A veces, sólo a veces porque el dinero no abundaba en casa, mi madre me enviaba a comprar “lenguas de gato”; no sé si aún seguirán llamándose de esa singular manera a aquellos bizcochos que iban como pegados en tiras de papel. Recuerdo su blanda textura, su sabor dulce. Hasta el papel lo relamía cuando le despegaba los bizcochos. El obrador se hallaba situado en el sótano de una casa de la calle de Madrid, próxima a la esquina con la calle Del Progreso, en aquellos años llamada General Mola ( los chicos del barrio siempre decíamos que molaba más Capitán General. El chiste ha corrido hasta estos días). Pues bien, me encantaba bajar aquellas escaleras y sentir el ambiente azucarado y cálido que desprendían las marmitas y cacerolas. A veces veía escurrir el almíbar por los bordes de alguno de los pucheros y sentía la imperiosa necesidad de lamerlos; menos mal que el juicio ya había entrado en mi cabeza, pues era quien me prohibía tal atrevimiento, pero por ganas, juro, no hubiera quedado. Recuerdo enormes mesas cubiertas del fino manto de la harina, espolvoreada para que la masa no se quedara adherida a la madera. Y recuerdo los pliegos de papel, quizá de estraza, sobre los que el pastelero vertía con un cazo la masa de los bizcochos. Las papilas gustativas no son ajenas a aquellos recuerdos y aún hoy se me hace la boca agua. Subía a casa con el encargo de mi madre, el cual, seguro, no llegaba completo a su destino. Mi madre lo sabía, claro, y sin embargo me enviaba a mi y no a mis otros hermanos. Amor de madre, sin duda; ella siempre dijo que su hijo Rafa a veces se comía la galleta del canario. Debe ser verdad ya que mi golosinear aún no tiene límites. Las propinas de los domingos se me iban en comprar bollos en La Madrileña, a ochenta céntimos la unidad (hablo en pesetas de las del año 50), pastelería colindante con el portal de nuestra vivienda y que confeccionaba estos bollos con auténtica sabiduría. Deleitarse con un pastel, que nosotros llamábamos de pajarito, era algo fuera de lo normal. Era un hojaldre suave con un leve sabor a miel, crema entre sus dos tapas en forma de oblea y con una figura de sabrosa mantequilla en la parte exterior en forma de pájaro, de ahí nuestra singular denominación, que incluso debió sorprender al pastelero, Ibáñez, si no recuerdo mal su nombre. Lo que si recuerdo es que en alguna ocasión la persona que regentaba La Madrileña llamó a mi madre para decirle que su hijo se iba a poner malo de la cantidad de bollos que llevaba en una sola jornada. No recuerdo me sucediese tal cosa. Lo que sí recuerdo con cariño es que, en mis primeros años de vida, cada diez de octubre mi madre no me llamaba para ir al colegio y cuando me despertaba me llevaba a la cama un pastel; era mi cumpleaños. ¡Qué recuerdos más dulces!
Hola Rafa:
ResponderEliminarMe gustan estas crónicas "históricas" que nos dejas. No se si he leido o intuido bien, ¿es tu cumple? Si es así felicidades. Hoy también cumple mi madre.
Buena y dulce historia.
Un abrazo
Hola Fernando: sí, ayer fue mi cumple, gracias por la felicitación. Si coincide con el de tu madre, mejor que mejor, así no se te olvida. Felicidades para ella. Lo que relato son ya crónicas históricas como las llamas; me ha hecho gracia. Un abrazo
ResponderEliminarAyer te dejé un comentario felicítándote. Te decía que que además de buen chico eras guapo.
ResponderEliminarLlevo dejando comentarios y se borran:(
Las lenguas de gato hoy son de chocolate. Los que tu mencionas se parecen a los de soletilla. En cualquier casp seguro que el aor de tu madre te hizo ser mejor persona.
Espero que habrás celebrado tu cumple con una buena tarta.
Un abrazo y que cumplas muchos más.
Hola Katy: Gracias por la felicitación y sobre todo por tu constancia. Mi madre tiene en su haber el 95% de como soy, seguro. Te cuento mi día de dulce: dos croisants para desayunar, dos buenos pedazos de tarta rociada de chocolate tras la comida, un par de medinillas(si pasas por Burgos no dejes de comprarlas en la confitería Dieste) y dos petisús para merendar, y dos medinillas más tras la cena. ¡Qué bien dormí! Un abrazo
ResponderEliminarSe me ha hecho la boca agua. Como abusas cuando no estoy.
ResponderEliminarMientras leía tu dulce historia me he acordado de una escena de "Erasé una vez en America". Recuerdame que un día te la ponga. Te vas a sentir muy indentificado.
Mil besos, papi.
Hola ojito: me alegra que de vez en cuando pases por aquí. Ya me pondrás la peli. Que conste que no abuso, siempre fue así. Un besazo, hija.
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