lunes, 18 de mayo de 2009
Los viernes quedamos, desde hace más de venticinco años, un grupo de amigos que nos hemos ido haciendo mayores viernes a viernes. Éste último, mientras paseábamos camino de un restaurante a donde vamos a cenar con frecuencia, iba hablando con Carlos; comentábamos lo mayores que ya son nuestros padres: en su caso noventa y uno el padre y ochenta y ocho la madre, y en el mío noventa y tres mi madre (la abuela Isabel sobre la que algún día hablaré). Le comenté que mi madre se encontraba bien dentro de sus limitaciones: cada día un poco más torpe, pero afortunadamente sin dolores y con la cabeza lúcida. Él me habló de los suyos: que su padre se había caído, afortunadamente un susto, y que al igual que mi madre cada día estaban más torpes. De esta inicial conversación, y dado que el resto de amigos y esposas nos había dejado solos, nos dio tiempo para profundizar sobre el tema de los ancianos, de la soledad, de la incapacidad. Le comentaba que aunque mi madre se encontraba bien, yo la notaba con un poso de tristeza (siempre ha sido muy alegre) supongo que debido a que piensa en su corto futuro. Estúvimos de acuerdo en que si el anciano pierde sus capacidades no sufre, que sufren más los que tienen su mente saludable. Hablamos de las residencias para ancianos. Del porqué hoy en día la sociedad no atiende a sus mayores como hace unos años; debido a los cambios sufridos por los que los hijos se ven abocados a modificar su lugar de residencia con relativa frecuencia, o la situación que crea que los matrimonios trabajen fuera de casa. De la enorme cantidad de dinero que hace falta para atenderlos. Las residencias privadas no cuestan menos de 1200-1300 euros al mes, y las públicas han de resultan enormemente caras para el Estado. Se necesitan dos o tres profesionales por anciano. La conclusión( la charla era amigable y distendida) fue que cada uno de nosotros deberíamos tener fecha de caducidad. No es justo que haya personas que mueran a una temprana edad y otras lleguen a los cien. Saber cuando uno se ha de morir a lo mejor no resultaba tan duro si a todo el mundo le pasaba lo mismo; no hay que olvidar que nos motivamos a veces por referencias. Te toca mañana; pues nada una buena despedida y a otra cosa mariposa. Estaba la eutanasia detrás de esta conversación tan descabellada, estaba también la religiosidad de cada uno, los tabúes vividos, en fin toda esa serie de cosas que nos han ido formando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Peliagudo enfoque Rafa. Como dices hay mucha tela que cortar y daría lugar a encendidas discusiones. De todas formas creo que hay que seguir el orden natural de la vida en estos asuntos al igualq ue ocurre en el mundo animal, pero incluso así no estoy muy seguro de ello.
ResponderEliminarUn abrazo