miércoles, 20 de mayo de 2009

La boda.

Ángela se levantó muy temprano aquel sábado en el que iba a concluir su soltería de cincuenta años. La peluquería le esperaba. El asunto del vestido lo había solucionado con el sari azul ribeteado con una cenefa dorada, pero no podía evitar que una cierta ansiedad se apoderara de ella. Le parecía que el reloj corría de forma desbocada. Ella que siempre pensaba tenerlo todo controlado era, en esos momentos, la mujer más insegura del mundo; pero si algo tenía claro es que pasara lo que pasara pensaba seguir los dictados de su corazón hasta el final. En estos dictados, por supuesto, estaba su formna de actuar ante los acontecimientos, siempre de una manera positiva, vital, irrenunciable. Irrenunciable era ese día la forma en que iba a ir vestida. Sólo -pensó pícaramente- haría una concesión con su ropa interior. A Ildefonso le va a dar algo -pensó sonriendo-. Y es que una noche de bodas no se celebraba todos los días; en concreto a ella la venía a visitar después de medio siglo. Ya era hora de sentirse a gusto en ese terreno, ¡qué caray!. Sus años no deberían ser una cesión a lo que sentía, a su inconformismo, al valor que daba a las cosas. Sabía que muchos dudarían de su amor por Ildefonso; la edad de él era un inconveniente. Un inconveniente para los demás, no para ella que había decidido compartir su vida con aquel hombre que la hacía reír y que estaba siempre junto a ella cada vez que lo necesitaba. Sus atenciones eran, ya, una costumbre.
Roberto contestó a la pregunta que le hizo Ángela al ir a acompañarla al lugar de la celebración, con un significativo :"Extravagante". Ángela sonrió, no porque buscara de una forma intencionada el salirse de las buenas normas establecidas, sino porque aborrecía de tal manera esos principios sociales que hacía tiempo que había pasado de ellos.
Por fortuna aquella mañana de primavera hizo un día espléndido. La ceremonia civil, Ángela no había cedido ante la insistencia del novio -de su familia más bien- en casarse por la iglesia, se celebró junto al cauce del molino, transformado en hotel, que poseía Ildefonso. Una fila de altos olmos, cuyas primeras hojas comenzaban a apuntar, recibió al sari azul de la novia. Una estrecha girnalda de flores bordeaba su frente y sujetaba el pelo. Las finas sandalias doradas que dejaban ver sus pequeños y huesudos pies casi desnudos, junto al pequeño ramo de flores silvestres que portaba en sus manos eran todo su atuendo. Parecía haber rejuvenecido veinte años. Ildefonso se quedó boquiabierto al verla llegar entre los árboles. Nunca la había visto así.¡Quería a esa mujer y se iba a desposar con ella!
-Estás radiante, querida.
-Casi lo mismo me ha dicho mi hermano.
-Me alegra estar de acuerdo con mi cuñado.
-Él también te quiere mucho, Ildefonso.
El oficiante, Faustino Boadella, un hombre enjuto, de mentón cuadrado y cejijunto, al que el traje le venía demasiado grande, y a la camisa, eso sí limpísima, parecía que le iban a echar a volar sus cuellos, era la máxima autoridad que la familia Martínez-Conde habua conseguido encontrar en aqueña pedanía lejana a la ciudad. Actuaba de alcalde y de buen juez por lo que sus servicios eran estrictamente necesarios.
-Buen hombre, puede empezar cuando estime .apuntó Ildefonso al despistado celebrante.
-Es la primera vez que me ocurre.
-El qué -preguntó Ildefonso.
-Pues que va a ser: que la novia llegue antes de que el novio aparezca.
-¡Cretino! -estalló Ildefonso Carlos- ¡ el novio soy yo!
-No, Celestino no, me llamo Faustino, para servirles. Disculpen mi torpeza, por favor.
-Estamos aquí reunidos -comenzó- para celebrar la unión entre este hombre...
-No es tu edad, cariño, lo que le sorprende, sino la mía -comentó Ángela en voz baja a su disgustado novio.
-... y a esta mujer. Todo matrimonio -continuó el señor Boadella- debe basarse en el respeto mútuo, y este respeto tiene que provenir de la igualdad entre hombre y mujer. Si me lo permiten voy a relatarles un cuento del brasileño Paulo Coelho...
-¡Joder! -voz en "off" de Ángela - El rostro de sorpresa de Ildefonso es difícil de explicar aquí. ¡Vamos que no puedo explicarlo!
-..."Había un rey en España que estaba muy orgulloso de su lenguaje, y que era conocido por su crueldad entre los más débiles. Una vez, caminaba con su comitiva por un campo de Aragón donde, años antes, había perdido a su padre en una batalla. Allí encontróa un hombre santo removiendo una enorme pila de huesos.
-¿Qué haces ahí? -preguntó el rey.
-Honrada sea vuestra majestad -dijo el hombre santo-. Cuando supe que el rey de España iba a pasar por aquí, decidí recoger los huesos de vuestro padre fallecido para entregároslos. Sin embargo, por más que busco, no consigo encontrarlos: son iguales que los huesos de los campesinos, de los pobres, de los mendigos y de los esclavos".
-Ángela sonreía, Ildefonso seguía sin salir de su asombro y comentó a la novia: muy propio el discurso para una boda. Los rostros de los invitados iban de uno a otro sin saber que decir.
-Me alegro que sonriáis, porque no hay nada más bello en este mundo...
-¡Me encanta este hombre!¡Ildefonso, vamos a ser muy felices!
-...veréis: "No hay nadie tan rico que no la necesite, ni nadie tan pobre que no la pueda dar" ... Silencio en el auditorio.
-Me refiero a la sonrisa -aclaró Faustino.
-...Y por la autoridad que me ha sido concedida por el Gobierno de España, Ángela, Ildefonso, yo os declaro marido y mujer. Ahora ya puedes besar a la novia.
Los novios se besaron. Ya eran esposos. En la primera fila un sorprendido Roberto y una feliz y alegre Leonor, se soltaron de la mano y mirándose a los ojos se besaron largamente; de alguna forma aquella también había sido su boda.
Lo que vino después es como en casi todas bodas que ustedes mismos hayan asistido. Buenas formas al principio: hasta que alguien decide quitarse la corbata y la chaqueta, y los zapatos dejan desnudos los pies de alguna cenicienta. Mucha comida -de sobra diría yo-, más bebida de la aconsejable y puros para hacer caso omiso del Ministerio de Sanidad. ¡Ah, sí! me olvidaba: y el baile entre los árboles -esto quizás sea un poco diferente-. Ángela no tiró el ramo de flores, que parece preceptivo en todas las bodas que se precien, para ver quién es ¿la afortunada? que lo recoge. No, no lo tiró. Lo subastó. Para una ONG dijo.
Anochecía cuando la música cesó y los invitados pasaron al interior del hotel; el frío comenzaba a hacer mella entre las mujeres que habían acudido como se suele ir a las bodas: distintas de lo normal. Roberto que hablaba, ya en el interior, con algunos familiares vio como Ángela y Leonor se abrazaban. Se sintió feliz.
¡Ay, tonto...!

2 comentarios:

  1. Me da la sensación de que se va a montar un lio gordo. Es muy entretenida Rafa y va ganando en interés.
    Un abrazo

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  2. No se si se montará lio o no, lo cierto es que no se porque deja un sabor agridulce.
    Beso.

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