viernes, 15 de mayo de 2009

Argentina 1976 (1)

"Acababa de empezar la primavera. Acá, aquí -rectifico Leonor- estabais comenzando el otoño. Yo no había cumplido aún los dieciocho años, a todos los efectos era menor de edad. Alberto, mi compañero de estudios y futuro marido, rondaba, me parece recordar, la veintena. Pero allá, en Argentina, a aquella edad y en aquellos años éramos más precoces en todo: en cultura, en conocimientos políticos, en mantener una relación...que los jóvenes españoles actuales; pongo por ejemplo a mi hija. Tiene dieciocho años y me parece una niña"
-Te lo parece, pero es toda una mujer -le interrumpió Roberto.
-No lo creas. Yo la conozco bien. Pero, disculpa, ¿querés oír mi vida, o no?
-Por supuesto, continúa. Además esta cena va acostarme un ojo de la cara.
-¡Dieciocho años tiene ya mi hija!¡Como corre el tiemp! -exclamó Leonor-. Con lo que cuesta pasar el día a día y ya se me han ido venticuatro años desde entonces.
-¿De qué año estás hablando?
-Pero que inculto sos, Roberto, de 1976. ¿No te dice nada el comienzo de la dictadura del General Videla?
-No recordaba el año, Leonor. Simplemente eso.
-Joder, te bastaba con haber restado, o ¿no sabes el año en que vives?
-Tienes razón, a veces conviene usar la cabeza.
-La cabeza hay que usarla siempre. Siempre, Roberto. No sé para que te cuento nada.
Leonor calló. Por un momento pensó en no continuar con su relato. En el restaurante había poca clientela; los días de trabajo era normal. El espacio era amplio y las paredes, de color rosáceo, casi blanco, le daban un aspecto limpio y elegante. Una gran lámpara de numerosos cristales, que proyectaban brillos de diversos colores sobre los manteles de la mesa, se alzaba sobre sus cabezas. Sonaba, ténue, el saxo de Kenigin.
-"Nunca se me olvidará la noche que golpearon de forma bestial la puerta de la casa -continuó-. En el interior dormíamos seis personas: mi novio Alberto, yo y dos parejas más: Rosario y Antonio, e Ismael y Nuria. Pobre Nuria, era mi mejor amiga. Fue la única que no pudo escapar a tiempo. Tuvimos que tirar de Ismael para que no cayera, él también, en manos de aquellos soldados. ¡Correr, correr, sin dirección! Sin pensar, sin pararse a mirar hacia atrás. ¡Huir de aquel horror! Sabíamos que nos iba la vida en ello, que dependíamos de nuestra fuerza en aquel momento. Nos importaba más, al menos ese era mi pensamiento y creo que el de mis compañeros, no caer en sus manos, lo que significaba la tortura más atroz, que la propia vida. Y corrimos hacia el alba, hasta el límite de nuestras fuerzas, hasta el término de la ciudad. Buenos Aires se perdió aquella misma noche en nuestras vidas; desde el cerro donde al final nos detuvimos pudimos contemplar, con los ojos llenos de lágrimas, la "atmósfera bonaerense" que envolvía a la ciudad. El halo metálico que exudaba el río de La Plata cubría los tejados de las casas, difuminaba las anchas avenidas que serpenteaban como arroyos líquidos, y hacía desaparecer los pequeños barrios de la periferia en su neblina azulada. Quizás no soy consciente del tiempo que permanecimos allí llorando desconsoladamente. Habíamos perdido a Nuria y parte de nuestras vidas. A nuestros "viejos", a los amigos, los paseos por el arrabal...¡dios! Los recuerdos que pueden vivirse en segundos. Toda mi vida pasó por mi mente a una velocidad de vértigo. Recuerdo que me estallaba la cabeza. El dolor era insoportable. Sólo el abrazo de Alberto y su ternura lograban mantenerme en pie. Tenía apoyada la cabeza sobre su agitado pecho, y aquel movimiento me aliviaba en parte el dolor; su cercanía me daba ánimos para no desfallecer. A mi lado, Ismael lloraba de angustia, su congoja traspasaba el aire. Tenía la mirada perdida en el horizonte, sobre la ciudad, en donde en aquel momento Nuria podía estar sufriendo todo tipo de vejaciones. Tú, Roberto, tendrás noticias de entonces, pero te puedo asegurar que nada es comparable con la rabia que en aquellos momentos sentíamos mis amigos y yo. El mundo se nos había caído encima como una losa. Aquella sensación de impunidad; de haber perdido toda razón humana para poder hacer entender a aquellos malditos hijos de puta, tus pensamientos; para tratar de que fueran capaces de comprender que existía gente que no pensaba igual que ellos, que no deseaba una dictadura militar, que hubiera luchado, si hubiera sido posible, por arrebatarles el poder ominoso que habían logrado de forma ilegal, con el uso impune de las armas.
Escuche retumbar en mi oído la voz de Alberto. Tenemos que continuar -dijo con voz angustiosa-. Pronto será pleno día. Hemos de buscar un lugar para escóndernos hasta que llegue de nuevo la noche. Tengo amigos en Campaña, junto al Paraná, que nos ayudarán. Desde allí nos resultará más fácil cruzar el río y trasladarnos hasta Nueva Palmira en Uruguay. Allí estaremos a salvo. Desde aquí a Campaña hemos de viajar ocultándonos a la vista de la gente, estamos demasiado cerca de Buenos Aires. Una vez en Campaña viajaremos con mayor tranquilidad.
Los cinco éramos conscientes de lo que dejábamos tras de nosotros. Pero no existían alternativas. Volver a la ciudad hubiera significado la detención, la tortura más perversa y seguramente nos hubiera costado la vida. Nos tenían fichados. De no haber sido así no hubieran localizado el piso en dónde estábamos refugiados. Alberto e Ismael se habían significado los últimos meses por su claro pensamiento de izquierdas en mítines en la universidad y marchas estudiantiles en protesta por lo que veíamos llegar. Ninguno de nosotros hubiera imaginado nunca la virulencia con la que se iban a portar aquellos denigrantes militares que usaron su poder para usurpar al pueblo sus derechos constitucionales"

Ya no se escuchaba música en el comedor. Leonor y Roberto permanecían en su mesa con las manos enlazadas. El hombre trataba de infundir ánimo a su pareja; la miraba con fijeza a los ojos queriendo compartir su enorme tristeza. Leonor tenía el pensamiento en otro lugar. Había acallado su relato. Buscaba fuerzas para seguir. Roberto comprendió y la disuadió de continuar.
-Calla, Leonor. Te está haciendo daño recordar. Lo noto en tus ojos, en tu rostro. Ya me contarás el resto en otro momento. Además se ha hecho muy tarde. Los camareros nos observan con cierta descortesía.
-Sí, tienes razón. Pero no consigo borrar de mi cabeza -ni un sól día- aquellos...aquellos...
La mujer calló mientras las lágrimas asomaros a sus ojos.
-Calma, que el tiempo todo lo cura -comentó Roberto mientras apretaba las manos de la mujer.
-No lo creas, al menos en mi caso -zanjó Leonor mientras se levantaba de la silla.

Abrazados caminaron por la solitaria ciiudad. El frío hacía mella en las mejillas. En el suelo brillaba la humedecida niebla que caía sobre el pavimento. Los plátanos del paseo habían sido podados días atrás y la bóveda de sus ramas entrelazadas ofrecían a esas horas un aspecto fantasmal: parecían esqueletos. Huesos de animales unidos en un lazo interminable. La luna a duras penas lograba atravesar la bruma y su luz quedaba difuminada por la de las mortecinas farolas que parecían esconderse entre los árboles. Los edificios surgían de las aceras para desaparecer pocos metros más arriba. Apenas se vislumbraban luces en las ventanas. La soledad rodeaban a Roberto y a Leonor. Los tacones de la mujer sonaban rítmicamente rompiendo el silencio del aire.
-Te noto extraño desde que salimos del restarurante. ¿Te preocupa algo, Roberto?
-No. Mi hermana me ha llamado por teléfono. No sé que mosca le habrá picado. Conociéndola, seguro que algo raro se le ha cruzado por la cabeza. Es una extravagante de mucho cuidado. He quedado en ir a su casa mañana por la tarde. ¡A las dieciocho horas, me ha dicho la muy...!
-Ya será para menos. Tengo ganas de conocerla.
-Ya la conocerás, ya -ironizó Roberto mientras una ligera sonrisa cambiaba su turbado rostro.
-No pareces apreciar a tu hermana.
-Te equivocas, la quiero mucho Leonor, nos criamos en casa de unos parientes: mi tía Antonia llegó a ser una segunda madre para nosotros, y mi tío Luis significó en mi vida más que mi propio padre que falleció siendo muy niños; recuerdo que la primera comunión la hice ya en casa de mis tíos. También yo, como ves, puedo contarte mi vida, aunque no sea tan interesante como la tuya.
-Interesante no es la palabra. Lo mío fue trágico.
-Perdona, tienes razón. ¿Te encuentras ya mejor?
-Sí. No es la primera vez que cuento aquella parte de mi vida, y siempre me sentó bien hacerlo. Cada vez que me acerco a mis recuerdos, me siento más fuerte, pero siempre queda una congoja que no acaba de marcharse nunca. Estoy mejor, de verdad.
-Me alegro. ¿Has de volver a casa?
-Sí. Nuria aunque se las dé de mayor se preocupa si tardo. La muy...no sé como llamarla, no entiende que a mí me pase lo mismo cuando es ella la que se retrasa. Estamos muy unidas; sólo nos tenemos la una a la otra... Bueno ahora te tengo a ti -dijo Leonor levantando la vista y mirando a Roberto por debajo del ala de su sombrero.
-¿Nuria? -se preguntó Roberto devolviendo la mirada a Leonor-. Como tu amiga -añadió mientras acercaba los labios a los de la mujer.
-Sí, Nuria, como mi mejor amiga. Pero eso es otra parte de la historia. Vamos a casa que estoy congelada; no está la noche para paseos.

2 comentarios:

  1. Esta historia cuyo origen me contaron Susana y Nico va siendo cada día mas interesante y lo mejor seguro que está por venir.

    un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Esto promete mucho. Leocadia era una fenomena.
    Beso.

    ResponderEliminar