-Alberto, ¿pero tú qué aprendiste del general Videla y sus secuaces? ¿Pero, que conclusiones sacaste de todo aquello? Te has convertido en un auténtico hijo de puta, so boludo. Un hijo de puta sin escrúpulos, como ellos. ¡La concha de tu madre! ¡Por Dios, cómo has podido caer tan bajo!
Leonor, desnuda, secaba su hermoso y largo cabello con la toalla mientras trataba de verse la cara en el espejo, empavonado por el agua caliente de la ducha. Canturreando y con la blanca toalla sujeta sobre su pecho iba por el pasillo peinándose el pelo. Al bajar la cabeza, solía desde niña balancearla con rapidez para expulsar el agua aunque supiera que no debía hacerlo y menos en el pasillo, sus ojos tropezaron con aquel sobre blanco junto al televisor. La extrañó: no recordaba haberlo dejado allí. Será de Nuria –pensó-. Llegó al salón y después de frotar sus piernas con la toalla que había deslizado de su cuerpo tomó el teléfono. Marcó el número de Roberto. Esperó… -debe de estar aún en el hotel, entre unas cosas y otras cada vez nos vemos menos, pensó para sí- Volvió a marcar, ahora el número de El Molino. Contestaron en la recepción. Mientras le pasaban la llamada sus ojos volvieron a posarse sobre el sobre blanco. Leonor alargó el brazo y lo alcanzó. Se abanicó con él pues el calor de la ducha seguía instalado en su cara. Le extrañó que no llevase ningún nombre ni dirección. La solapa no estaba pegada, sino introducida en el sobre. La sacó de su interior…
-Sí, dígame –sonó la voz de Roberto en el otro extremo del aparato.
-Hola mi amor, ¿qué tal has pasado el día? –dijo Leonor mientras introducía la mano derecha en el sobre.
-Con mucho lío, como te podrás imaginar. Tengo que poner en orden demasiadas cosas. Ildefonso tiene numerosos frentes abiertos: el hotel con toda la complejidad que conlleva, la finca… En fin, estoy empezando a darme cuenta del lío en el que me he metido, pero me gusta. Mi anterior trabajo era tan tedioso que casi estoy contento con el trabajo que me espera, ya sabes que todos los comienzos son duros, pero creo que es un buen cambio para mí… Leonor, ¿estás ahí?
Silencio.
-¿Leonor? – preguntó Roberto-. ¡Leonor! –gritó ahora preocupado-. ¡Contesta! ¿Estas ahí?
-Sí,…sí, perdona Roberto. ¿Qué decías? –pregunto Leonor con voz angustiada mirando las fotos que había dejado caer sobre la alfombra.
-¿Te sucede algo? Ildefonso nos ha invitado esta noche a cenar en el hotel, quiere hablar con nosotros. ¿Te encuentras bien?
-Sí,…sí, no te preocupes. ¿A la noche…?
-Claro, esta noche. Llama a Ángela y venid juntas, así me ahorro el irte a buscar.
-Vale, Roberto –dijo Leonor colgando el auricular y arrodillándose en el suelo.
No podía dar crédito a lo que habían visto sus ojos. Las fotografías eran lo suficientemente nítidas para saber quienes eran las dos mujeres retratadas. Arrodillada en la alfombra, aún con el teléfono en su mano izquierda, removía las instantáneas incrédula. Se sentó encima de la toalla, dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas y llegaron a caer sobre la fotografía que tenía entre sus manos humedeciéndola. Se vio besando a Ángela. Tenía los ojos cerrados y una sensación de bienestar en su rostro. Su cuñada estaba de medio lado y apenas se veía su cara, ligeramente tapada por el pelo ensortijado. El resto de las fotos, hasta un total de seis, recogían escenas similares. Arrojó la foto junto a las demás y se tapó los ojos con ambas manos. Lloró como hacía casi veinticinco años en su huida de Buenos Aires. Sus recuerdos le llevaron a volver a maldecir a aquellos malparidos, pero el causante ahora de su llanto era aquel que la había acompañado en aquella huída y que se había convertido más tarde en su esposo y en el padre de su hija.
-Leo estás muy callada –dijo Ángela mientras conducía su mercedes hacia el hotel- ¿Te sucede algo? –preguntó-. Vaya cara que tienes, por dios. ¡Leo, me escuchas!
-Sí, perdona, estaba distraída. Creo que tenemos que hablar –dijo Leonor cuando ya el coche atravesaba la puerta del jardín del establecimiento- Mañana, ahora nos esperan Roberto y tu marido.
-Como quieras, pero me dejas intrigada. Si quieres doy media vuelta y me lo cuentas.
-No, mejor mañana, Ángela.
Hacía frío cuando bajaron del coche y subieron las escaleras de entrada al hotel Ildefonso y Roberto estaban ya sentados en una de las mesas reservadas del restaurante apurando una copa de vino. Se levantaron al ver acercarse a las dos mujeres. Leonor disimulaba su tristeza -marcada en su cara- bajo el ala de su sombrero, mientras Ángela se adelantaba a abrazar a su esposo. El comedor era sobrio, pero con gusto. Grandes ventanales rasgaban las paredes inundándolo de luminosidad durante el día. Ahora la iluminación era tenue. Las cuatro grandes lámparas de cristal que tendían de lo alto estaban apagadas y únicamente unos halógenos adosados a las paredes, en forma de columnas, proyectaban su luz sobre el techo que las difuminaba sobre las mesas. Había pocos comensales en aquellos días de principios de diciembre en el hotel. Las dos mujeres tomaron asiento. El primero en hablar fue Ildefonso:
- ¿Para cuando la boda? –preguntó sonriendo y mirando a Roberto y Leonor.
-Estamos en ello –contestó Roberto mirando a su vez a Leonor.
Ángela observaba el enjuto rostro de su amiga. También ella estaba pensativa. El aviso de Leonor le había preocupado, sabía que algo importante sucedía pero, como bien había dicho Leo, no era el momento de comunicárselo. Quizás cuando estuvieran a solas.
-Bueno, ya nos diréis –continuó Ildefonso-. Quería que estuviéramos los cuatro juntos para haceros una proposición; más bien una invitación. Me gustaría celebrar la despedida de año, de este año tan importante para mí –puntualizó-, con vosotros, y me apetece que los cuatro nos vayamos a Berlín: a la Puerta de Brademburgo. ¿Qué os parece? Empieza un nuevo siglo y que mejor lugar que ese para celebrarlo.
Roberto, Ángela y Leonor se miraron, la proposición era tentadora. Roberto y Ángela asintieron con la mirada. Ángela se inclinó hacia su esposo y le beso en la boca. Únicamente Leonor no esbozó ninguna sonrisa, sus pensamientos viajaban por otros lugares más escabrosos. Quizás no sea el momento más oportuno –se atrevió a insinuar-
-El momento es el único posible: fin de año, fin de siglo, Berlín…-Leonor, ¡cómo puedes dudarlo! –exclamó una alegre Ángela.
Eres un hijo de puta, retumbaba la cabeza de Leonor.
Hola Rafa, aquí estoy intentando vislubrar el cariz que tomará tu siguiente capítulo. Esto es peor que las telenovelas en cuanto a la espera. Pero también me distraje como Leonor, pero por otras razones ya que mi ilusión este verano es ir A Berlin, a la puerta de Brandeburgo (que casualidades tiene la vida) podrías haber elegido otro lugar :)
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Rafa:
ResponderEliminarde acuerdo con Katy. Nos dejas a la expectativa. Esta Leonor no va a encintarar la paz en su vida
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarNo sé, se me ocurrió que era el lugar a dónde a mi me hubiera gustado ir el día que cambió el siglo, por aquello de las dos alemanias, los dos mundos, la caída del muro. Mew alegra la coincidencia. Un abrazo
Hola Fernando:
ResponderEliminarYo creo que la que no va a encontrar la paz va a ser la otra, la cuñada. Gracias por seguir ahí. Un abrazo