(Nota: extracto de mi novela: El balcón (gira sobre la vida de Edouard Manet y su grupo de amigos. En la novela se van describiendo algunos de los cuadros del pintor a través de los personajes retratados).
Jean se sumergió en los ojos de su
amada. Veía su imagen reflejada en el iris, pero no se percataba de ello pues
buscaba quedar inundado por el amor de Jenny, que inmóvil ante él aguardaba con
el pecho latente la llegada del deseo. Pero el deseo, al que sólo mueve el
corazón, se había instalado en su cuerpo
justo en el momento en que Jean entró por la puerta del taller.
Jean toma el rostro de Jenny entre sus
manos y humedece sus labios en los de ella. Jenny cierra los ojos, es capaz de
ver con ellos cerrados, y deja hacer al deseo, o al destino, o al amor, que para
ella en aquellos instantes no se
diferencian. Jean, estimulado, se deja también llevar y la atrae más cerca.
Rodea el talle de Jenny con una de sus manos y con la otra le acaricia la nuca. La cabeza de la muchacha
reposa, ahora, sobre el pecho de él, mientras el silencio se apodera del
taller, tan sólo cercenado por un lejano rumor que llega desde la calle. Sólo
el aire escucha la respiración de los
amantes, que se vuelve rítmica a medida que pasan los segundos. Ambos se dejan
hacer el uno del otro; si Jean avanza unos pequeños pasos, ella retrocede a su
compás. Recuerdan el cortejo de algunas aves. Es como un baile, como una
comunión entre ambos. Así, avanzando y retrocediendo, llegan hasta el lugar
donde hace poco posase Victorine, y dejan hacer a los sentidos. La torpeza les
sorprende desnudándose. Las manos resbalan por aquellas botonaduras tan
complejas. El apremio se va haciendo inaguantable. Jenny tiembla en un
escalofrío apenas perceptible. Jean se descubre, en su nerviosismo, como un
amante inexperto que hace desearle más.
Por fin se encuentran. La piel tibia de ella y el calor apremiante de él. Las
manos permanecen unidas, pero pronto cada una de ellas busca el cuerpo de su
amante y se van deslizando por los rincones más ocultos. Las de Jean van
subiendo por las piernas de la mujer y se posan diestramente en la hierbabuena
del pubis. Con sabiduría se demoran en el vientre y van encontrando la
habitabilidad de aquellos valles y colinas. Caminan con retardo por los pechos
de la muchacha, descifrando su hondonada.
Tan pronto unen sus labios como separan sus rostros para verse, para
reconocerse, y volverse a juntar en un beso infinito. La cabeza de Jenny reposa
sobre uno de los cojines de seda blanca y la inclina hacia atrás mientras Jean
va inundando su armonioso cuerpo de placer. Los dedos de él recorren la aureola
rosada de los pechos con detenimiento, como si desearan no dejar ningún espacio
sin reconocer. La ternura inicial va dejando paso a un ahogo incontrolable. Los
pulmones se agitan, las bocas se buscan más y más con desesperación, y la piel
les va uniendo, y los brazos atraen los cuerpos con fuerza. Jenny va encorvando
la espalda mientras sus piernas se
alargan sobre la blanca tela, y van rodeando, a continuación, poco a poco, la cintura de Jean. Ahora los
brazos de Jenny se deslizan sobre el cuerpo de su amante mientras sus manos
parecen ejecutar una pieza en su violín, y hallan en el cuerpo de Jean aquello
que en ocasiones sólo la música puede darle. Sus ojos se abren en el momento en que la sorprende el
dulce placer del amor físico, y su boca se abre agitada en busca del aire que
parece faltarle. Ve en lo alto dos estrellas de gas y, más a lo lejos, el
oscuro techo del taller, y parece haber encontrado el firmamento
Nada se dicen, continúan unidos por las
manos. Uno junto al otro. Desnudos. Sus ojos fijos n lo más alto. Su
respiración se va atenuando. Jean vuelve su rostro hacia el de la muchacha que
permanece inmóvil y aún jadeante. Con su mano derecha rescata una lágrima que
se va deslizando por la mejilla de Jenny, y la besa. Más que un beso se bebe el
ligero llanto de felicidad que se escapa por los transparentes ojos verdes de
su amada. Ahora es ella quien ladea la cabeza hacia él e inclina su boca hasta
acercarse a los labios de Jean. Los besa y los encuentra dulces, al sabor de
las manzanas maduras. Le mira a los ojos y la mirada de Jean le devuelve, una
vez más, la certidumbre de haber encontrado en aquel hombre la seguridad en
ella misma que hacía poco había perdido.
Así tendidos, sin atreverse a hablar, como si
el silencio fuera la mejor de las músicas, permanecen hasta que el frío que
invade el taller les va volviendo a la realidad. Han estado atrapados por el
amor, pero Jenny se sobresalta pues recuerda que aquella noche trabaja en el Guerbois.
Creo que este capítulo si que lleva el erotismo hasta la cumbre inscrita en cada letra. Lo has bordado. Gracias por compartir tan bello texto.
ResponderEliminarConozco algunos cuadros de este pintor, pero mi pintor impresionista favorito sin duda es Monet.
Un abrazo y buena semana
Hola Katy: Manet fue quien puso las bases del impresionismo, que más tarde desarrollaría Monet entre otros. Fueron íntimos amigos y Manet le recriminaba que no utilizase el color negro en su pintura. De todas formas estoy contigo: Monet es una maravilla. Siempre me gustó el arte y esta pequeña novela que escribí hace tiempo recorre el mundo impresionista, o al menos lo intenta, a través de la mirada de Edouard Manet. Un abrazo
ResponderEliminarComo dice Katy. lo has bordado. ¿has pensado en autopublicar tu novela? mira en lulu.com o en budok.com.
ResponderEliminarEn cuanto a los impresionistas , cada uno en su registro, dieron un vuelco al mundo del arte. A mi me gustan todos, pero Monet es Monet.
Un abrazo
Hola Fernando: he anotado los enlaces que citas. Ya sabes que lo de publicar es un paso demasiado pudoroso, al menos para mí. Te agradezco de corazón tu interés: quizás me decida.
ResponderEliminarA mí también me gusta Monet; pasa que la vida de Manet la estudié bien cuando escribía mi historia, y tuve un acercamiento muy especial a su obra. Gracias por todo. Un abrazo