"Esta historia la leí hace muchos años. Creo que a medida que han pasado los años es más real su conclusión. Lógicamente los diálogos no los recuerdo; lo que escribo es un poco la síntesis de los recuerdos de aquel para mí bello e instructivo cuento".
María había acudido al centro comercial situado cerca de su lugar de trabajo. Iba allí con cierta frecuencia, pues podía hacer sus compras y almorzar sin emplear demasiado tiempo del escaso del que disponía en su apretado horario. Tras efectuar sus compras se acercó al restaurante del "boufet" donde solía almolzar y eligió la comida: sopa y muslo de pollo (había que cuidarse). Mirando por encima de la bandeja buscó una mesa, posó la bolsa de sus compras en una silla y la comida sobre la mesa. Al sentarse comprobó que no había cogido cubiertos; se levantó y se acercó hasta la barra para solicitarlos. Al regresar a la mesa vio, con sorpresa, que un hombre negro se había sentado en una silla contígua a la bolsa de sus compras y tomaba del plato la humeante sopa con aparente tranquilidad.
¡Qué descaro! -pensó-. Asombrada, tomó asiento y se quedó mirando al hombre.
-Buenos días, señor. ¿Está buena la sopa? -preguntó con ironía.
-Muy buena, pero un poco sosa para mi gusto. ¿Me podría acercar el salero, por favor?
-Con mucho gusto caballero. ¿Le importaría que probase yo también de "su plato"? -volvió a preguntar alargando las últimas palabras.
El hombre se quedó mirando los ojos azules de María y respondió:
-Claro, los bienes que ha puesto Dios en el mundo son para que los compartamos. Pero, si vamos a comer juntos, permita que me presente, me llamo Hamed -y mientras ésto decía extendió la mano a la muchacha.
-María, me llamo María -balbució la chica mientras devolvía, incrédula, el saludo.
-Perdone la indiscreción. Usted no es de Burgos, ¡verdad?
-No, ¿en que lo ha notado?
-No, en nada, no se preocupe.
El hombre no se preocupó en absoluto y siguió comiendo.
María hizo lo mismo; tenía hambre.
-Lo difícil va a ser compartir este muslo de pollo -dijo Hamed- ¿Le importa que lo trocee con los dedos? He notado que en este país son ustedes un poco escrupulosos.
-No, proceda, buen hombre. A mí ya todo me da igual -añadió María en voz baja.
-¡Hamed, me llamo Hamed!
-Perdone si le he molestado.
-No, no me ha molestado. Lo que ocurre es que con este muslo de pollo para los dos nos vamos a quedar con hambre.
-No, si por mí, con un poco de sopa tengo suficiente, no se crea.
-María, hace usted mal, debería cuidarse más. La comida es muy necesaria. Tome, pruebe el pollo, está delicioso. La va a encantar.
-Bueno, pero deje que lo coja yo misma con el tenedor.
-Como quiera, pero las aves saben mejor comiéndolas con los dedos; además te los puedes chupar luego.
María no podía creer lo que le estaba pasando.
-Bueno, debo irme -dijo azorada- Ha sido un placer conocerle -dudó antes de pronunciar el nombre del desconocido-, Hamed.
-El placer ha sido mío, se lo aseguro. Nunca estuve comiendo con una muchacha tan bella, y, mucho menos, siendo de ella la iniciativa de sentarse a compartir los alimentos conmigo.
-María no podía creer lo que la estaba ocurriendo. Lo comprendió al levantarse y comprobar que una bandeja con un plato de sopa y otro de pollo habían sido mudos testigos de la escena desde una mesa contigua y solitaria.
Buenísma la historia Rafa. Es fantástica y muy reflexiva. Enhorabuena.
ResponderEliminarRecordaba la historia, es tremenda y deja mucho a la reflexión.
ResponderEliminarHay otras historias sobre las que tambien deberias escribir, si me aceptas la sugerencia. La primera sobre patio de Los Maristas y el silbato del cura, la otra, nos la contó el tio, sobre el bar que hay en Italia, "el bar del café pagado".
Beso.