martes, 22 de diciembre de 2009

En el refugio de los sueños:Cuento de Navidad

Marga tenía la mirada extraviada en el bombo de la lavadora y sus pensamientos perdidos en alguna parte entre su cabeza y su corazón. Amaba a su novio más que a cualquier otra persona en el mundo, pero sentía que últimamente se habían distanciado lo suficiente como para hacerla dudar de él. Quizás la culpa –se decía- no sea enteramente de Nicolás, yo he podido ser algo egoísta.

En la calle había comenzado a nevar. La ciudad comenzó a perder sus sonidos diarios sin apenas percatarse de ello y se fue instalando un silencio dulce y de vez en cuando apetecible. Los coches circulaban más despacio y el ruido de sus motores bajó de intensidad. La gente caminaba arropada ciñéndose los cuellos de los abrigos para evitar que la ventisca se introdujera en sus cuerpos. Dentro de la lavandería hacía calor y eran pocas las máquinas que a aquellas horas se hallaban en funcionamiento.

Junto a Marga, en un banco corrido y pegado a la pared, estaba sentado un anciano de fuerte complexión. La chica se había separado, con el disimulo que le concedía su educación, unos centímetros de aquel, a su criterio, mendigo. El hombre de vez en cuando miraba a la muchacha y sonreía por encima de su barba canosa. Sus ojillos bailarines parecían denotar, también a juicio de nuestra protagonista, un exceso de alcohol.

-Pronto dejará de dar vueltas –comentó el hombre, sin apartar, ahora, los ojos de la lavadora. Le deben quedar un par de minutos –añadió.

-Sí, ya falta poco –dijo Marga, sorprendiéndose de su propia respuesta.

-¿A una chica tan guapa como usted le estará esperando su novio o un buen amigo? –preguntó afirmando el viejo.

-Pues sí, mi novio o lo que queda de él –contestó la chica fastidiada con la situación.

-Seguro que la quiere, es usted una preciosa muchacha y parece una agradable compañía.

-Verá, señor…

-Si yo fuera él la invitaría esta misma noche a cenar.

-Lo ha hecho, quiere decirme ¡no se qué!... ¿Pero que hago yo contándole a usted mi vida?

-Y seguro que tiene un agradable regalo para usted.

-¡Lo que no entiendo es por qué demonios me invita el día anterior a nochebuena a cenar con lo que se come en estos días!

-Lo que yo le digo: porque tendrá un buen regalo para usted y una agradable sorpresa, hágame caso y no falte a la cita se arrepentiría de ello –terció el anciano.

-¿Cómo se llama?

-Marga.

-No, digo su novio.

-Nicolás, pero ¿a usted qué le importa?

-Hombre, Nicolás, como yo. ¡Qué casualidad!

El tambor de la lavadora fue adquiriendo una gran velocidad y a los pocos segundos acabó de centrifugar y se detuvo. Marga y aquel hombre se levantaron al mismo tiempo y sus manos tropezaron al intentar abrir la pequeña puerta redonda del aparato.

-Disculpe –dijo el anciano-, usted primero.

-No, si esta es mi lavadora –respondió sorprendida Marga.

-Nuestra lavadora. Me sorprendió cuando introdujo su ropa en ella. Pero, bueno, así nos sale más barato. Lo pagamos a medias y listo. Yo sólo tenía mi ropa de trabajo y….-dijo mientras extraía una especie de abrigo de color verde y una camiseta blanca y unos calzoncillos largos del mismo color-. Es que donde yo vivo hace mucho frío señorita –añadió al ver la cara de Marga y sus ojos fijos en los calzones.

-Pero…pero, ¿me quiere usted decir que he lavado mi ropa junto a la suya? –preguntó Marga tartamudeando y señalando su ropa interior y sus dos camisas aún en la lavadora.

-Sí, pero a mi no me importa en absoluto. Además ya le he dicho que así pagamos la mitad cada uno. Me viene muy bien el dinero en estos días.

-No me lo puedo creer –terminó por decir Marga mientras retiraba a toda prisa su fina ropa- ¿Y que hago yo ahora con esto?

-¡Pues llevarlo a casa y plancharlo! –exclamó sorprendido el anciano mientras se volvía para decir adiós con la mano a Marga que salía del establecimiento a toda prisa- ¡Ah y no olvide su cita con su novio, es importante! –añadió el anciano mientras recogía del suelo los dos euros que había arrojado Marga al marcharse.

-No puedes creer lo que me ha pasado esta tarde en la lavandería –comenzó a contar Marga a su Nicolás, mientras éste enlazaba las manos de la chica con las suyas-…¡Pues no sacó un jubón de color verde desteñido y una camiseta y unos calzoncillos largos de entre mi ropa! El muy … no sé ni como llamarle.

-Pero, ¿era un mendigo? `-preguntó Nicolás.

-Lo parecía al menos. Era grande, gordo, con barbas canosas…¡Ah, y se llamaba como tú, Nicolás, para más guasa!

-Oye, ¿no sería San Nicolás? –dijo el chico mientras deslizaba una mano en el bolsillo de su chaqueta y colocaba una pequeña caja entre las manos de Marga.

-¿Quién es San Nicolás?

-Santa Claus, Papá Nöel, San Nicolás…son el mismo.

-¡Papá Nöel! –dijo indiferente la chica-. Además ese gordinflón va de rojo.

-Desde que cogió la patente Coca-Cola. El auténtico vestía de verde –dijo Nicolás mientras reía y miraba a los ojos de su novia que en aquel momento abría la caja que el chico le había entregado.

-Y, ¿esto qué es? –preguntó abriendo la boca sorprendida y mirando sin parpadear el anillo de brillantes.

-Marga, ¿te quieres casar conmigo?



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