lunes, 14 de diciembre de 2009

La cuñada de M.L. :Sospechas (1)

Para cuando Ángela regresó al hotel aquella noche, junto a su marido, Alberto ya había abandonado el establecimiento llevándose con él el conocimiento de las personas que le interesaban: Ángela, su hermano Roberto y el cuñado de éste y dueño del hotel, Ildefonso. Los lazos que les unían ya no eran secretos para él. No había más que ser generoso con las propinas para lograr ciertas informaciones, sobre todo si sabían hacerse de forma sutil, y para eso los argentinos siempre fueron unos maestros. Le faltaba la conexión entre Leonor y Roberto pero estaba seguro de que eran pareja. El recuerdo del beso en la casa de Ángela así lo sugerían. Las cosas empezaban a encajar aunque sospechaba, sus celos así se lo decían, que había algo en todo aquello que debía salirse de la normalidad; parecía todo demasiado sencillo para ser real. Por otro lado estaba Nuria, su hija, menor de edad aún y una baza a su favor si sabía jugarla. En ocasiones los remordimientos acudían a su mente pero algo más fuerte le hacía continuar por el camino que se había trazado: deseaba volver con Leonor y sólo Nuria podía ayudarlo. Nuria o esa sospecha que anidaba en su cuerpo. Alberto encaminó sus pasos hacia el video-club de Leonor.

Las luces del establecimiento estaban encendidas. Leonor no lo vio entrar, estaba atendiendo a unos clientes. Alberto disimulaba su presencia caminando entre los pasillos de los estantes. Su mirada saltaba de un título a otro. Por un momento perdió la sensación de encontrase allí, en aquel lugar que hacía ya muchos años había montado junto a la que entonces era el amor de su vida. Algunas de las películas le hicieron recordar momentos de su matrimonio; debía de reconocer que había sido feliz con aquella mujer. Siempre lo había sabido.

Leonor comenzó a apagar las lámparas del video-club. Vio la sombra de una persona al fondo del local al que ya no llegaba la luz

-Disculpe –dijo-, creí que no había nadie. ¿Ha escogido ya su película o vuelvo a encender la luz? –preguntó mientras la sombra se iba acercando hacia ella.

Alberto se detuvo bajo uno de los focos aún encendidos. La luz cenital cayó sobre su cabeza, distorsionando su demacrado rostro; aún así Leonor le reconoció de inmediato.

-¿Qué haces aquí si puede saberse, boludo de los cojones? –preguntó sin pararse a pensar si sus expresiones procedían del argentino más excitado o eran propias del español más advenedizo? ¡La concha de tu madre, vaya susto que me diste! (esto sí lo expresó, enterito, de su querida patria).

-Sos tan bella cuando te excitas… Sólo vine a hablar con vos, eso es todo.

-Yo no tengo nada que hablar contigo, ¿me entendiste? ¡Te lo puedo decir más alto, pero no más claro, Albertito! ¡Vete de aquí, no quiero volverte a ver nunca más!

- No te irrites, que te va dar un mal. No puedes impedirme ver a Nuria.

-Es ella la que te impide verla. No lo sentiste en sus ojos esta mañana, Ánge… digo Nuria me la contó todo.

-¿Ángela? ¿Qué tienes que ver tú con esa mujer que pasáis tanto tiempo juntas?

-¡Lo que a un tipejo como a vos no le importa! –exclamó Leonor.

-Sí me importa, sí. Ya lo creo que me importa. En cuanto a Nuria, aún no es mayor de edad y bien puedo recuperarla.

-¡Ni se te ocurra acercarte a mi hija!

Alberto se había ido aproximando a Leonor a medida que se gritaban. Ella no había retrocedido ni un paso; no era miedo lo que sentía por él, sino desprecio e indiferencia. Alberto no podía contener el deseo de abrazar a Leonor, quien intuyéndolo se hizo a un lado.

-¡Vete de aquí, Alberto, vete!

-Me voy, pero volveré a hablar con nuestra hija.

-A tu hija la perdiste hace ya muchos años, catorce para ser exactos, cuando decidiste abandonarnos…, cambiarnos por otra mujer.

-¡Se cree que soy una estúpida ! –exclamó Ángela, con el rostro enrojecido por la indignación-. ¿Así que viene usted a interesarse por los estudios de su hija, aquí en el instituto, después de no haberse preocupado por ella los últimos trece años?

-¡Yo tengo derecho a saber de mi hija, soy su padre! ¿Me entiende? –contestó Alberto a quien Ángela le seguía irritando cada vez más-. Y además –continuó- ¿usted que sabe si me ocupé de mi hija o no? ¿Sos adivina vos o qué?

-En esta ciudad las noticias vuelan, querido –añadió con ironía, Ángela- Tengo la suerte de conocer a Mario Leo, es mi cuñada. Pero, ¿eso ya lo sabía usted, verdad?

-Ya veo que la conoce. ¡Mari Leo, la llamó! Muy íntimo parece –arguyó Alberto mirando directamente a los ojos de la profesora.

Ángela no se ruborizaba con facilidad pero el comentario de Alberto cambió el rictus de su rostro, lo cual no pasó desapercibido para el hombre, y trató de ponerse a la defensiva.

-Mi relación con Leonor a usted no le incumbe –contestó Ángela mientras se levantaba de la silla y apoyando ambas manos sobre la mesa de su despacho miraba a Alberto fíjamente.

-¡Pero sí la educación de mi hija!

-Si por educación se refiere a sus estudios en este instituto, hasta ahora no tengo ninguna queja de ella. Es una chica aplicada y respetuosa; sin duda debe a su madre su forma de comportarse ante la vida –contestó Ángela dando por terminada la conversación.

Cuando Alberto abandonó su despacho, Ángela miró a través del amplio ventanal hacia el patio del instituto. La temperatura fría del exterior ocasionaba el empavonado de los cristales. De forma intuitiva hizo un círculo sobre la superficie del vidrio con la mano derecha. Vio alumnos y alumnas que charlaban entre clase y clase; entre ellas estaba Nuria. Observó como se parecía a su padre: alta, delgada, con el pelo muy negro y ese aire de superioridad que en su caso no pretendía, pero que la naturaleza le había entregado. No podía sacudirse de la cabeza la ingerencia de aquel hombre en algo que ya no le correspondía. Recordó sus ojos y sintió miedo de ellos. Le vio pasar por entre los alumnos y buscar con la mirada perdida a su hija. No la encontró ya que le vio perderse por la puerta principal. Enlazó los brazos por debajo de su pecho y se puso a pensar en Leonor; una duda atravesó su cuerpo desde el instante en que Alberto salió de su despacho. ¿Habría pecado de ingenua hablando de intimidad con aquel hombre? Tenía que hablar con Leo esa misma tarde.

2 comentarios:

  1. Hola rafa:

    Esto está tomando unos caminos insospechados. Alberto es un tipo un poco rarito ¿no?

    Un abrazo

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  2. Hola Fernando;
    A lo peor el que soy un poco raro soy yo. Gracias por estar siempre ahí. Un abrazo

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