Me escuecen los
ojos, tengo sueño y aún no es tan tarde; están dando las doce en el reloj del
salón: las escucho desde este teclado. Me viene pasando mucho últimamente y a
veces pienso si será la edad; esos años que van transcurriendo lenta pero inexorablemente.
Busco una historia, un cuento, un relato nuevo que escribir, y me pasa lo que a
Serrat desde la ventana de su habitación: “que no se me ocurre nada”. Quizás el
hecho esté en mirar por la ventana para que las musas se despierten; deben de
estar cómodamente instaladas entre mis neuronas, usándolas de almohadas, y
permanecen allí descansando, adormiladas más bien.
Hago el esfuerzo
de levantarme e ir hasta la ventana del salón. La ciudad parece dormir. La
calle los fines de semana tan bulliciosa, está en silencio: se puede escuchar,
sólo se siente cercenado por las leves gotas de lluvia que golpean los
cristales; más que un golpe parece que los acaricien. La lluvia también llora,
pero esta vez mansamente. Hay oscuridad en el cielo, más allá de la intensidad
lumínica. Y es que está encapotado; lleva días así. Las farolas apenas iluminan
los tejados de las casas y a lo lejos, aunque desde la atalaya en que me
encuentro parece como si pudiera cogerla con las manos, la sombra de la mole
catedralicia destaca entre la oscuridad como un bulto oscuro y negro. Dieron
las doce hace poco y automáticamente se apagaron los focos que la dan entidad
por la noche.
Veo una pareja
salir de un portal; debían estar amándose pues ninguna luz ha iluminado su salida a la
lluvia. Caminan juntos bajo un paraguas rojo que brilla, ahora, al rozarlo la
lluvia. He abierto la ventana para estar más cerca de ellos; los oigo reír. Su
risa se aleja con ellos al doblar la esquina de la plaza. Esta despedida me
hace recordar que años atrás y en alguna
ocasión le prepuse a mi novia seguir a la primera pareja que viéramos y pasar
la tarde haciendo lo mismo que ellos hicieran. Era un juego que repetimos en
más de una ocasión. Resultaba tremendamente divertido. Al perder de vista a
aquellos jóvenes de la plaza ha venido a mi memoria aquella anécdota. Pero hay
más cosas en mi plaza.
Un hombre con
sombreo y paraguas, pasea a su perrita. Sé que es una hembra porque identifico
al vecino del edificio. Ha sacado a la perra a pasear y a… defecar. El paseante
mira a derecha e izquierda y pensando que nadie lo ve (se olvidó de mirar hacia
arriba) no retira lo que el animal ha
dejado sobre la acera. Me descubro sonriendo; sé que no debiera hacerlo pero ha
podido más el sentir que había cogido en pecado a un convecino. Me lo perdono
pues los humanos somos en ocasiones así. También perdono al paseante, pero
mañana tendré cuidado de no pasar por la zona violada.
Se abre la
puerta del “pub”; gente que sale a fumar, y hasta mis oídos llega la estridente
música pachanguera del local. ¡Y estamos a lunes! Claro que imagino que los
clientes son unos pocos. Noctámbulos de
copas con alcohol que se mueven
al son de la música y que olvidaron cerrar la puerta por la que salieron; sin duda en el interior del “pub” no queda
nadie que se lo recrimine, pues la noche es fría y la humedad hiere como un cuchillo,
al menos es lo que yo siento desde mi ventana abierta a la noche.
Todo esto transcurre bajo la mirada de un noctámbulo accidental. No hacen falta cámara para retratar lo que tus ojos han visto y que tan bien has transmitido. Me encanta la historia de la perrita, se repite siempre. Me dan ganas de bajar y que se la lleve. Imagina si en tan poco se trasgreden las normas que será en lo grande...
ResponderEliminarMe ha gustado la mirada desde tu ventana ¿Indiscreta?
Un abrazo
Hola Katy: al final sí resultó indiscreta, aunque no era mi intención. Esta mañana me crucé con el vecino: muy dignamente me saludo, ja,ja. Un abrazo
ResponderEliminarMe estoy riendo de tu comentario y no puedo por menos que comentar. Suena a título de película: "Se lo que estuviste haciendo anoche"
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Katy: celebro que lo disfrutes. Un abrazo
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