Había quedado un abrazo en el aire; el que fue visto por Roberto y le había hecho sonreír.
Ángela y Leonor habían pasado juntas la mayor parte de la fiesta. Mientras Ildefonso atendía a sus invitados, en un día tan importante para él, la cuñada de Mari Leo no había parado de urdir planes para el futuro. Siempre había sido así: inquieta, extrovertida. Todo ello le había producido más de un disgusto en su vida, pero ella lo llevaba con suficiencia y estaba a gusto con su forma de ser. Por qué iba a cambiar ya a su edad. Ni tan siquiera el matrimonio debía de alterar esta actitud -pensaba-. Quería a su esposo, pero eso no era el fin de todo lo que anhelaba. Nunca había convertido su existencia en una rutina y pensaba seguir así. Era, según su opinión, su esposo el que tenía que hacer un esfuerzo por seguirla y no quedarse atrás. Debía vencer sus convencionalismos, y allí estaba ella para ayudarlo.
Las dos mujeres eran cómplices. Sentadas una frente a la otra habían conversado de lo humano y de lo divino. Sus frecuentes risas llegaban a los invitados más próximos, los cuales volvían hacia ellas sus cabezas. Ángela se había sincerado con su nueva amiga. Cuando el bullicio de la música exterior empezó a disminuir, y ya en el interior del hotel, las dos mujeres comenzaron a tramar confidencias. Ángela se había enterado de la vida, trágica la había denominado Leonor, de su cuñada a travás como era lógico de Roberto. Y sin querer, como si fuera lo más normal del mundo en el día de su boda, deseaba hablar de la de ella con Leonor.
-Ángela -la interrumpió Leonor-, nos están mirando tus invitadosn creo que deberías prestarles un poco más de atención.
-Tienes razón -replicó Ángela-. Es mejor que pospongamos nuestra conversación para un momento y un lugar más apropiado. Cuando volvamos de la luna de miel...
-¿Dónde vais?
-¡No te lo he dicho!: a la India.
-¡A la India! ¡Qué envidia!...¿Aunque un poco lejos, no?¿Crees que Ildefonso aguantará?
-Si sale vivo esta noche de mi lencería, seguro que sí -apostilló Ángela mientras se levantaba con la felicidad enmarcando su rostro e iba hacia el resto de los invitados.
Leonor levantó su copa mientras la novia se alejaba envuelta en su hermoso sari azul. Buscó con la mirada a Roberto y se acercó a él.
-Hola mi amor -dijo éste-. Me tienes muy abandonado esta noche. Ya veo que te llevas con mi hermana mejor que yo.
-Habla bien de ti, así que no la critiques.
Un mes más tarde y a las ocho de la mañana el timbre del teléfono despertó a Leonor.
-Hola Leo, soy Ángela...
-¡Ángela! -exclamó Leonor mientras bostezaba- Ya habéis vuelto...
-Claro, por eso te llamo; para quedar contigo esta tarde...si puedes. Tengo muchas cosas que contarte y deseo verte.
-Me gustaría, pero...
-¿Tu hija?
-No, Nuria está ya de vacaciones y puede quedarse a cargo del video-club, pero es que había quedado con Roberto.
-Dale cualquier excusa. Los hombres se lo creen todo, y si están enamorados ni te cuento.
-De acuerdo. Pero, ¿no estás en el hotel? Me digiste que iba a ser tu nueva casa. Y allí no puedo ir. ¿Qué no se conducir! -añadió Leonor en voz baja como si alguien pudiera escucharle. Nuria dormía como se suele decir: como un tronco.
-No. Estaré a las diecisiete horas en mi antigua casa. Quiero conservarla...para mis cosas. Ilde está de acuerdo. Así no le doy la tabarra dice. Y yo encantada. Además como él suele viajar a menudo por negocios, y aunque dice que le gustaría que vaya con él, no creo que lo haga siempre; esas cosas me aburren. A mí lo que me gusta es la ciudad: el pueblo más pequeño debiera de ser como Nueva York.
-Que exageras eres, Ángela. A las "diecisite horas" como tú dices. Tengo ganas de verte.
-Y yo, cariño.
No se porque me da que aquí va a haber lio, y se van a enredar mucho las cosas.
ResponderEliminarun abrazo
Esta relación es un poco extraña, supongo que eres consciente. A ver que pasa.
ResponderEliminarBeso.