jueves, 18 de junio de 2009

El pecado

¡Cómo dios! -pensó Nuria para sí cuando su madre le anunció que aquella tarde iba a salir y que no sabía a que hora volvería-. Hoy cierro el video-club por inventario - gritó mientras saltaba loca de contenta-. ¡Luis!¡Luis!, hoy vamos a estar solos, tú y yo, en esta casa toda para nosotros -siguió gritando como si su noviete pudiera escucharla-. ¡Hoy quemamos el salón!
¡Nuria, no vayas a tirar el florero con tanto alboroto!

-Recordé a Omar, Leonor. Los colores, los olores...todo me acercaba a Omar. No pude remediarlo.
-¿Acaso no fuiste a buscar su recuerdo, Ángela? -preguntó Leonor.
Ángela miró al techo. Una sonrisa se marcó en su boca.
-Sí, tienes razón. Creo que aciertas. Pero no lo puedo evitar. He pasado años añorándole. Había algo en él que no he encontrado en ningún otro hombre. Miento, quizás en Ildefonso haya algún rasgo de los que me hicieron enamorarme de Omar. Me refiero a su feminidad. Sí, no te extrañes, en todos los hombres hay caracteres femeninos, como supongo que entre las mujeres pasará lo contrario. No sé si son rasgos de ellos o sensaciones que siempre tuve. Creo que la sesnsibilidad no tiene porque ser una característica únicamente de las mujeres. Hay hombres, afortunadamente, y Omar era uno de ellos, que también la poseen. Será por eso que me enamoré perdidamente de él. Como te digo he buscado esa sensibilidad de la que hablo en otros hombres durante casi treinta años y nunca la he encontrado. Sí en las mujeres y con relativa frecuencia.
Leonor miraba a Ángela con la boca abierta.
-Sentirse amada -continuó-. Llegar a casa y notar los brazos de alguien que te haga vibrar la piel. ¿Es un sueño, Leonor? Creo que se puede pretender tenerlo. Cuando propuse a mi esposo el viaje a la India, él estuvo de acuerdo; claro que pensándolo bien, siempre me lo concede todo. Le amo, Leonor, de verdad, pero no puedo evitar lo que siento. Los recuerdos acuden a mi cabeza desde siempre.Permanecen ahí.
-Eso no es malo. Forma parte de tu vida.
-A veces pienso que me encapricho demasiado con las cosas. Dejémoslo estar. Fui feliz entonces y lo soy ahora, pero no pude evitar, al visitar los lugares por dónde anduve con aquel hombre, que el corazón me palpitara. Ildefonso, pobre mío, es todo dulzura y estaba encantado con que yo me sintiera feliz.
-No lo dudo, se te nota en la cara -dijo Leonor mirando a Ángela-. Y, ¡por lo demás?
-Lo demás, a parte de mi esposo y aquella antigua sensación, no contaba. Tenía unas enormes ganas de volver. Mi vida está aquí: en esta casa, en este barrio, en esta ciudad. Esta tarde, antes de que vinieras, he llegado y me he sentado en ese sofá que ahora ocupas tú, he cerrado los ojos y he sentido el inconfundible olor de las paredes, el aroma de la madera, los lejanos ruídos de las cañerías y esta luz que nos envuelve y a través de la cual se puede ver el polvo en suspensión; son como los sueños que siempre me acompañan cuando estoy aquí. Entre estas parede me siento feliz. Mi esposo lo sabe y ambos queremos que yo disponga de esta casa. No resulta maravilloso contar con alguien, después de cincuenta años, que te comprenda como Ildefonso me entiende a mí.
-Sí, estoy de acuerdo, pero Roberto me contó que al morir tu padre fuisteis a vivir con unos tíos.
-Sí, mi madre no podía con aquella casa, la que ocupa ahora mi hermano. El mundo se le vino encima; creo que más por las circunstancias económicas en que nos dejaba nuestra nueva situación, que por los sentiimientos hacia mi padre, que no eran muy agradables. Esta casa me vino a buscar después. Fue ella, la casa, la que me encontró a mí, no al revés. Una tarde paseaba por esta calle y el ruido de una contraventana, agitada por el viento, me hizo volver la cabeza; la fachada de la casa presentaba un aspecto desolador: las ventanas a medio caer y con los vidrios rotos, las bajantes de agua desgajadas de la pared, lo que se podía ver del tejado ni te cuento, en fin casi una ruina; pero pregunté por el dueño. Si deplorable era el exterior, el interior estaba para haber renunciado: todo estaba destrozado, Leonor, y eso fue lo que me convenció para comprarla. Yo por entonces ya era profesora en el Instituto Femenino. Había que reconstruirla entera y esa iba a ser mi labor. Haría una casa a mi medida. El resultado ya lo ves. La mayoría de las obras que tuve que realizar, excepto los trabajos más pesados, las hice yo misma, sin ayuda de nadie; Roberto me echó una mano, pero poco no creas; a él todo lo que no sea cine le aburre. Aquí he sido muy feliz. Leer en esa butaca de mimbre que hay en el jardín, mientras sentía la tibieza del sol en primavera y en otoño. Escuchar música en esta misma salita. Cosas sencillas que han sido mis verdaderas amigas. Te das cuenta, Leo, que las cosas más simples, las más cercanas, las mejores en definitiva, son siempre gratis. Y que por el contrario las que menos valor suelen tener, son caras. La soledad siempre me ha acompañado, incluso cuando estaba con otras personas. No hay cosa más triste que aburrirse en compañía.
-Una gran labor, sin duda -la interrumpió Leonor.
-Me lo debía. Mi vida nunca fue, hasta que hace bien poco cambiase de rumbo, una fiesta. La casa de mis tíos, aunque nos querían mucho a Roberto y a mí, era una casa triste, fría. Nunca escuché cantar, ni reir, tampoco llorar; no había vida. Existíamos nada más. Ahora pienso que en aquellos años no se podía hacer gran cosa. Por eso en cuanto tuve la oportunidad me vine a vivir aquí.
-Pero entre la casa de tus tíos y esta casa hay un hueco, Ángela. ¿Qué fue de tu vida en esos años? -preguntó Leonor.
-Mi vida, de verdad te interesa. Ya te dije que Roberto me había contado la tuya, y la mía se queda muy pobre, cuñada.
-Me huele que algo interesante me ocultas.
-¿Interesante? Como no sea que hasta hace bien poco yo vivía en pecado.
-¿Qué clase de pecado? -inquirió Leonor sonriendo.
-Siempre dije la verdad. Y esto es síntoma pecaminoso para los demás. Al menos para las personas con las que he coincidido.
-Pero, no entiendo el porqué.
-La verdad causa daño. Poca gente la asume cuando te refieres a ella, a su forma de vivir, a su manera de pensar. Mi madre, por ejemplo, nunca me perdonó que la echase en cara su debilidad ante mi padre, que tantos disgustos nos causó. Esa verdad hizo que nos distanciáramos. Vivíamos con mis tíos, como ya te dije, y sin embargo desde aquella conversación dejé de existir para ella, y para mi tía. Yo sé que ambas me querían pero no asumieron que mi verdad fuera distinta de la suya, simplemente ellas no la tenían. Con mi tío Luis fue diferente, aunque pensándolo bien...también fue su debilidad lo que hizo que yo tratara de dirigir su vida como yo creía que debía afrontarla: sin tanto pesimismo, sin tanta mansedumbre ante los demás: sus jefes y compañeros de trabajo. Era una persona buena y honrada pero llevaba su carácter débil hasta límites que yo no podía soportar.En el colegio me pasaba igual: era inconformista con los compañeros y profesores. Fue en aquellos años cuando comencé a conocer de cerca a la que sería mi mejor amiga: la soledad. No me asustó y además fortaleció mi caracter. Y mi hermano...Roberto, nunca estuvimos de acuerdo en nada. Él era dócil y entregado, yo no consentía que nadie me dijera lo que tenía que hacer si estaba segura de tener razón. Discutía por cualquier cosa. Defendía lo que pensaba por encima de todo y eso me fue arrinconando. La verdad, Leonor, me ha hecho mucho daño.
A medida que Ángela hablaba se había ido entristeciendo su rostro normalmente alegre. Leonor se acercó hasta el sofá sobre el que su cuñada estaba sentada y tomó sus manos entre las suyas. Esta muestra de cariño, o aprecio, en principio a nada le comprometía y ademas sirvió para tranquilizar a Ángela. Se quedaron mirándose a los ojos.

Lo que sucedió después sólo a ellas las concierne.

¡Si tu madre te viera ahora, Nuria! ¡ Ella a tu edad estaba cruzando el Paraná y tú acabas de atravesar el Rubicón!

2 comentarios:

  1. Bueno rafa, de alguna manera se veía venir no?

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  2. No te creas todo lo que parece a primera vista.Gracias por tu compañía. Un abrazo

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