Carlos apoyaba su brazo izquierdo sobre el hombro de Pilar que vestía rigurosamente de negro. Caminaban con la cabeza gacha detrás del féretro de Carmen Urrutia.
El cortejo llegó junto al nicho donde iban a descansar los restos de Carmen. El sepulturero parecía discutir con un hombre que vestía un traje gris. El cura se adelantó al ataúd de la finada, que era llevado en andas por cuatro miembros de la funeraria. Al parecer algo inusual sucedía.
Hay dos cuerpos en el nicho –decía el sepulturero- No se puede meter un tercero. Hay que hacer la reducción de uno de ellos. El hombre del traje gris, empleado del cementerio, asentía con la cabeza. El cura se acercó a Pilar y Carlos y les comunicó este hecho. Serán sólo unos minutos de espera –añadió.
-¡Pero cómo que hay dos cuerpos; ahí solo debía estar nuestro difunto padre! –exclamó Carlos mientras Pilar observada sin decir nada.
-No sé hijo –contestó D. Froilán-, pero no podemos dejar a Carmen sin enterrar. Hagamos la reducción de uno de los cuerpos y luego ya indagarán ustedes en las oficinas del ayuntamiento.
Muertos por el dolor de la pérdida de su madre, Carlos y Pilar asintieron con un movimiento afirmativo de la cabeza.
Carlos y Pilar siempre se habían querido. Desde pequeños habían sentido una atracción el uno por el otro que iba más allá del amor entre hermanos. A medida que se fueron haciendo mayores este amor no había desaparecido, por el contrario se iba afianzando cada vez más. Conscientes de su situación no se atrevían a dar ningún paso, pero algo superior a ellos mismos les atenazaba. Carmen Urrutia fue la primera en darse cuenta de aquella circunstancia, pero callaba. El amor tenía demasiados cauces por donde transitar y era difícil de comprender. Ella misma había sido “víctima” de él. La población donde vivían era pequeña, y pronto se hizo evidente que el cariño que se profesaban Carlos y Pilar, era el que existe entre un hombre y una mujer. Pasada su adolescencia los dos hermanos tomaron la determinación de abandonar el pueblo donde habían vivido y buscaron un lugar donde nadie les conociera y se preocupara de sus vidas.
Ahora habían vuelto a enterrar a Carmen y se habían encontrado con que al parecer había alguien extraño en el nicho de su padre. Supusieron que se trataba de un error. Al día siguiente del funeral fueron a informarse. El funcionario que les atendió en el ayuntamiento les indicó que en el nicho propiedad de doña Carmen Urrutia había dos cuerpos que se correspondían con dos hombres: Luis González Arancibia y Pablo González Arana. Carlos y Pilar se miraron, desconocían la identidad del primero de ellos. El funcionario les indicó que no había error posible que ambos habían sido allí depositados por mandamiento de Carmen Urrutia. La madeja se enrollaba más, pero había que desenredarla.
Luis González Arancibia, de padre castellano y madre vasca, vivía y trabajaba en el País Vasco –les hizo saber Piedad, amiga íntima de Carmen que había guardado durante muchos años su secreto-. Poseía una pequeña granja ganadera en un caserío junto a una pequeña aldea. Allí había conocido y se había casado con Clara Urrutia. De este matrimonio naciste tú Carlos, fuiste hijo póstumo, ya que Clara falleció en el parto. Sólo y con un hijo al que apenas podía atender, Luis decidió volverse a casar. Las oportunidades en aquella aldea perdida en el monte eran escasas, pero surgió Carmen, su cuñada, y se casó con ella. Fueron la comidilla de la aldea, hasta tal punto que optaron por emprender una nueva vida en otro lugar. Yo me carteaba con ella y conozco su vida y la vuestra. Me la contó y me rogó que nunca la desvelara. Creo que ahora esa pequeña historia os pertenece.
Por desgracia Luis murió a los pocos meses de casarse con Carmen. En aquellos años la muerte llamaba con mucha frecuencia a las puertas. Los tiempos no eran como ahora. La guerra había dejado muchas secuelas. Carmen, al igual que antes le había sucedido a Luis, se vio sola y con un niño de corta edad, debías tener no más de dos años. Carmen compró el nicho y enterró a Luis. Asistimos muy poca gente. Yo y otras dos o tres vecinas que la querían bien. Sólo yo estoy viva.
Carmen siempre fue una mujer hermosa, con una cabellera rizada y dorada, que has heredado tú Pilar, que la hacía ser una mujer llamativa. Apareció entonces Pablo, algo mayor que ella, pero un buen partido, al que no importó que Carmen tuviera un hijo. Naciste tú Pilar. Nunca conocí, por lo que ella me contaba nadie tan feliz como Pablo y Carmen. Años después falleció Pablo, y Carmen, no me digáis el porqué, le trajo a enterrar a este pueblo. Ahora a la muerte de Carmen habéis conocido su secreto. La coincidencia de los apellidos de Luis y Pablo os han llevado, durante toda vuestra vida, al equívoco. En realidad no sois hermanos.
El otoño te ha traido un montón de creatividad, que buenas historias nos dejas.
ResponderEliminarUn abrazo y que no decaiga
Hola Rafa buena historia. Mira que sufrir toda la vida. La madre ya podría haber hablado. Yo tengo un caso muy cercano. Detras de la imaginación siempre hay una realidad que la supera.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Fernando: procuraré que no decaiga aunque el otoño esté a punto de abandonarnos. Gracias como siempre. Un abrazo
ResponderEliminarKaty: es que si llega a hablar no me hubiera dejado inventar la historia: je,je. Un abrazo