La misma esquina siempre. Ángel tirita de frío. A veces nota un cierto alivio: sucede con poca frecuencia este invierno – piensa el chico-. Sus ojos están velados desde su nacimiento. Él no vio nunca la primera luz al nacer, pero cuando el sol, así le han dicho que se llama, parece acariciarle el rostro, intuye una cierta claridad y sonríe. Nadie puede decir en esta ciudad en la que vive que alguna vez le vio triste: Ángel siempre tiene una sonrisa en los labios, aunque nadie se acerque hasta donde está; sabe que tarde o temprano alguien hablará con él. Los más le pedirán simplemente un billete de lotería; los menos le preguntarán cómo se encuentra: son los habituales, los que más tientan a la buena fortuna. Pero Ángel también sabe que algunos lo hacen por lástima. A todos se lo agradece de la única manera que entiende: les desea suerte con su clara sonrisa.
Ángel disfruta con el aire, no con el viento, con el aire. Los olores, los aromas, los perfumes de mujer están ahí, colgados del cielo, y él los siente, como aquel rayo de sol que le calienta. El olor de ella es diferente, más fresco, más suave, más cálido le parece. La siente desde lejos a poco que el aire sople en su dirección y desvía su vacía mirada hacia sus pasos. Ella no aprecia que aquellas cuencas muertas le estén observando, sin verla, desde que salió del soportal de la plaza. El paseo es un murmullo de voces: bebés que lloran en sus cochecitos, abuelos que les sisean para que se duerman, gente que camina con prisas, desde lejos se escucha un violín de alguien que se gana la vida como puede, pero Ángel ya sólo piensa en aquel olor que se acerca poco a poco, sin hacer ruido, como de puntillas. Aunque la mujer pisara hojas secas de otoño, Ángel no las oiría. Solo el olor, su olor, el de ella. Lo demás no cuenta.
Cómo será María. Cómo será una mujer. No lo sabe. Nadie le ha explicado todavía algunas cosas. Podría preguntárselo –se dice sin convicción-. Quizás mañana u otro día, hoy no se atreve. La chica ya está muy cerca, lo sabe; el olor no le engaña. Decide saludarla.
-Hola María, ¿ayer tampoco hubo suerte? –dice mirando al vacío.
La chica se sorprende. Cómo ha podido conocerla. No, ayer tampoco, contesta. - -Dame un cupón para hoy, a ver si salgo de apuros.
-María, ¿cómo eres? –se sorprende el chico preguntando.
-…No sé, como todas, creo.
-Tu olor es diferente.
-Será el perfume,…supongo.
-No, ese aroma lo he sentido en otras mujeres. Tu olor es diferente. Me gusta más.
María se ruboriza, no sabe que decir. Ángel es guapo, muy guapo –piensa mientras le observa-, sólo los ojos afean levemente su cara.
-Debo irme –dice la chica.
-¿Entonces no vas a decirme cómo eres?
-Quizás otro día.
-Me gustaría tocarte –le suelta Ángel sin malicia.
-…Pero
-Tu cara, tus ojos, tus manos, tu cuerpo. Yo no sé como es una mujer.
María no sabe que decir, está como paralizada. Afortunadamente no hay nadie cerca que pueda escuchar la conversación. Eso le tranquiliza.
-¿Aquí, ahora? –pregunta sin saber bien el porqué.
-Claro –contesta el chico sorprendido.
-No puede ser.
-¿Por qué?
-Hay mucha gente en el paseo, podrían vernos.
-¿Y?...
María entiende la inocencia del chico. Pero dar ese paso es algo que no se hubiera imaginado jamás. Se queda mirándole. La sonrisa de Ángel no se ha borrado de su cara en ningún momento. Quizás debiera complacerle. Parece sincero. Es posible que le fuera de mucha ayuda, que le sacara de su ignorancia. Cuántos años debe de tener: dieciséis, diecisiete…quizás alguno más. María se deja llevar.
-¿Cuántos años tiene, Ángel? ¿Es tu nombre, verdad?
- Dieciocho. Sí. ¿Por qué querías saberlo?
-No, simple curiosidad, pareces más joven.
-No has contestado a mi pregunta todavía. ¿Puedo tocarte? – pregunta el chico alargando su mano hacia la cara de la chica- Sólo así puedo conocerte.
María se deja hacer. Es suave tu piel –dice él-. Como la de las manzanas verdes –añade mientras coloca sus dedos cobre los ojos de María, quien lleva ya unos segundos con ellos cerrados-. La mano de ella toma la de él y se la lleva a su boca besándola con dulzura.
-Ángel, ahora tengo prisa, debo volver a mi trabajo, pero si quieres esta tarde nos vemos…quedamos –rectifica- …en mi casa y allí te explico como soy.
-De acuerdo…y perdona por haberte entretenido –dice Ángel mientras María se aleja con la cara vuelta hacia él.
-El aroma de la muchacha se va perdiendo en el aire mientras se aleja.
Que historia tan tierna. Has descrito tan bien la escena que la he vivido. La he imaginado, la he visto.
ResponderEliminarMucha sensibilidad denota este relato.
Conocí hace algún tiempo un chaval así. Era todo dulzura.
Un abrazo Rafa
Hola rafa:
ResponderEliminarMe gusta como cuentas las cosas, las haces tan cercanas y tan comprensibles...
Buen relato
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarMe alegro te haya gustado. Es una historia simple; demasiado tierna tal vez.
Un abrazo
Hola Fernando:
ResponderEliminarGracias por seguir al pie del cañón. Esta historia podía dar para mucho más, pero dejémoslo así. Un abrazo