lunes, 11 de mayo de 2009

Ellos.

Se estaba abrochando la blusa. La mano del hombre le ciñó la cintura y la atrajo hacia sí. Sus labios se deslizaron en los de ella. Cuatro meses atrás a Roberto no se le hubiera pasado por la imaginación que iba a tener algo más que una aventura con aquella mujer. En sus ensoñaciones jamás pensó en tal posibilidad. Sus fantasmas no pasaban de la pantalla del cine; todas sus relaciones eran ficticias; ¿era ésta una más en aquel mundo del celuloide que se empeñaba en vivir? No, Leonor era real, y ello le sorprendía.
-Debo irme. Tengo algo de prisa, he de acompañar a mi hija al médico.
-¿Le ocurre algo?
-Nada de particular, cosas de mujeres.
-¡¿No estará embarazada?!
-¿Por qué sos tan cretino, Roberto?
El hombre rió de buena gana. Había adquirido la suficiente confianza con Leonor, en los últimos meses, como para gastarle ese tipo de bromas.
-Siempre que te enfadas brota tu sangre argentina. No lo puedes evoitar -reía Roberto mientras abrazaba cariñosamente a la mujer.
-No sos un cretino, sois -añadió Leonor menteniendo la i y la s- un imbécil. Me voy, y no sé si volveré a verte nunca más. Has de saber que una hija es algo muy serio. Me recuerda lo diferente que era mi vida cuando tenía su edad.
-Llevo meses esperando que me cuentes tu vida. La primera noche que salimos juntos dijiste que lo harías; y aún estoy esperando.
-¿De verdad te interesa? -preguntó con ironía Leonor.
-Sabes que sí.
-Pues a mí no creas que me apetece demasiado.
Leonor se desembarazó de Roberto y se puso de pie. Caminó por la habitación en busca de la falda y de los zapatos. El hombre la observaba. La mujer se miró en el espejo de la habitación y se alisó el pelo con los dedos de su mano derecha, mientras que con la izquierda rozaba la comisura de sus labios intentando paliar los dessajustes del carmín.
-Hoy hace cuatro meses que estamos juntos -comentó Leonor-. Invítame esta noche a cenar, en un lugar lujoso, y es posible que te cuente lo que quieres saber.
-Hace unas pizzas, "acá" en el salón -indicó Roberto sonriendo y señalando al otro lado de la pared del dormitorio.
-No seas mezquino. Esta vez no te va salir barato. Llámame a casa con lo que decidas y ya veré si me conviene -añadió Leonor mientras salía de la habitación-. Por cierto -se volvió desde la puerta-, ya va siendo hora de que hagas un poco de limpieza en esta casa; te lo dije el primer día, la verdad es que no sé como me quedé -añadió-, y te lo vuelvo a repetir ahora: limpia, Linaje, limpia.
Roberto aún sentado sobre la cama se dejó caer hacia atrás y apoyó la cabeza en el antebrazo. Miraba al techo pensativo. Encendió un cigarrillo y cayó en la cuenta de que fumaba mucho más desde que comenzó a salir con Leonor. Su vida había dado un giro casi total. Tan sólo el trabajo mantenía algún lazo de unión con su anterior forma de entenderla. El azulado humo del cigarrillo ascendía desde la boca hacia el techo de la habitación, para difuminarse una vez que había superado el haz de luz de la pequeña lámpara que colgaba desde lo alto. Con la mirada perdida entre el humo y la bombilla, Roberto se vio en su mísera oficina, en aquel despacho insalubre donde jornada tras jornada estaba perdiendo su existencia. Él ya no era un hombre joven, los cuarenta y cinco años, que ya había consumido, le recordaron que la mitad de ellos los había pasado en aquel lugar. Pensó en cambiar de actividad. Sin duda la presencia de Leonor cpntribuía a aquella inesperada actitud. Los ojos comenzaron a pesarle y se quedó dormido; en la duermevela se sobrevino un sueño que le acercó a su infancia. Veía a su padre fumando y leyendo el periódico en el butacón del salón. Soñó que cuando su padre estaba en casa el silencio se podía palpar. Su madre y su hermana, algo mayor que él, hablaban en voz baja en la cocina contigua a donde el padre se encontraba, al que parecía molestar cualquier ruido. Su padre le asustaba. Soñó que se hallaba jugando en el pasillo; sentado en el suelo movía los caballitos y soldados de goma en improvisada batalla contra un grupo de indios que aparecían por detrás de unas cajas de cartón puestas al efecto. Y soñó que era escuchar el ruido de la llave en la cerradura de la puerta y echarse a temblar. Sudaba cuando abrió los ojos. Quizás sólo fuera un sueño, pero venía a él de vez en cuando. No era consciente de que su padre le hubiese maltratado nunca, pero no guardaba recuerdos gratos de él. Su padre murió siendo Roberto un niño, y en los pocos retratos que guardaba en casa apenas si le reconocía. Pero aquel sueño parecía hurgarle la memoria y en ocasiones pensaba que si su timidez no tendría algún tipo de relación con su infancia. Leonor le había dado, sin pretenderlo, una visión nueva de la vida, una visión real de cómo eran las cosas, y de cómo había que actuar ante ellas. Le debía, sin que él lo supiera todavía, parte de su futuro. Desperazándose encendió otro cigarrillo y se puso a pensar en Bogart.
El sonido del teléfono, sobre la mesilla, le sobresaltó. Tomó el auricular mientras se incorporaba de la cama. Era Ángela, su hermana.
-Roberto tengo que verte -dijo una atiplada voz al otro lado de la línea.
-¿Es urgente o importante? -contestó suspicaz Roberto.
-Ya empiezas con tus sarcasmos. Sabes que soy incapaz de encontrar la diferencia en esas memeces. He de verte -añadió.
-Tendrá que ser mañana...por la tarde -concedió Roberto tras una pausa.
-Vale, a las dieciocho horas, en mi casa, te espero. (Se escuchó al otro lado el ruido de colgar el teléfono)
-¡A las dieciocho horas! Esta hermana mía es una gilipollas, además de estrafalaria...¿Qué tripa se le habrá roto, ahora? ¿Cómo necesite dinero, lo tiene claro! -exclamó mientras colgaba el teléfono.

Marcó el número de Leonor: nueve, cuatro, siete... -recitó en voz baja-, cinco y cuatro.
-Leonor, ¿te vale con la Sala Polisón? -preguntó sin convencimiento.
-De acuerdo, recógeme a las nueve. Lo he arreglado con Nuria.
-¿Está bien?- preguntó-. Para que te quejes de tu hija-añadió.
-Si, no hay problema. Pero sí me quejo. Me ha costado veinte euros convencerla.
Se oyó una carcajada al otro lado del hilo telefónico.
-Linaje, me he expresado mal. ¡Te ha costado veinte euros ! -contestó Leonor a la carcajada.

2 comentarios:

  1. Esto va mejorando Rafa: dale un poco de vidilla que tengo ganas de seguir leyendo.
    Un abrazo

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  2. Estoy totalmente de acuerdo con Fernando.
    Tengo una petición, me gustaría que publicases el cuentito que escribíste sobre Cheyenne.
    Beso.

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