos para desayunar? pero hay que seguir trotando...
Buen finde Rafa.
P.D. Preciosa foto.
Hola Katy: sí, atravesamos malos momentos, pero como me comentó el otro día una vecina que es un encanto: Rafa si salimos de una guerra cómo no vamos a salir de esto. Supongo que hay que tener paciencia y sobre todo esperanza. Me alegro mucho que te haya gustado. Un abrazo
ResponderEliminarBrillante Rafa, muy brillante. Se conoce que las musas estaban en el momento justo. Magnífica crónica del día a día.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Fernando: te agradezco que sigas ahí, día tras día, con tu apoyo y muestras de entusiasmo que me hacen pelear con las musas. Estuvimos viendo a Leo H. y al otro, como él dice. Nos divertimos mucho. Muchas gracias. Un abrazo
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