Habíamos ido de Burgos hacia Madrid el pasado catorce de agosto. El motivo no era otro que el presenciar el partido de fútbol entre el Madrid y el Barça. La capital nos recibió con un caluroso día de verano. A la hora del encuentro, las diez de la noche, en el Barnabéu no habría menos de treinta y cinco grados. Disfrutamos; el partido fue bueno y aunque el Madrid mereciese ganar, el resultado final reflejó un empate.
A la salida del estadio el calor seguía siendo angustioso; los bares de las calles colindantes estaba abarrotados; no había forma de acercarse hasta ninguna barra a pedir unas cervezas - aprovecho aquí para comentar, y creo haberlo ya escrito con anterioridad, que quien no haya tomado una caña en Madrid ha perdido una buena parte de su existencia -. Desistimos y fuimos a buscar un taxi que nos acercara a casa. Mientras lo conseguíamos topamos con un tenderete donde vendían las típicas copias de camisetas de los equipos, bufandas, bubucelas y todo tipo de tormentos para entrar al campo. También vendían botellines de agua: no pudimos resistirnos.
Aquel negocio estaba regentado por un chaval de rostro agitanado: ojos negros, pelo negro –brillante y ensortijado- y nariz ganchuda. No tendría más de veinte años.
-Nos das dos botellines de agua, por favor.
-Ahora mismo caballero. Tenga, son seis euros.
-¿Seis euros?,- pregunté perplejo- ¿Por dos botellines de treinta y tres centímetros? (creo que esto del volumen no lo entendió).
-Sí –me contestó el chaval- A tres euros, caballero.
(Educado sí era el chaval)
-Entre tanto me había caído simpático. ¿Sabes el dinero que me estás pidiendo? –le dije sonriendo-. ¡Nos estás vendiendo el agua siete veces más cara que la gasolina! ¿No te parece un porcentaje desproporcionado?
- Yo no entiendo de porcentajes, señorito –dijo frunciendo el ceño- (el chaval había cogido confianza y me había rebajado la categoría). Pero el agua está elá (juro que lo dijo sin hache).
-Vale, vale, no te enfades. Mira te contaré una pequeña historia: “Tendría yo unos quince o dieciséis años cuando venía al fútbol con cierta frecuencia; de esto hace casi cincuenta años. Aquí en el mismo sitio en el que has plantado tu tenderete, había un señor que traía un burro con cuatro botijos –grandes, de color grisáceo y transpirando frescura- en las albardas, dos a cada lado del jumento. ¿A lo mejor era tu bisabuelo?
- Mi abuelo sí tiene un borriquillo –comentó el chico contento con la historia.
-Por una peseta –continué-, es decir por menos de diez céntimos de ahora, nos dejaba beber de sus botijos el trago más largo que fuéramos capaces de ingerir.”
El chaval no supo que decir. Seguro que se nos quedó mirando mientras bajábamos por la Castellana buscando un taxis y bebiéndonos los botellines que por cierto estaban helados.
Buena historia Rafa. El negocio del botijo puro ingenio. Eso si, ese día visteis un buen partido eh¡¡
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Fernando: Nico y yo lo pasamos estupendamente. La verdad es que siempre que voy al Bernabeu me acuerdo de las muchas veces que iba siendo un chaval. Salía de Burgos, con un amigo, en autobús el día del partido y volvíamos por la noche; en aquella época se jugaba sólo los domingos por la tarde. Un abrazo
ResponderEliminar¿Realidad o ficción, señorito? Buena historia papi. Me has echo (juro que lo he escrito con hache) reir.
ResponderEliminarBeso.
Hola ojito: lo del botijo es cierto; eran otros tiempos, también eran míos aquellos no creas, es lo que tiene de bueno tener años. Me habías asustado con lo de la h.Un beso, hija.
ResponderEliminarJaja que bueno Rafa, me ha encantado tu vivencia. Seguramente que el chaval te lo agradecerá y contará por ahí su experiencia con el "Señorito"
ResponderEliminarDesde luego 3€, aunque fuera un litro sigue siendo el agua más cara que he oído.
Un abrazo
Hola Katy: celebro tu regreso. Sí, me acordé de casi cincuenta años antes. El chaval tenía gracia y cara dura a partes iguales. Un abrazo
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