viernes, 5 de marzo de 2010

En el refugio de los sueños: Encuento inesperado

El tren que me llevaba a Burdeos acababa de salir de la estación de Arcachón. Me había tomado unos días de vacaciones después de licenciarme en económicas. Había comenzado, hacía ya unos días, un viaje por el litoral de la costa francesa; mi intención era llegar a París atravesando la planicie del país en este medio de locomoción. Me parecía más tranquilo que viajar en avión desde Madrid, a la vez que más romántico. No tenía ninguna prisa, contaba con treinta días de vacaciones. Me gustaba tratar con la gente de los lugares que visitaba, pasear por sus calles, entrar en sus establecimientos. Para mí aquello era viajar; perderme sin saber tan siquiera dónde iba a pasar la noche siguiente. Buscaba, quizás intencionadamente, el azar.

La puerta del compartimiento, del que yo era su único ocupante hasta aquel momento, se abrió y entró una mujer alta cubierta con un precioso abrigo de bisón. Aunque estaba entretenido en mirar un libro de viaje sobre la zona que visitaba, llamó mi atención el que alguien llevara ese abrigo por esas latitudes a mediados del mes de junio. Levanté la vista y me encontré con la mirada de unos ojos grises enmarcados por pequeñas arrugas que les daban vida. La mujer sin ser una anciana, era delgada y esbelta, podía estar cerca de los ochenta años, pero era bella…muy bella. Llevaba el pelo largo, recogido en un moño que con el adorno que portaba sobre su cabeza me pareció una especie de cofia. Su cabello era del color de la ceniza, sin llegar a ser del todo grisáceo, mechones aún negros se entremezclaban con aquellas canas que tanto le favorecían. El rostro, a parte de las arrugas en sus ojos y en la comisura de los labios se veía terso, casi joven. El color cetrino de su piel brillaba bajo la luz artificial del vagón.

-Bonsoir monsieur

-Bonsoir madame –contesté-. Mi acento debió sorprenderla y sonrió mientras se sentaba frente a mí y desviaba su mirada al exterior a través del amplio ventanal, al tiempo que se quitaba su abrigo de pieles y lo dejaba en el asiento contiguo. Su vestido me pareció extraño a la vez que elegante y muy personal. Sobre un traje azul que marcaba su cintura y que bajaba, quizás en exceso por debajo de las rodillas, llevaba una especie de …no me atrevería a llamarlo delantal aunque lo parecía. Por lo demás su aspecto era el de una mujer sencilla. No observé que llevase joyas en sus dedos, ni tan siquiera un collar de perlas blancas, tan comunes en personas de esa edad.

Miré yo también por la ventana. En el exterior estaba empezando a oscurecer. El tren atravesaba, en esos momentos, el pequeño “Bassin ´d’Arcanchon”. Cruzaba por un viejo puente de hierro. Ese era uno de los placeres que buscaba, encontrarme con la hermosura de la naturaleza. A lo lejos, una vez dejado atrás el pequeño mar interior, la campiña se mostraba con toda su belleza. Las pequeñas colinas se iban volviendo de un color azulado, mientras las sombras de los árboles empezaban a alargarse con la puesta del sol.

Al girar mi cabeza hacia la derecha buscando otro punto de referencia en aquel paisaje, tropecé con los ojos de la mujer reflejados en el cristal y que al igual que yo estaba absorta con aquel juego de colores. Mantuvimos las miradas más tiempo de lo que la buena educación debiera de soportar, sin duda debido a que aquel improvisado espejo actuaba de aliado.

-Monsieur, ¿est-ce vous espagnol? –preguntó la mujer mirándome ahora de frente-. Su acento al saludarme así pareció decírmelo –continuó en un correcto español.

-Qui, está usted en lo cierto. Voy a Burdeos, Bordeaux –corregí-. Habla usted correctamente mi idioma, a pesar de ser…

-¿Francesa? Sí, soy francesa. Nací en Burdeos hace ya muchos años. Pero he tenido mucha relación con su hermoso país. Y ¿a qué va a Bordeaux un muchacho como usted, si puede saberse?

-Me llamo Rodrigo y acabo de terminar mis estudios y viajo por placer. Me encanta esta parte del litoral francés y quiero acercarme a París. Supongo que me quedaré un par de días en su ciudad para conocerla. Quiero ver los “docks”, los viñedos, enredarme con la gente. En fin siento curiosidad por conocer.

-Está usted en la edad de todo eso. No desaproveche la vida que pasa muy deprisa. ¿Tiene algún interés especial por los viñedos o como dice es simple curiosidad?

-Bueno en este caso es más que curiosidad, mi familia tiene viñas en España y este mundo me interesa. Mi padre desea que me haga cargo de ellas y le prometí acercarme por esta zona.

-Entonces le sugiero que no deje de visitarme en mi “château”, le resultará interesante.

-¿Vive usted en un castillo?

-Sí en Le Chemin du Merignac, hay un tren de cercanías desde Bordeaux, no le costará encontrarlo.

-Muy agradecido por su invitación, madame, y ¿por quién pregunto, si es tan amable?

-Por Marie Brizard, simplemente.



4 comentarios:

  1. Hola Rafa:

    Hoy te ha salido un post bueno, bueno. Hablas de viajes y de sus sensaciones, hablas de relaciones humanas y además cuentas una historia magnífica.
    Enhorabuena.
    Feliz fin de semana

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  2. Hola Rafa, acabo de llegar presisamente en tren con una hora de retraso y eso que era el AVE. No pude disfrutar del ningún paisaje porque era de noche y tenia saltando encima de mi a los chicos jugando a las palabras encadenas. Tu post bien podía ser el comienzo de un libro, y el título le va muy bien. Frescura y espontanidad.
    Un abrazo y feliz semana

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  3. Hola Fernando:
    Lo de hablar de viajes lo estoy aprendiendo de ti, sin duda.
    Me alegra que sigas leyendo mis cosas. Un abrazo y feliz lunes

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  4. Hola Katy:
    Debe ser entretenido viajar en tren con los chiquillos, lo que no sé es de dónde demonios sacas el tiempo, porque imagino que vivirás en un mundo de 24 horas tu también.
    Un abrazo

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