jueves, 12 de abril de 2012

Pequeños Relatos Eróticos : ( 18) La nariz del mayordomo


Elizabeth nació cuando ya nadie esperaba que el matrimonio de Albert y Christine pudiera tener hijos. La criatura vio la luz del sol -como se suele decir, aunque la recién llegada lo ignorase- en los primeros días del mes de julio. Ni que decir tiene que la niña colmó de alegría la vida de la pareja, especialmente la de Albert, aunque entre sus íntimos comentase, en más de una ocasión, que hubiera preferido un varón que el día de mañana continuase con la saga familiar y con sus florecientes negocios. Albert pertenecía a la aristocracia victoriana inglesa; su familia estaba emparentada con la antigua nobleza del país anglosajón.

Estamos en los primeros años del siglo veinte, hacia 1905. Albert y Christine residen en una hermosa mansión, al sur de Londres, rodeada por bellos jardines y frondosos bosques. Vamos un sitio de película. Como es de suponer en la casa hay de todo: doncellas, cocineras, camareros, cocheros, empleados de las caballerizas y, claro está, un mayordomo, llamado Harry, que como su título indica es el “mayor –el que manda- en la domo (casa)”

(Nota. Explicación que no viene a cuento porque el sagaz lector ya conoce estas y otras derivaciones de la lengua)

Harry lleva dirigiendo la vida de la mansión desde hace unos quince años, pero antes fue hijo y nieto de mayordomos. Como se ve en aquellos tiempos también se heredaban este tipo de títulos, que como bien se sabe tenían gran importancia entre la clase trabajadora; los mayordomos seguían a sus señores hasta el fin del mundo si hubiese hecho falta. Y además lo tenían a gala. Así pues Harry llevaba unos cuarenta y cinco años compartiendo, desde niño, la vida de los Cromwell (he buscado un apellido muy inglés y teatral para dar más empaque a esta narración, no porque se me haya ocurrido de repente). Y de buenas a primeras desapareció. El día de su desaparición, casualidades del relato, la niña Elizabeth cumplía cinco años. Estamos en julio (¿recuerdan?), hace calor y la familia le tiene preparada a la pequeña de la casa una fiesta en los jardines de la mansión. Sin mayordomo las cosas se complican para el resto de los sirvientes que no saben muy bien cómo actuar.

(Otra nota. Esto debiera ser un relato erótico pero al parecer me estoy yendo por las ramas. Al grano).

La verdad es que he mentido (juego de palabras que no aclaran en sí demasiado): Harry no ha desaparecido; ¡le han echado! La señora Cromwell lo echó esta misma mañana sin dilación, sin dudarlo, sin demora, sin remisión, sin…¿motivo?

Todo empezó a primeras horas del día. A Christine le encantaba peinar la larga y sedosa melena rubia de su hija. Mimaba el cabello de la niña mientras le tatareaba una canción (iba a escribir “canturreaba” pero me pareció poco aristocrático, mejor tatarear). Pasaba y volvía a pasar el cepillo, sujetando la empuñadura de plata con su mano derecha, mientras con la izquierda acariciaba el suave rostro de la infante. En un momento dado unos de sus largos y finos dedos (se me había olvidado escribir que Christine era una mujer elegante y de una belleza victoriana cercana a la delicadeza sin caer en la ñoñería) resbaló sobre la naricita de su hija y algo muy…pero que muy serio le sobresaltó: topó con un ligerísimo y no perceptible a la vista (aún) abultamiento del tabique nasal, y claro recordó…, la verdad es que jamás se le había olvidado, lo sucedido casi seis años atrás. ¡Harry, el mayordomo, poseía un caballete en su aparato nasal considerable y desde luego inconfundible e irrefutable! Y pensar que lo que sólo fue un juego amoroso -mientras Albert cazaba en el otoño allí en sus bosques, tan cerca y tan lejos-, un desliz, una pequeña aventura, un momento de tedio, de soledad, de debilidad… j bueno todo hay que decirlo: un revolcón de padre y muy señor mío! Se podía convertir en una tragedia familiar. Christine no lo dudó y tomó por el camino más derecho: echar a quien un buen día quizás le dio un momento de intensa felicidad o al menos de placer. La nariz del mayordomo permanecería en su memoria como mudo testigo de aquel pecado reflejado en el rosto de Elizabeth que a medida que iba creciendo desarrollaba los rasgos faciales de su padre; claro que para entonces Harry estaba ya muy lejos y Albert había olvidado su rostro (el del mayordomo).

2 comentarios:

  1. Muy bueno, gracias a este inesperado acontecimiento nació la bella Elizabeth. Menudo agradeciemiento al encantador Henry.
    Me ha gustadotu nuevo estilo, sorprendiendo con estas notas aclaratorias. Muy original y divertido tu relato. Me parece como dices más una comedia que un relato erótico. Claro todo depende del cristal con el que lo mires.
    Un abrazo y buen finde

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  2. Hola Katy: la verdad es que yo mismo me divertí a medida que salía el relato; me fue llevando el a mí. Lo de las notas no deja de ser pura anécdota, prometo no volver a hacerlo más. Buen finde. Voy a Madrid a una celebración. Un abrazo

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