lunes, 9 de abril de 2012

Pequeños Relatos Eróticos : ( 17) La inteligencia

Se miró al espejo; unas hermosas ojeras los rodeaban. Hermosas porque en ella todo tendía a ser bello. Las había adquirido en los dos últimos meses. Adquirir parece un verbo usado en compra y venta; en realidad algo sí había comprado: su independencia, su libertad. Llevaba dos meses en esta situación que debiera haberle causado alegría, pero de momento ésta no llamaba a su puerta. Dos meses de libertad, pero muchos más, años diría, de sentirse vigilada, oprimida. Y eso que ella era la lista de la clase. Sesenta días pasados ante el televisor mirando, sin ver, aquellos programas de “chismosas” como solía decir su madre; y sin otra compañía que la botella plastificada y enorme de coca-cola, y aquel cuenco de palomitas o patatas fritas que parecía no querer acabarse nunca. Se había separado de Eduardo después de cinco años de matrimonio.

Ella era alta, guapa, atractiva, valiente…y trabajadora, muy trabajadora. Poseía todos aquellos atributos que causaban la admiración de los que la conocían. Su futuro en el mundo laboral estaba garantizado, y más en aquella época de bonanza económica en la que el mercado se peleaba por personas que como Paula habían hecho de su vida una concatenación de éxitos, tanto en sus estudios como en su profesión. El mundo de las leyes y la economía no eran ningún secreto para ella, y se defendía como pez en aquellas aguas. Mujer brillante y amable, a la vez que audaz y cariñosa para los más cercanos. Poseía la rara habilidad de haber logrado que nadie la envidiase por sus éxitos, pues su sencillez y amistad viajaban con ella. Era una mujer ante todo inteligente…, o eso parecía al menos

Eduardo había aparecido en su vida amorosa en los años de estudios en la Universidad de Deusto, aunque se conocían desde niños pues sus respectivas familias eran amigas. Paula nunca había pensado en aquel chico delgado y enclenque como en el hombre con el que había de formar un hogar, una familia, pero a veces la vida tiene esos secretos que sólo se descubren con el paso del tiempo, cuando ya las cosas han dejado de estar en su sitio. A Eduardo le atrajo enseguida aquella niña convertida en mujer y a la que reconoció en cuanto vio ondear su falda por el “campus universitario”; bueno a Eduardo y a quién tuviera ojos para ver aquellas piernas y aquel cuerpo. Supo seducirla poniendo todo su empeño en ello: regalos, atenciones, siempre pendiente de sus deseos. Así sin pretenderlo, Paula también se fue enamorando de aquel chico, algo mayor que ella, que la asedió, sin que ella se diera apenas cuenta, hasta lograr sus propósitos: que fuera su novia y poco más tarde su esposa.

Eduardo trabajaba en el bufete de abogados de su padre. De niño siempre lo tuvo todo al alcance de la mano, y a medida que fue creciendo la vida le fue sonriendo cada vez con más firmeza. Luego llegó Paula y Eduardo acabó por ser envidiado también por familiares y amigos, si es que no lo era ya con anterioridad. Poseía una situación personal y laboral que sin duda no se merecía pues no las había ganado…, la vida se las obsequió sin el menor esfuerzo por su parte. Pero la vida matrimonial había que conquistarla. Todos aquellos halagos, regalos y atenciones hacia Paula se fueron convirtiendo en rutina y abulia, cuando no en malos tratos. La belleza de Paula le superaba y Eduardo lo único que deseaba de ella era un continuo acercamiento sexual. Contemplar el cuerpo desnudo de la mujer: aquellas piernas que tanto le excitaban, aquel vientre plano tendido sobre las sábanas, los senos, su rostro… no le dejaban ir más allá. La sonrisa siempre franca de Paula, su cariño hacia él, la dulzura con que trataba de agasajarle en cada momento de su vida; todo aquello fue pasando a un segundo plano. Lo de Eduardo no eran sino celos de trabajo. Paula era una triunfadora y así se lo reconocía todo el mundo, salvo él.

Paula se cuestionó muchas veces antes de abandonarlo: “Todo el mundo me considera trabajadora, guapa, inteligente… y me casé con Eduardo al que la gente ve como el niño mimado, una persona corriente y hasta vulgar, y que además me menosprecia. A veces me pregunto quién fue el inteligente“.

Dejó la botella de coca-cola y el bol de las patatas fritas, apagó el televisor, fue al cuarto de baño, comenzó a maquillarse. Las ojeras fueron desapareciendo imperceptiblemente. Se puso una falda llena de vivos colores, una blusa blanca ajustada y transparente y salió a la calle: ¡a vivir!

4 comentarios:

  1. Muy bueno Rafa. En la vida, hay gente que cree que el hecho de buena cuna o un pasado garantiza un futuro. la soberbia, en esos casos, hace estragos.

    Bello relato. Un abrazo

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  2. Hola Fernando: así es: el pasado no garantiza nada; el trabajo diario es lo que importa. Supongo, además, que en las relaciones sucede lo mismo. Me alegra seguir contando contigo. Un abrazo

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  3. Hola Rafa, ya de vuelta e intentando poner un pocode orden en este mundo virtual:-)
    ¡Adios clausura! A veces ocurre que ellos no son merecedores de lo tienen o alrevés.
    La vida en pareja es cosa de dos, y aunque el sexo es muy importante lo son también otras áreas de la vida, que si se descuidan hacen verdaderos estragos.
    A vivir dices pero tampoco es garante de una oportunidad o de felicidad. Pero esperemos que en este caso lo sea.
    Un abrazo

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  4. Hola Katy: seguro que en este caso la chica se lo merecía, por eso dijo lo de :¡a vivir, que son dos días! Me alegro que estés ya de vuelta. Un abrazo

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