Antes de las carcajadas su solitaria cama se llenó de muchas noches de incertidumbre.
Luis trabajaba, junto a una veintena de compañeros, en la cadena de fabricación de monedas. El ruido de las máquinas era ensordecedor. Apenas si podían mantener algún tipo de comunicación entre ellos, por lo que pasaban la jornada sumidos en su trabajo, y en el caso de Luis absorto en sus propios pensamientos. Pensamientos que le trasladaban a los calabozos de la prisión y a la pérdida de dignidad y libertad que tuvo que soportar. Pero cómo vengarse…
Con los troqueles preparaban para su fabricación monedas de: cinco céntimos, de diez, de veinticinco, de cincuenta (los llamados dos reales), de una peseta, la famosa “rubia” por su color y que era la unidad de todo el sistema monetario. Fabricaban así mismo, la moneda de cinco pesetas y la de cien que sólo ostentaban las clases pudientes de aquellos años. A diario pasaban por sus manos y por las de sus compañeros, de forma indistinta y arbitraria, la creación de aquellas monedas. Trabajaban al unísono por lo que cualquiera de ellos podía estar trabajando en una única moneda o en varias el mismo día.
A Luis Alarcia Ginés le dieron aquella mañana calurosa del mes de agosto, pocos días antes de tomar un período de vacaciones, el troquel para fabricar la moneda de cincuenta céntimos.
El troquel venía dividido en diez partes, que el operario tenía que ordenar según el diseño de la moneda que se le adjuntaba. Luis se sabía de memoria la combinación, pero en aquella ocasión, se fijó en una de las piezas y… sonrió.
La moneda de cincuenta céntimos era, sin duda, la más popular entre la gente, quizás por el vacío que tenía en su centro. Aquel agujero, en muchos casos, era utilizado por la juventud de la época para adosarlo con un remache a un cinturón. Con un buen número de ellas se fabricaba, caseramente, quizás uno de los primeros complementos de moda masculina. Pero vamos a lo que nos interesa.
Aquella moneda de cincuenta céntimos con su agujero interior era llamada: “caraba” (nunca supe el porqué de dicho nombre). En su anverso se podían ver: la palabra España en mayúsculas, haciendo arco con el exterior de la moneda, el año de acuñación, el timón de un barco y un ancla de barco. En su reverso coexistían; el 50 en numeral, la palabra céntimos debajo de la cifra, y el escudo de España con el yugo y las flechas. Luis seguía sonriendo.
La tirada, como de costumbre, cada vez que se hacía era de 25.000 monedas. Veinticinco mil sonrisas.
Después de una semana, tiempo en que las monedas fabricadas ya circulaban, y un día antes de tomar vacaciones, Luis pidió permiso para hablar con su directo superior. Ya en el despacho le expuso la razón de su inquietud. A su jefe un color se le iba y otro se le venía. Incrédulo, hasta que Luis le mostró una de las monedas, que según le dijo le habían dado en un comercio burgalés, estuvo a punto del desmayo: “El yugo y las flechas de la Falange Española lucía brillante en la moneda, pero boca abajo”.
Intolerable, esto es intolerable, bramaba el director de la Fábrica de Moneda y Timbre. ¡Que me traigan al causante de este atropello, inmediatamente!
¿Causante? ¿Quién era el causante?
Un error, sólo un error, señor Director. Hay que andar con pies de plomo y tratar de sacar de la circulación las monedas –se atrevió a esgrimir el subordinado- Y menos mal que Luis Alarcia nos ha puesto en sobre aviso.
Fueron unas vacaciones llenas de incertidumbre para Luis. Durante aquellos días estuvo al acecho de una llamada de la fábrica. Esta no se produjo y con el fin de las vacaciones y el regreso a su trabajo, se disipó aquel motivo de preocupación. Por fin pudo sonreír, reír de placer, la calle estaba regada de aquellas monedas.
Nota: “La historia es lógicamente ficticia, pero la verdad es que yo tuve en mis manos, a los doce o trece años algunas de aquellas monedas con las flechas boca abajo. El Banco de España las pagaba a doce pesetas y cincuenta céntimos (con caraba auténtica), a todo aquel que las entregara. Supongo que la mayoría lo hizo( yo y mis amigos incluidos) ya que la recompensa era apetitosa, pero es seguro que algún hábil coleccionista aún las tendrá en su poder”.
Me ha encantado, tenía mucha intriga tu relato y después de llevarme a elucubrar sobre el desenlace no podía ser más sencilla real y cotidiana. Aquí está lo sorpendente.
ResponderEliminarVoy a revisar las mía y te cuento. Tengo bastantes porque como al resto me eran simpáticas. Por cierto las erratas son golosas. Siempre valen mucho más.
La moneda en en cuestión era premonitoria:)
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarMira, mira, quizás tengas un tesoro.
Me alegra que te haya gustado y es que a veces la realidad da para mucho.
Un abrazo
Ja ja:
ResponderEliminarQué bueno Rafa, Entiendo que lo que es ficticio es el relato y no la historia por lo que comentas,. me ha gustado mucho, por su sencillez como dice Katy.
Un abrazo
Hola Fernando:
ResponderEliminarMe alegro que también a ti te haya hecho reír.
Un abrazo