Volvimos a Cuñas, un pueblecito encantador por su paisaje y su paisanaje. Cuñas, a unos treinta y cinco kilómetros aproximadamente de Ourense, se sitúa en una suave ladera orientada en forma de media luna hacia el suroeste (quizá deba su nombre a la curva que hacen las laderas del pueblo que en forma de terrazas buscan la ribera del Avia, cuna del “Ribeiro”).
Siempre habíamos estado allí en verano o muy adelantada la primavera, y fue curioso comprobar como las estaciones cambian la forma de ver el paisaje. Cuñas tenía esta vez un color distinto, este veintiuno de marzo, más ocre, más rojizo. Aún no se aposentaba en sus viñas el verdor de las hojas todavía sin brotar. Las cepas parecían esqueletos sin su follaje. Los sarmientos (así denominamos en Castilla al ramaje de las vides) no habían sido podados en muchas de las fincas y daban, como escribo, un color diferente al que yo tenía grabado en mi cabeza.
Fuimos, invitados por entrañables amigos, a celebrar la festividad de San Benito, patrono del lugar. “San Benitiño” le llaman con cariño los lugareños. El “Santo” nos obsequió con un día precioso de luz y muy agradable temperatura; hizo llegar la primavera. Los días anteriores había estado lloviendo sin cesar. Javier, tío de nuestros amigos y hombre de bondad infinita, nos dijo que como San Benito era el jefe de Cuñas hacía lo que quería. La ermita del santo se hallaba repleta de gente desde primeras horas de la mañana. Las misas se celebraban una tras otra. Me resultó extraña la celeridad de los diversos sacerdotes que se acercaron a Cuñas a oficiar. Me explicaron que es la tradición ya que vienen personas de todos los puebles de alrededor.
Al término, con la Misa Mayor, de los oficios religiosos sacaron en andas al patrono y se hubo procesión por las calles del pueblo. A continuación llegó la fiesta pagana, vamos como en todos los lugares de este país. Corrío el ribeiro y la degustación de pulpo. Las pulperías con sus potas de cobre estuvieron cociendo el delicioso manjar desde primeras horas del día, del que dimos debida cuenta. La combinación del vino blanco, con su gusto característico, y el pulpo resulta excelente. Amenizó la fiesta una pequeña banda de gaiteros dando más alegría a todos los que nos encontrábamos allí y ocasión para atrevernos a bailar a su son.
Hola Rafa, o sea que la resaca duró hasta hoy. Resaca de lo bonito digo. Yo comi asi el pulpo en Meride un pueblo de Galicia cuando hice el camino de Santiago, en esas potas de cobre lo preparan las pulpeiras. Y ni que decir del albariño. Manjar etílico que entra solo.
ResponderEliminarMe alegro que disfrutaráis.
Un abrazo
Qué apasionante es viajar ¿verdad Rafa? Como dijo yo, viajar es VIVIR desplazado, un aprendizaje y disfrute continuo de lo que nos ioferec la vida.
ResponderEliminarFijate lo que son las cosas, me has inspirado para el curso que doy el viernes sobre cine, recuerdos y viajes (la mirada del turista. viajero)
Gracias.
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarLa verdad es que disfrutamos mucho. Mi amigo hace un vino blanco escogiendo la uva racimo por racimo, para los familiares y amigos, que es una maravilla, y si encima te acompaña el lugar y la compañía, ni te cuento. En efecto entra solo.
Un abrazo
Hola Fernando.
ResponderEliminarMe gusta esa frase: viajar es vivir desplazado.
Lo pasamos muy bien, porque además se dieron todas las circunstancias: llovió( el brillo de las piedras en las calles de Ribadavia los momentos que salió el sol eran muy fotográficos), hizo buena temperatura, caminamos por un bosque de carballos fantástico, comimos (miento), comieron lamprea (uno de los pocos animales prehistóricos que existen, ¡puagh!), bebimos ribeiro, comimos pulpo-empanada-centollos... ¡Envidia, eh!, y además la compañía. ¡Como para no ser feliz!. Un abrazo
Yo quiero agradecer a este gran hermano San Benito de Cada, pues mi marido lleva su nombre, por haber sido ofrecido a sus cuidados cuando nació, era un niño algo enclenque, pero la devolución a este buen hermano le hizo un hombre de lo mejor.
ResponderEliminarUn esposo inmejorable y un padre extraordinario, el no era muy crelliente pero muy muy devoto de San Benito.
Cuando pasábamos en su pueblo San Andrés de Camporedondo las vacaciones, en cada domingo sin faltar hibamos a visitar a San Benito, a agradecer y encender una luz eteroco poniendo desde las ventanillas nuestra gratitud y unas monedas.
Pues no viviendo habitualmente en el pueblo ...solo pudimos entrar un par de veces en la iglesia, en la que se respira una paz y un amor maravilloso, y es una pena que un santuario como este y tantísimos otros en los cuales aún se respira la intención de quienes lo construyeron,la paz y el amor de un Cristo vivo, este siempre cerrado y para pedir una misa sea tan complicado.
Pues el año pasado en semana santa estuvimos y después de 58 años desde que mi marido emigró de su amada Galicia ...no había coincidido con la romería de San Benito, y tuvimos la suerte de compartir esos momentos de paz y amor y disfrutar con nuestra nietecita, que era su gran pasión junto a San Benito.
El debía intuir su próxima partida de este mundo porque se sentía muy feliz ese día ....y así Melo expresaba.
Ese lugar tan mágico y sus gentes maravillosas os lo recomiendo ...pues aunque es difícil coincidir con que estén las puertas abiertas, solo sentarse fuera y respirar la paz ya es inmenso.
Mi amado esposo partió el 13/4/2018 al volver de Galicia con 66 años y con una devoción tremenda a San Benito y yo cada vez que puedo voy a a ponerle la vela eterica y a agradecerle haber podido compartir 42 años con Benito, y con San Benito de cuñas con el cual sigo compartiendo la devoción de mi marido.
Gracias a las gentes del pueblo de Cuñas que tiene ese lugar tan limpio y cuidado y lleno de amor.
María Vega